Se cumplen hoy 523 años de la quema pública de libros supuestamente pecaminosos, cuadros, instrumentos musicales, vestidos o espejos que promovió el fraile dominico Girolamo Savonarola en su cruzada personal contra la Florencia de su época. Fue el culmen de su política de persecución de los desmanes públicos de los ricos y poderosos, que acabó degenerando en extremismo irracional. A él le costó la vida, pero a Europa le sirvió de guía para alcanzar, tiempo después, los ansiados regímenes democráticos.
Hay pocos momentos históricos más apasionantes que la Italia del Renacimiento. Sus continuos juegos de poder entre reyes, banqueros y papas se saldaban casi siempre con sangre, los ejércitos de unos reinos y otros se enfrentaban de continuo y las fronteras se desplazaban con frecuencia, movidas por la fuerza de los cañones o la manipulación de la fe. Aunque parezca que fue un periodo largo, la realidad es que se produjeron muchos cambios políticos que marcaron el inicio de la Edad Moderna y lo dividieron en fases bastante más breves.
Una de las familias más importantes de la época fue la de los Médici. De origen humilde, su dedicación a la banca marcó su ascenso económico, su relación directa con reyes y papas y, al mismo tiempo, sus continuas guerras con otras familias, como los Pazzi y los Salviati. Pero los Médici también fueron grandes mecenas de las artes y de la ciencia. Leonardo Da Vinci, Galileo, Rubens, Miguel Ángel, Botticelli, Brunelleschi o Donatello fueron algunos de los eminentes patrocinados por esta familia.
Pero lo que marcó en mayor medida la época en la que vivieron fue su lucha por el poder. En 1478 tuvo lugar la conspiración de los Pazzi, el intento de asesinato de Lorenzo de Médici durante la misa solemne en la Catedral de Santa Maria del Fiore que no logró terminar con la vida del banquero pero sí con la de su hermano Juliano, a causa de las diecinueve puñaladas en el cuerpo y el tajo de espada en la cabeza que recibió en esa mañana de domingo. Este golpe de efecto, que pretendía hundir a la familia y favorecer a los Pazzi, estaba directamente orquestado —o por lo menos consentido— por el papa Sixto IV —el promotor de la Capilla Sixtina—. Arte, riquezas y conspiraciones políticas eran el día a día en ese lugar.
En 1452 había nacido en Ferrara uno de los personajes más importantes del siglo: Girolamo Maria Francesco Matteo Savonarola. De familia pudiente, aprendió las bases de su extensa cultura con su abuelo médico, Michele Savonarola, que además inculcó en él su profunda devoción religiosa. Su padre quería que él también se hiciera médico, pero enseguida derivó hacia el estudio de la teología y en Bolonia solicitó el ingreso en la orden de los dominicos. Ya desde esa época, se caracterizó por el cumplimiento estricto de la norma y la denuncia pública en sus sermones de las condiciones de vida de los ricos y los poderosos, incluyendo a sus propios superiores. Cardenales y papas corruptos eran su blanco principal, en un tiempo de hijos secretos, perversión y nepotismo. Las bulas se compraban sin reparos, las amantes entraban y salían del Vaticano a plena luz del día y los asesinos resultaban tan fáciles de conseguir como unos faisanes y un buen vino. En cambio, los pobres se morían de hambre y las calles estaban plagadas de mendigos, situación ideal para que un revolucionario levantara al pueblo con sus arengas.
En 1491, Savonarola fue trasladado a la iglesia de San Marco, en Florencia, y desde allí cargó en sus discursos primero contra el papa Inocencio VIII y contra Lorenzo de Médici, y después, cuando ambos murieron en 1492, contra sus sucesores: Alejandro VI y Piero de Médici. Al dominico no le temblaba la voz ante los más poderosos, aunque eso llegara a poner en peligro su vida. El pueblo reaccionó con ira contra los Médici, a los que culpaba de la situación de miseria generalizada.
El detonante fue la invasión de Italia llevada a cabo en 1494 por el rey Carlos VIII de Francia, que pretendía reclamar su derecho sobre Nápoles, pero que de paso exigió enormes prebendas por parte de todos los reinos que atravesaba. Savonarola vio en este asunto la ocasión perfecta para expulsar a los Médici de Florencia y así resultó ser. Piero trató de evitar la guerra a base de conceder a los franceses todo lo que pidieran, pero los florentinos —sobre todo las familias ricas, contrarias a los Médici, pero también el pueblo, azuzado por el dominico— vieron en esta actitud una muestra de debilidad. Todos se volvieron contra la insigne familia, que tuvo que abandonar la ciudad, y enseguida sus palacios y propiedades fueron invadidos por la turba.
