Fotógrafo humanitario y documental, sin prisas y sin pausas, su carrera es un sinfín de demostraciones de empatía. En Europa, América, Asia o África. En guerras, tsunamis, hambrunas o huracanes. Javier Teniente (Vigo, 1968) dejó hace ya más de 20 años las urgencias de los periódicos, de la actualidad apresurada, para abordar lo que realmente le gustaba. «Comencé en prensa diaria pero siempre sentí que esas prisas no iban con mi forma de trabajar», asegura en una entrevista con VIGOÉ.
Desde el pasado 17 de junio y hasta el 5 de septiembre, Teniente ofrece en la Casa das Artes su muestra «Geografía atormentada», una «revisión» de muchos de sus trabajos en diferentes partes del mundo. Desde Sumatra a Senegal, pasando por Irak, Mozambique, Kosovo o Mauritania.
Su objetivo con esta exposición comisariada por su compañero Jorge Lens es «invitar a la reflexión, al debate, sensibilizar…», porque estamos ante un fotógrafo comprometido al que le gusta contar las historias de la gente que sufre. Por esa misma razón se muestra muy crítico ante la falta de imágenes sobre la actual pandemia del coronavirus y la dificultad que tuvieron los fotógrafos para acceder a los centros médicos en España. «La dictadura mediática es terrible, es más fuerte que antes».
-¿Qué quiere contar en “Geografía Atormentada”?
-Es una retrospectiva, pero yo prefiero considerarla parcial, de media carrera, porque quiero pensar que todavía me queda otro tanto por recorrer. De cualquier forma, no me gusta hablar de una retrospectiva porque no toca todos los temas que he tratado en mi carrera. No está “Hijos del Océano”, no está “Mans salgadas”, no está “Cabalos de Vento”, etc. Lo veo como una revisión de todos mis trabajos a lo largo de estos veintitantos años, pero siempre pensando en esos trabajos de zonas en conflicto. Podríamos decir que es un trabajo dedicado a esa fotografía humanitaria y documentalista. Se trata de hacer una revisión partiendo de otro punto de vista, no cuando tenía un fin que era la prensa, sino ahora algo más pausado y tranquilo, con muchos años por delante para poder revisar todo ese trabajo con calma y seleccionar otro tipo de fotografías. Un trabajo más de autor y más pausado, más reflexivo. El fin viene a ser el de siempre, invitar a la reflexión, al debate, sensibilizar… También diría que es un recorrido vital, porque ahora cuando lo veo montado me impresiona un poco y me emociona, ahí está mi vida resumida, es emocionante para mí.
-Siempre ha buscado para trabajar esas zonas atormentadas. ¿Al organizar esos viajes la intención era mostrar los lugares en los que la gente sufría?
-Realmente mi trabajo era ese. Estar en el sitio en el que sucedían cosas para poder trasmitirlas, contarlas. Realmente siempre fui fotógrafo documentalista para dejar constancia de esos acontecimientos. Es verdad que en la exposición no solo trato esos temas, porque hay reportajes en la India, Ecuador… en el que no había ese tipo de acontecimientos, pero había historias que me apetecía contar. Siempre me posicionaba del lado de los que sufrían, eso no cambió, lo sigo haciendo ahora. Hay reportajes desde 1996 hasta 2019, casi hasta ahora. El último es un trabajo hecho con los mineros aquí al lado, en León, pero entra en esa mirada retrospectiva porque también ves su sufrimiento cuando se acababa un mundo del que llevaban viviendo varias generaciones. Era muy triste para ellos, lo considero como parte de esa geografía atormentada y parte de lo que llevo haciendo toda mi vida, contar historias que entendía merecían ser contadas y sobre todo siempre de gente que está sufriendo. Darle voz a esa gente que lo está pasando mal.
-También es cierto que tiene una forma especial de contarlo, sin las prisas de los periodistas y fotógrafos de actualidad, de batalla diaria.
