A mí me van a permitir un símil porque Vigo, la ciudad en la que vivo y en la que nací, esa ciudad viva, pujante, que hace unos años tenía un montón de actividad y perspectivas de futuro, Vigo hoy va sin rumbo y cada día está más abocada a convertirse en una ciudad Monopoly. Un gran tablero con calles cada vez más caras y adornadas, muchas calles nuevas y sus ciudadanos como peones dando vueltas, añorando lo que fueron y lo que pudieron llegar a ser.
Por eso yo creo que necesitamos convertir ese tablero ancestral, de principios del siglo XX en un Rising Cities y darle a Vigo el valor y el nivel que merece, llenar la ciudad de convivencia, respeto, amabilidad, cercanía, conceptos que generen una ciudad más simpática. Porque hoy en día en esta ciudad o «estás con los que gobiernan, con sus calles y adornos o estás fuera», fuera de cualquier proyecto cultural, social, arquitectónico, económico, comercial, deportivo, vecinal, educativo, medioambiental o mediático y eso no es Vigo, eso es un auténtico Monopoly que siempre termina aburriendo y por mucho que llene unas horas de diversión acaba metido en un cajón.
Vigo ha dejado de latir y cuando lo intenta el mayor «hacedor» de calles de toda España, al mando de este Monopoly, se pone a talar árboles, instalar barcos o plantar bancos para que los peones, cansados ya de pasear, se puedan sentar. Y así el gestor de un juego de principios del siglo XX reparte cojines y gana votos, que es lo único que le importa. ¿Qué importarán el estímulo económico, la proyección o la convivencia si mantenemos las calles bonitas? Y así estamos, abocados al fracaso.
Yo, como viguesa me siento un peón de Monopoly pero me sobran ganas para llenar de vida un ancestral tablero del siglo pasado, tengo ganas de jugar en pleno siglo XXI y mirar al futuro para que Vigo no se quede asfaltada en el pasado.