Reportero policial, relaciones públicas del Ejército y sobre todo escritor de aventuras, hoy se cumplen 137 años del nacimiento de un autor genial, gran representante de la ficción pulp y uno de los de mayor influencia a largo plazo. Mucho de lo que sabemos hoy acerca de los justicieros enmascarados se lo debemos a Johnston McCulley.
La primera aparición literaria de un enmascarado que se dedicaba a luchar contra la tiranía fue en 1905 en la novela La Pimpinela Escarlata, de la baronesa Emma Orczy. Siete años después, salía publicado en la revista americana All–Story Magazine el serial ⸺y luego novela⸺ Una princesa de Marte y, a finales de ese mismo año, Tarzán de los Monos, ambos de Edgar Rice Burroughs. En ellos, un individuo especialmente dotado imponía su superioridad física sobre los malvados, asesinos y dictadores.
Todas estas creaciones influyeron en un joven reportero de Illinois llamado Johnston McCulley, que había servido como relaciones públicas del Ejército americano durante la Gran Guerra y que en 1919 decidió que él también podía contribuir a la historia de la literatura. Lo hizo con un serial titulado La maldición de Capistrano, que se publicó en All–Story Magazine entre agosto y septiembre de ese año. El impacto fue tremendo. Era la época floreciente de las revistas pulp, cuando jóvenes de un lado al otro de los Estados Unidos devoraban aquellas historias de detectives, islas misteriosas o planetas lejanos. Y eso pronto se tradujo en una adaptación: solo un año después se estrenaba La marca del Zorro, película muda que Douglas Fairbanks escribió, produjo e interpretó a partir de la novela de McCulley.
Desde ahí el éxito fue inmediato: seriales radiofónicos, películas con sonido y más tarde en color, series de televisión de imagen real, series de animación, telenovelas, obras de teatro, comics, juegos de rol, merchandising, discos musicales o videojuegos. El personaje ha ido pasando de generación en generación, con pequeñas variaciones, y ha dado pie a todo el mercado actual de los superhéroes.
Pero ¿cuál es el mérito de McCulley?
El Zorro sigue la historia de don Diego de la Vega, un rico hacendado de la ciudad de los Ángeles, hijo del poderoso terrateniente don Alejandro de la Vega. En los duros tiempos de la ocupación española de California, el pueblo sufre la opresión de los militares, los altos impuestos del Gobierno y la violencia de los soldados. Pero en ese momento surge un héroe enmascarado capaz de oponerse a ello, un espadachín formidable, jinete habilidoso y pistolero rápido, siempre oculto bajo un sombrero negro y un antifaz. Conocido como el Zorro, se dedica a proteger a los inocentes y burlar a los malvados, y a estos últimos siempre les deja una marca con su espada: la Z de su nombre. Nadie sabe que debajo de la máscara se oculta don Diego de la Vega, un joven que aparenta tener miedo de todo y esquiva el peligro. Esa es la manera de proteger su identidad secreta y de evitar que sus enemigos ataquen a aquellos que lo rodean. Su único apoyo es Bernardo, su criado mudo, que cuida de la guarida del Zorro, sus armas, su caballo Tornado y, sobre todo, su secreto. Poco a poco, además, irá ganando una serie de aliados que colaborarán en su lucha de una forma desinteresada.
El Zorro es la base de todo lo que conocemos sobre los justicieros enmascarados: la doble identidad, el hecho de fingirse inútil, el triángulo amoroso, el mayordomo fiel, la guarida secreta, la marca que deja en sus enemigos, el afán de justicia o los aliados que le surgen en su camino. De ese concepto surgieron muchos más personajes con el paso de los años: La Sombra, de Walter Gibson; Batman, de Bill Finger y Bob Kane; El Llanero Solitario, de George W. Trendle y Fran Striker; o El Coyote, de José Mallorquí.
Johnston McCulley escribió 60 historias más del personaje, además de otras muchas series pulp. Vio el éxito de sus obras, la trascendencia de las adaptaciones y la influencia que tenía en otros escritores. Pero, sobre todo, pudo comprobar el gusto de sus lectores, que adoraban las novelas del Zorro y nunca tenían bastante.
Y ese es el mayor premio que le espera a un autor.