-Eso para mi trabajo es fundamental, mis viajes no son relámpago, de irme unos días, conseguir unas fotos y salir de allí. Normalmente pasaba meses, lo mínimo un mes, hasta que me vencía el visado. Necesito ese tiempo para estar con la gente, dejar que se permee esa historia y poder contarlo de la forma más fiel posible. A día de hoy sigo necesitando ese tiempo para contar mi historia, entiendo que debe ser así. Comencé en prensa diaria pero siempre sentí que esas prisas no iban con mi forma de trabajar. Por eso cuando se habla de documentalismo o fotoperiodista, estos son los matices que marcan la diferencia. Poder documentar significa dar tiempo a una historia.
-¿Fue esa la razón principal para dejar la prensa diaria?
-No solo eso. El viaje en sí era muy apetecible para mí en esos años. Poder viajar a lugares donde pudiera contar cosas. Y luego que tenía ya como referentes a fotógrafos que marcaban un estilo que me llevaban hacía ahí. Cuando hablo de una geografía atormentada, para mí son dos palabras muy importantes. Coger mi mapa, el viejo Atlas, no me vale Google, sigue siendo un momento apasionante. El viaje siempre fue fundamental. Hoy en día, con el paso de los años, ya no me importa tanto el viaje en sí como las historias. En aquel momento sí, viajar, conocer gente, otras culturas…
-¿Cuál fue el sitio que más le impactó?
-Hay varios. Dejando claro que no soy un fotógrafo de guerra, sino que trabajé en sitios de conflicto, pero me interesaba lo que le pasaba a toda esa población que estaba sufriendo paralelamente. Hay lugares como Irak, sin duda, o Haití, que fueron realmente duros para mí. También recuerdo Albania, la frontera con Kosovo, aquel éxodo en el año 99, una de mis primeras experiencias traumáticas. Fue muy duro asumir toda aquella historia al lado de mi casa, porque aquellas personas podían ser mis padres o podía verme yo reflejado. Luego hubo episodios, como la muerte de Ricardo Ortega, que estaba trabajando en Haití, o Irak, que son difíciles de entender. Son duros, te hacen daño, te van mermando, habría muchos.
– ¿A qué lugar volvería si pudiera repetir alguno de sus viajes?
-Si tuviese una buena historia volvería a cualquiera de ellos. Es verdad que hay un sitio al que vuelvo una y otra vez, aunque no tenga nada que contar, a la India. Simplemente por viajar por el país, me apasiona y por mucho que voy, no acaba de ver nada más que la epidermis. Me atrae mucho.
-¿En qué proyecto trabaja ahora mismo?
-Estuve el mes pasado en Guatemala, donde estoy empezando un nuevo proyecto sobre el corredor seco centroamericano, que abarca todos los países donde la sequía está haciendo estragos. Es una de las causas de la emigración que llega a Estados Unidos. Ahí tengo muchas historias dentro de una, todas importantísimas, que se resume en el cambio climático, la violencia y la inmigración. Me apetece mucho trabajar ahí, en esa zona pequeña, y quiero trabajar en todos esos países.
-¿Ya conocía Guatemala?
-No, estuve en Honduras con el huracán “Mitch”, pero Guatemala es la primera vez. Me interesan buenas historias que no estén muy sobadas a nivel mediático y donde poder trabajar durante un periodo de tiempo más o menos largo. No me interesan mucho los reportajes de una semana.
-¿Cómo se consigue financiación fuera del circuito de esa actualidad mediática?
-Antes era mucho más fácil conseguir financiación, ahora está muy complicado. Sigo vendiendo reportajes, pero poco, porque la prensa ya no está receptiva a ciertos temas. Y luego busco apoyos y colaboraciones. Muchas veces con intercambios con ONGs que me facilitan la logística. Sigue siendo un camino duro de labrar. Voy sembrado y con el paso de los años recojo la cosecha. Es verdad que nunca es una posición estable económicamente, siempre estás en la cuerda floja, pero después de 25 años ya estoy habituado a vivir así y lo asumo.
-Tiene claro que millonario no se va a hacer, pero evidentemente tampoco es lo que busca.
