Hoy se cumplen hoy 242 años de la muerte de James Cook, de profesión capitán de la Marina Real Británica, pero de vocación navegante, explorador y cartógrafo, y una de las personas que más contribuyó al conocimiento de los mares, primero en el Atlántico Norte y luego en el Pacífico Sur. Él quería recorrer el mundo y desde luego que lo consiguió.
Nació en una pequeña granja en un pueblito del norte de Inglaterra, Marton, junto a la actual Middlesbrough. Estudió hasta los trece años, pero enseguida se tuvo que poner a trabajar. En una familia modesta con cinco hijos, nunca sobraban manos para realizar las tareas de la granja. Después fue aprendiz de tendero en la cercana ciudad de Whitby, donde tuvo su primer encuentro con el mar, que lo enamoró por completo. Entonces comprendió que nunca podría separarse de ese elemento, que se moría por navegar y por descubrir el mundo. Era la época de los viajeros y descubridores, de los grandes marinos de la Armada que afrontaban peligros inmensos, luchaban contra pueblos salvajes y volvían a casa con honor y gloria. Esas historias llenaron la cabeza del joven James y, como el Jim Hawkins de La isla del tesoro, soñó con embarcarse y vivir sus propias aventuras.
A los dieciocho años se enroló como aprendiz en un barco mercante de carbón propiedad de John Walker, que se dedicaba a recorrer la costa inglesa y con el que navegó hasta el mar Báltico. Pero pronto se dio cuenta de que no le bastaba con eso, que él buscaba otra cosa. Descubrir lugares inexplorados, pasar a la historia. A los veintisiete años lo dejó todo y se alistó en la Marina Real, aun a sabiendas de que tendría que empezar de cero. Había logrado el mando de su propio barco y habría podido vivir el resto de su vida holgadamente, pero renunció a un empleo estable por su sueño de explorador.
Poco después dio comienzo la Guerra de los Siete Años, una especie de guerra mundial del siglo XVIII, pues en ella intervinieron casi todas las potencias de la época. Prusia, Gran Bretaña y Portugal se enfrentaron a Francia, Rusia, Suecia, España y el Imperio austríaco. El resultado fue alrededor de un millón y medio de víctimas y la disyuntiva acerca de la posesión de las colonias americanas, que se acordó en el tratado de París de 1763.
Cook se unió a la contienda y participó en el sitio de Quebec, pero enseguida se hizo obvio que su auténtico valor no estaba en la guerra, sino en la cartografía. Aprovechó las maniobras militares para trazar mapas de Terranova y del río San Lorenzo, lo que le granjeó una enorme fama ante la Royal Society. En 1762, a la vuelta de la guerra, se casó con Elizabeth Batts, a la que conocía desde joven y con la que llegaría a tener seis hijos. Se mudaron a Londres y entonces Cook recibió una propuesta formal de trabajo de la Royal Society: un viaje de exploración al Pacífico Sur en busca de la legendaria Terra Australis, el supuesto continente que se hallaba al sur de todas las tierras del mundo y del que en aquella época se pensaba que formaban parte Australia, Nueva Zelanda y Tierra del Fuego.
Cook obtuvo el mando del HMB Endeavour, un barco carbonero reconvertido, y partió con él desde Inglaterra, atravesó el Atlántico Sur, dobló el cabo de Hornos y desde allí se adentró en el Pacífico. Visitó Tahití, circunnavegó Nueva Zelanda —con lo que demostró que no pertenecía a la Antártida— y trazó mapas muy completos de la región. Después recorrió Australia, de ahí al cabo de Buena Esperanza y finalmente a Inglaterra, tres años después de su partida. No había logrado alcanzar Terra Australis, pero sí demostrar que había otras regiones que no formaban parte de ella. Además, comprobó que, si los marinos ingerían de manera regular fruta fresca, no padecían escorbuto, la enfermedad tradicional de los largos viajes marítimos.
Esta hazaña le otorgó fama nacional y el ascenso a capitán de fragata. Solo un año después volvió a partir en busca del mismo continente, pero siguió sin encontrarlo. Al mando de la HMS Resolution y acompañado por otro barco, la HMS Adventure, Cook circunnavegó el globo terráqueo durante tres años y fue el primer marino en cruzar el Círculo Polar Antártico. El recorrido se volvió infernal, con temperaturas bajísimas y placas de hielo, lo que hizo que se retiraran a Nueva Zelanda. No estaban realmente preparados para un viaje semejante, ni siquiera durante el verano austral, por lo que llegaron a la conclusión de debían volver a casa. Por pura casualidad, la Adventure se encontró con la isla de Tasmania, lo que hizo que ese viaje entrara aún más en la historia. Cook fue nombrado miembro de la Royal Society y capitán de navío, con lo cual habría podido retirarse como un héroe y vivir de la gloria conseguida.
Pero incluso entonces fue incapaz. Un año después de su llegada, volvió a embarcar en la Resolution con un objetivo muy ambicioso: explorar el estrecho de Bering y hallar una posible vía entre el Atlántico y el Pacífico por el norte de América. Partió de Inglaterra una vez más, bordeó África, cruzó el Pacífico Sur y ascendió para aproximarse a la costa oeste de Norteamérica. Llegó al estrecho de Bering pero de nuevo las placas de hielo obstruyeron el paso y no le permitieron seguir adelante. Las condiciones del viaje fueron terribles e incluso marinos tan experimentados como él sufrieron la dureza de aquel territorio.
Pero la vuelta resultó aún peor. Hizo escala en Hawaii, donde en el camino de ida había sido recibido casi como un dios, pero al regreso hubo malentendidos que acabaron en pequeñas escaramuzas. Los indígenas se hicieron con uno de los botes de la Resolution y la reacción de Cook fue desproporcionada, ya que ordenó el secuestro del rey Kalani´ōpu´u para obligar a que le devolvieran su bote. Eso hizo que subiera el conflicto, todos llegaron a las armas y miles de hawaianos rodearon a la tripulación. Cuatro oficiales y el capitán cayeron asesinados por la turba tal día como hoy. Cook recibió una puñalada que lo mató en el acto. Luego se apropiaron del cuerpo, lo cocinaron para extraer todo resto de carne y pelaron los huesos por completo como parte de un ritual. Algunos de esos huesos fueron devueltos a la tripulación, pero el resto permaneció en Hawaii y fue venerado durante largo tiempo, ya que en realidad los indígenas admiraban el valor de ese hombre. Los marinos consiguieron recuperar parte de su cuerpo y le dedicaron un entierro marítimo, como correspondía a su posición.
La contribución de James Cook a la navegación fue inmensa. Lo que sabemos hoy sobre muchas costas, mares y trazados se debe a su labor de años. Cuando podía haber permanecido en tierra con una buena renta vitalicia, él quiso volver a embarcarse una y otra vez. Y eso al final le costó la vida, pues aquellas travesías estaban llenas de peligros, a veces contra los elementos naturales y a veces contra las tribus que se iban encontrando. Hoy varias islas, montes e incluso un cráter lunar llevan el nombre de este marino que desde pequeño tuvo claro que había nacido para entrar en la leyenda.