Desde ese momento se proclamó la Segunda República de Florencia, que estuvo gobernada por el llamado Gran Consejo, un órgano legislativo al que pertenecía una quinta parte de los ciudadanos con derecho a voto, esto es, unas tres mil personas. Se intentó así aumentar la participación del pueblo en las decisiones del Estado, a diferencia de la oligarquía rica que mandaba hasta entonces.
Pero, en la práctica, esto supuso el caos. Con tanta gente gobernando, resultaba muy complicado tomar cualquier decisión, lo que aprovechó Savonarola para servir de consultor oficioso, sin cargo explícito, pero en realidad con el máximo poder en la sombra. Bajo su dirección, Florencia se convirtió en un Estado religioso radical, estricto y entregado a los mandamientos. Jesucristo apareció nombrado como rey de Florencia en la nueva Constitución, los prestamistas fueron expulsados del país y se reformó toda la estructura del Gobierno para eliminar el control que ejercían los Médici a través de sus aliados.
El 7 de febrero de 1497, festividad de Martes Santo, los partidarios del dominico recorrieron las calles de Florencia y acumularon toda clase de objetos que consideraban que debían ser eliminados: libros blasfemos, pinturas, instrumentos musicales, tocadores, espejos y cualquier otro producto de belleza, que según él instigaban el pecado de la vanidad. Libros de Boccaccio, pinturas de Botticelli… Las hogueras llenaron la ciudad y las pérdidas fueron terribles, no solo en cuanto a las obras de arte que desaparecieron sin remedio, sino por la pérdida de libertad, que siempre es mucho más difícil de medir.
Sin embargo, los ánimos en Florencia no se mantuvieron fieles a Savonarola, como él creía que iba a ocurrir, sino que su política radical terminó por cansarlos. Los banqueros que habían confabulado contra los Médici entendieron que habían encontrado un enemigo todavía peor que ellos. El pueblo se hartó de los excesos mesiánicos del dominico y de los sacrificios que, supuestamente, les exigía Dios. Y el papa temía la pérdida de respeto que suponían para él aquellos sermones incendiarios desde la iglesia de San Marco.
La respuesta no tardó en producirse: Alejandro VI, el papa Borgia, reunió en torno a su figura a una Liga Santa que incluía a los Reyes Católicos, Venecia, Milán y el Sacro Imperio Romano Germánico, y aunó todas esos ejércitos con el suyo propio para enfrentarse a los soldados franceses, que por entonces ya habían ocupado Nápoles. Carlos VIII se vio rodeado por un enjambre de enemigos y a punto estuvo de no poder regresar a Francia. Esos habían sido los principales aliados de Florencia.
Entonces le tocó el turno a Savonarola. El papa intentó sobornarlo y, al ver que no tenía éxito, lo excomulgó, ordenó su detención y luego su muerte. En aquel momento ya solo tenía unos pocos partidarios, que no pudieron hacer nada para impedirlo. Su posición se había vuelto tan radical que todos lo habían abandonado.
En 1498 fue arrestado, sometido a tortura, sentenciado a muerte y finalmente ajusticiado el 23 de mayo en la Piazza della Signoria junto a dos de sus fieles. Para que nadie los pudiera venerar como mártires, sus cuerpos fueron quemados y las cenizas terminaron lanzadas al río Arno desde el Ponte Vecchio. El papa disfrutó de una cierta tranquilidad hasta 1503, año en que falleció en extrañas circunstancias —algunos dicen que envenenado—.
Los Médici recuperaron el poder en Florencia en 1512 y reconstruyeron el modelo de Estado que habían manejado durante tanto tiempo, en este caso bajo la influencia de Giovanni Médici, hijo de Lorenzo el Magnífico. Esto fue posible por la mediación de la Liga Santa y en concreto de los ejércitos españoles, que invadieron la ciudad y pusieron a los Médici al mando.
La actuación de Savonarola fue extremista, peligrosa y temida por todos, sobre todo en sus últimos tiempos. Pero de su actuación surgieron mecanismos democráticos del Estado que hacía mucho que no se veían y que aún tardarían bastante en calar en Europa. El dominico defendió una mayor participación del pueblo en las decisiones del Gobierno, en detrimento del poder de las grandes fortunas. Esa es la razón por la que cada 23 de mayo se celebra en Florencia una fiesta en su recuerdo, la Fiorita, que comienza en la Piazza della Signoria y discurre hasta el Ponte Vecchio, donde se realiza una ofrenda floral.
Sin embargo, tal día como hoy, esos planteamientos degeneraron en la quema de la cultura, el arte y la ciencia de su época, en un espectáculo público que llenó la ciudad de fuego. Y lo peor es que la mayoría de sus habitantes participó de manera espontánea y jaleó el incendio.
Eso es lo más temible de los grandes oradores: la manera en que las masas se unen con júbilo a las atrocidades que les proponen desde un púlpito o una tarima.