Se cumplen hoy 101 años de la prohibición completa en los Estados Unidos de la fabricación, transporte y venta de productos alcohólicos, que duró desde 1920 hasta 1933. Pretendía reducir la marginación de los barrios pobres y las tasas de criminalidad, pero su efecto final resultó justo el contrario.
Los primeros años del siglo XX fueron muy complejos en los Estados Unidos. La conquista del Oeste se había completado, la guerra de Secesión quedaba muy lejos ya y toda la nación conformaba una unidad estable dividida en Estados con amplia libertad para establecer sus propias leyes. Sin embargo, una gran masa de población se hacinaba en barrios pobres, gastaba su dinero en alcohol, formaba parte de bandas criminales y llevaba a cabo actos violentos, tanto en las calles como dentro del hogar. En especial, la violencia contra la mujer y los niños se generalizó, lo que llevó a la creación de casas de acogida que les ofrecían un lugar digno para vivir. Además, esas mismas casas de acogida sirvieron como pilar para el desarrollo de movimientos feministas que ayudaban a esas mujeres a estudiar, formarse y obtener empleos cualificados que les permitieran salir de la pobreza y, sobre todo, de la dependencia económica de sus maridos maltratadores.
En aquel tiempo, diversos movimientos políticos, religiosos y sociales empezaron a señalar el consumo de alcohol como una de las causas fundamentales de estos hechos. Ya en 1826 se había fundado la Sociedad Americana por la Templanza, que encontró una buena respuesta a su condena de las bebidas alcohólicas, de la misma forma que hicieron en décadas sucesivas los líderes religiosos protestantes o los políticos de izquierdas, cada cual preocupado por la evolución de la sociedad americana hacia la sordidez y la decadencia. Sobre la base de esos movimientos se establecieron más tarde políticas muy importantes de desarrollo social, como ocurrió con la Unión Cristiana de Mujeres por la Templanza, que empezó como una liga femenina de intelectuales alarmadas por los índices de alcoholismo y, de paso, se dedicó a promover la formación de la mujer en los Estados Unidos y el sufragio femenino.
Los sectores más conservadores achacaban los problemas derivados del consumo de alcohol a los inmigrantes europeos -irlandeses, italianos o alemanes-, mientras que los sectores progresistas hablaban de marginalidad, pobreza, hambre y enfermedades.
En enero de 1919 fue ratificada en el Congreso de los Estados Unidos la Enmienda XVIII a la Constitución, que se complementó más tarde con la llamada ley Volstead. De esta manera, el 17 de enero de 1920 entró en vigor lo que los ciudadanos americanos llamaron simplemente la Prohibición. Desde ese momento, la policía, los agentes federales, los jueces y políticos en cargo iniciaron una guerra abierta contra el alcohol en todos sus frentes: la producción, el transporte y la venta. Todos estos aspectos fueron perseguidos, con fuertes penas de cárcel para quienes se saltaran la ley.
Por desgracia, los resultados fueron justamente los contrarios: el alcohol recayó en manos de las bandas criminales, que se enriquecieron monopolizando las vías de transporte y los puntos de venta. A cuenta de esto se enfrentaron unas bandas con otras, generalmente con episodios de violencia en las calles de las ciudades más implicadas con este comercio, como Chicago o Detroit. Se formaron estructuras piramidales controladas por irlandeses e italianos, lo que dio importancia a las familias mafiosas, núcleos que acaparaban el poder económico derivado del alcohol y que solían establecer lazos de ayuda con funcionarios corruptos. Policías, jueces y políticos aceptaron sobornos por parte de estas familias, lo que les otorgó protección de cara a la ley.
Alphonse Gabriel Capone
El caso más sonado fue el de Alphonse Gabriel Capone, más conocido como Al Capone o como Caracortada. Hijo de un barbero italiano, nació en Brooklyn, Nueva York. Gracias a su amistad con el gánster Johnny Torrio, entró a formar parte de diversas bandas locales que se encargaban de dar palizas o incluso de asesinar por encargo. Una noche, mientras trabajaba como guardaespaldas del mafioso Frankie Yale, se vio implicado en una pelea a navaja en el club de su jefe, a consecuencia de la cual quedaría para siempre con tres feas cicatrices en la mejilla izquierda que le darían su apodo. Él, sin embargo, se inventó que eran la consecuencia de la explosión de una granada alemana durante la Gran Guerra, y por ello se presentaba a sí mismo como un veterano de la lucha en Francia.
