La ansiedad es un estado mental profundamente limitante y cada vez más frecuente en estos tiempos de gran incertidumbre que estamos atravesando. Sabemos que tenemos ansiedad cuando de pronto sentimos que nuestro corazón late a una velocidad mayor de la habitual, cuando nos duele el estómago, sudamos, nos mareamos y todo a nuestro alrededor comienza a dar vueltas; es decir, se experimentan alteraciones en el rostro, tensión muscular, patrón respiratorio y lenguaje.
Con tales síntomas, resulta casi imposible conectar con las personas de nuestro entorno, hasta el punto de no poder empatizar con ellas o simplemente desear el aislamiento social. Aunque lo realmente preocupante resulta del hecho de que nuestra mente se encuentra tan saturada con pensamientos amenazantes o repetitivos que hace que perdamos el control de nosotros mismos.
Casi todos hemos experimentado alguna vez, aunque sea de forma puntual, esa sensación de falta de aire, de comerse las uñas constantemente o tocarse la cara una y otra vez, de abrir la nevera cada dos minutos para buscar algo con lo que suplir ese nerviosismo, no poder conciliar el sueño o concentrarse en las tareas. Cuando la ansiedad se hace presente, la ilusión poco a poco va desapareciendo, se pierde la motivación, el sentido de vivir, de disfrutar de las cosas cotidianas… En definitiva, se trata de dejar de ser uno mismo para convertirse en una entidad usurpada por la preocupación y el miedo.
Conviene aclarar que existen dos modalidades de ansiedad. Una de ellas es adaptativa, cuya función se basa en una respuesta instintiva y razonable para protegernos de un peligro o situación a la que tenemos que hacer frente. El otro tipo de ansiedad es psicológica o patológica, es decir, que aparece sin que exista un riesgo o amenaza real. Por ejemplo, tengo mucho miedo por si me entran en casa a robar, y entonces genero un hábito que me hace estar pendiente de forma obsesiva cada dos por tres de cerrar todas las puertas y ventanas, de escuchar el mínimo ruido y llegar a entrar en pánico pensando que hay un ladrón en la casa. Por lo tanto, esto es un miedo creado en nuestra mente que no tiene por qué suceder, sin embargo, nuestro cerebro lo asocia como algo real.
Cualquier forma de ansiedad es importante gestionarla. Cuando no le prestamos atención e ignoramos sus síntomas, estos tienden a crecer e incluso a adulterar la personalidad. Es importante buscar ayuda a tiempo para que esto no suceda.
Cuando aparece la ansiedad, conviene realizarse algunas preguntas, como por ejemplo: ¿Desde cuándo tengo este síntoma?, ¿qué imágenes o pensamientos me vienen a la cabeza?, ¿tales miedos son reales o infundados?, ¿qué me digo internamente? El diálogo interior es muy importante para reducir los niveles de ansiedad, es a partir de entonces cuando se puede descubrir qué se esconde bajo aquella. También, otra forma efectiva es hablar en tercera persona, pues al evitar el «yo» hace que se vea desde otra expectativa, viendo el problema como un espectador y no envuelto en el mismo. Ambas técnicas son muy válidas para la reducción de la ansiedad.
Si la mente se entrena para cambiar el foco del miedo, gestionar las emociones y elegir cómo interpretar las cosas que van sucediendo cada día, se puede superar el estado de ansiedad. Esto requiere dedicación y compromiso.
Primero de todo, es importante no juzgarse ni sentirse culpable por sentir ansiedad o por estar apáticos con el mundo que nos rodea, por encontrarse mal o no querer levantarse de la cama.
Segundo, expresar nuestros sentimientos y pensamientos, pues solo el hecho de guardarlos hace que se multipliquen, quedando retenidos en forma de ansiedad hasta que llegue un día que exploten de forma rebelde y entonces el problema pueda agravarse. El compartir y expresar los miedos y preocupaciones con alguien de confianza hace que disminuya su estado.
Por último y la más importante, es la capacidad de ser uno mismo, comportarse de forma asertiva y dejar la preocupación por el qué dirán, pues el desempeñar un papel que no nos corresponde por el simple hecho de agradar, ya sea a los padres, hijos, amigos, pareja, jefe…, hace que bajo esa máscara autoimpuesta tan solo se encuentre una temerosa entidad alimentada por la famosa ansiedad de no poder ser auténtico.