-No, no. Lo tengo claro, y tampoco lo busco, si no estaría en el camino erróneo. Aquí no hay dinero, hay mucha pasión y oficio. Pero al ver la exposición me emociona y me da mucho placer. Ver la cantidad de gente que está visitándola y sobre todo el feedback que recibes. Me llama mucho la atención la gente que me llama y me dice que fue a la exposición, pero quiere volver porque necesita más tiempo. Eso es que has conseguido engancharlos y se interesan por tus historias. Eso paga las penurias de muchos momentos, cuando económicamente no andas bien. En España siempre fue difícil vivir de esto, por suerte llevo muchos años y sé dónde estoy, sé lo que hago, no tengo muchas pretensiones y también tengo cierta práctica en buscarme la vida.
-Siempre ha tenido muy buen feeling con ONGs…
-Sí, sobre todo porque las ONGs y los fotoperiodistas creo que van de la mano, su trabajo está ahí para ayudar a los que sufren. Se benefician ambos lados y he encontrado esa simbiosis. Me siguen llamando y me ayudan mucho, porque son viajes caros, la logística es difícil si no tienes un gran medio que te ampare…
-Después de casi 25 años dedicado a contar la historia de los atormentados, ¿considera que esa gente que sufre tiene ahora más voz o existe más silencio en torno a ellos?
-Es verdad que ahora hay veces que la propia gente ejerce de medios. Saltan noticias que simplemente es alguien que lo captó con su móvil, gracias a las cámaras en los teléfonos se avanzó mucho. Pero el ejemplo de España durante la pandemia es terrible también. Aquí hubo muchos problemas para que los fotógrafos hiciesen su trabajo, creo que no le hacemos ningún favor a la gente ocultándole lo que está ocurriendo. Si desde el principio hubiésemos mostrado las cosas, la gente habría visto el peligro real y que estaba muriendo gente. Si ocultas esas fotografías no le están haciendo un favor a nadie. Es verdad que tenemos más medios pero por otro la dictadura mediática es terrible, incluso más fuerte que antes.
-¿Y en qué medida cree que influye también al periodista y al fotógrafo las críticas por parte del público que rechaza imágenes sensibles?
-Supongo que hay miedo, pero creo que deberíamos dejar trabajar a la gente profesional. Hay mucho intrusismo y no debemos dejar contar las cosas de cualquier manera. Si dejas trabajar a los profesionales, van a contarlo como se merece. ¿No le gusta a todo el mundo ver esas imágenes en su periódico? Es normal que no le guste y le afecte, siempre habrá gente que va a protestar. Pero si te fijas se quejan cuando las fotos son al lado de su casa, no lo hacen cuando es en el otro lado del planeta, en Asia, África… ahí no les molesta. Hay que contarlo y punto, le guste a quien le guste.
-¿Es hipocresía?
-Sí, sin duda es hipocresía, pero siempre la hubo. Lo jodido es que te impongan esa dictadura desde un Gobierno o desde los propios medios. Eso me preocupa más. Luego que haya gente a la que le moleste… pues a veces es sano porque genera un efecto. Las historias hay que contarlas como vengan sea donde sea.
-¿Con qué ojos recomienda ir a visitar su exposición?
-La primera semana hice una visita guiada con unos amigos y alguno me comentaba si sería bueno llevar a sus hijos. Le dije que por qué no, que sería bueno, yo los llevaría. Luego en esa visita los niños creo que hicieron las preguntas más interesantes. Es una exposición para todo el mundo, invito a todo el mundo a verla. Ya he aprendido con los años que mi trabajo no le puede gustar a todos, pero es una invitación a conocer el mundo en el que vivimos, ni más ni menos. Es verdad que es una parte que sufre más, porque hay lugares en los que la gente vive atormentada, una tras otra. Estuve en Irak dos veces en tres años y no había cambiado nada. A día de hoy los atentados siguen siendo brutales, sigue habiendo una guerra. Lo puedes llamar como quieras, pero sigue muriendo gente. Lugares como Haití, donde si no hay un terremoto hay un levantamiento militar, inundaciones… viven en tormento permanente. Para los que estamos aquí, que acabamos de pasar una crisis durísima, creo que debemos ser conscientes de que hay lugares del mundo en los que se vive en una crisis permanente. En mi exposición hay fotos duras pero también amables, porque a pesar de todo la gente que está en zonas complicadas sigue haciendo su vida. Creo que es una invitación a la reflexión.