En 1919, su antiguo amigo Johnny Torrio llamó a Capone desde Chicago y lo animó a unirse a la banda de James Colosimo, apodado Big Jim, que controlaba los locales de alterne y la trata de blancas de la zona. Con la llegada de la Ley Seca, Colosimo decidió no intervenir en las redes de comercio de alcohol y entonces Torrio contrató a Frankie Yale para que lo asesinara y así poderse quedar con toda su organización. Capone se encargó de llevar toda la red de prostitución, casinos y contrabando de alcohol a través de la frontera canadiense.
Chicago se convirtió en esa época en la ciudad de las mafias del alcohol, que con frecuencia se tiroteaban en plena calle o ponían bombas en los locales que se negaban a vender su material o a pagar sus cuotas. El propio Johnny Torrio sufrió un ataque en 1925 por el que recibió varios disparos de metralleta que casi le costaron la vida. A partir de ese momento, prefirió marcharse a vivir a una casita en Italia y cedió la organización a Capone.
El crimen se radicalizó en la ciudad. Capone impuso un control férreo del contrabando de alcohol, eliminó de manera expeditiva a todos sus rivales, obtuvo el favor de policías y jueces a los que sobornaba, e hizo unas cuantas demostraciones de crueldad que pretendían evitar cualquier intento de ataque como el que había sufrido su amigo Torrio. Especialmente memorable fue la llamada matanza del día de San Valentín, en la que unos asesinos disfrazados de policías simularon una redada y luego ametrallaron a los miembros de la banda de Bugs Moran. Nadie fue detenido por este hecho.
Por otra parte, Capone se había construido una imagen pública de hombre generoso, entregado a las causas sociales y que incluso abrió un comedor social. La prensa lo adoraba, lo que de paso sirvió para movilizar a la sociedad en contra de la Ley Seca.
Oficialmente constaba como vendedor de antigüedades, pero la realidad es que contralaba la mayor parte del mundo del hampa de los Estados Unidos desde su base de operaciones en el hotel Lexington, en Chicago. Vestía ropa de seda y viajaba siempre en un coche blindado. El agente Eliot Ness y sus Intocables se veían incapaces de atraparlo, en parte gracias a sus muchos contactos.
Hasta que, en 1927, el abogado de Capone, Edward J. O´Hare, presentó pruebas a los federales de que esa terrible organización criminal no estaba pagando a Hacienda. Ese fue el curioso motivo de la detención de Al Capone: evasión de impuestos. En 1931 fue condenado a once años de prisión, que cumplió inicialmente en Atlanta y después en la prisión de Alcatraz. A partir de ahí, su imperio se vino abajo. Sus antiguos aliados renegaron de él, sus propiedades fueron vendidas, su organización piramidal se hizo añicos e incluso el impresionante coche blindado en el que se movía acabó en manos del presidente Franklin D. Roosevelt.
Demencia progresiva y sífilis
Durante los años 30 comenzó a manifestar una demencia progresiva que se cree secundaria a una sífilis que habría adquirido en Nueva York durante su juventud. Su cabeza se perdió por completo y por ello fue liberado, por motivos compasivos, en 1939. Y aun así todavía fue capaz de una última orden: la muerte de Edward J. O´Hare, el abogado que había propiciado su condena.
Por entonces, el tiempo de la Ley Seca había llegado a su fin. El 5 de diciembre de 1933 fue ratificada la Enmienda XXI a la Constitución, que derogaba la XVIII y ponía fin de este modo a la Prohibición. Es la única ocasión en la historia de los Estados Unidos en la que una enmienda a la Constitución ha sido derogada.
La sociedad había comprendido que la prohibición de producir, transportar y beber alcohol no solucionaba los problemas de la delincuencia y la marginalidad, sino que en realidad los acuciaba. La mafia había crecido como nunca y la actuación de las fuerzas del orden no podía impedirlo.
A partir de los años 30 comenzó una época nueva, sin Ley Seca pero con unas cuantas lecciones aprendidas. Personajes como Eliot Ness y Al Capone se han convertido en leyendas de los Estados Unidos, a la misma altura que aquellos exploradores de frontera, colonos del Oeste, buscadores de oro o asaltantes de diligencias, y ya forman parte de la conciencia colectiva.