Los zerzura se amontonaron alrededor de la joven, pendientes de cada una de sus palabras conforme extraía los órganos del animal y los depositaba en cuencos de barro cocido que le sostenía su aprendiz. La amplia cabaña se hacía pequeña sobre ellos. El aire olía a sudor, a expectación y a sangre fresca mezclados con el incienso del ritual.
La sibila cortó en pedazos el hígado del venado, después le arrancó los ojos y los dejó flotando en la misma vasija donde guardaba su sangre. Por último, tomó el enorme corazón de la bestia y lo depositó en uno de los platillos de una balanza mientras oraba en voz alta. En el otro platillo colocó una larga pluma de ave.
De pie sobre la alfombra del universo, donde la leyenda afirmaba que la propia Goro, la luna, había tejido con sus hilos de plata la forma de las constelaciones, la bruja empleaba sus dedos para interpretar el futuro, al tiempo que sus ojos miraban al infinito. Entonces se volvió hacia la niña y murmuró:
⸺El espejo…
En efecto, Espuma de Mar levantó la manta que cubría la superficie de un espejo. Se trataba de una tosca superficie sin marco, pero cuya antigüedad habría atemorizado a cualquier mortal, ya que aquel era el último de los sagrados espejos que habían empleado los hechiceros de la Atlántida. La sibila tomó el cuenco con la sangre de la ofrenda y la vertió lentamente sobre el cristal. Un fino manto rojo cubrió el reflejo de la cabaña y los ojos de la sibila se volvieron más profundos, ya que a través de aquella superficie podía descubrir los secretos del universo.
—La serpiente del caos se acerca —proclamó—. La magia de los Reinos Negros no podrá retenerla por más tiempo. Intentaron encerrarla en el sur, en el corazón de la selva, pero ahora vuelve a estar libre. Si pudierais oír, como hago yo, las voces de los muzimos, los viejos espíritus de nuestros padres… Incluso ellos temen a Histah, la asesina de dioses, que se dirige hacia aquí para alimentarse de la fe de los hombres. Ahora está cerca una vez más. Las cadenas desaparecen, las barreras se esfuman. Es el momento de tomar la gran decisión: ¿qué haremos los zerzura cuando la señora del caos venga a reclamar su trono en el desierto?
Los nómadas la observaron en silencio, incapaces de romper la magia del ritual, mientras ella se enjuagaba las manos en una tina de agua. Después limpió con esmero el cuchillo de piedra. El conjuro había terminado.
Espuma de Mar se llevó las vísceras y los dos esclavos negros arrastraron el cuerpo del venado hacia el exterior, pero ni uno solo de los zerzura abandonó la tienda, pues la pregunta de la bruja seguía en el aire.
¿Qué iban a hacer? ¿Cuál sería la decisión de la tribu si el destino había decidido que la diosa que nunca se atrevían a nombrar volviera al mundo?
Los guerreros no dijeron palabra. Respiraban con angustia, las bocas temblaban. El silencio terminó por volverse enfermizo, hasta que las miradas de todos ellos se giraron de forma desesperada hacia el único gobierno que respetaban los zerzura: el del patriarca de la tribu.
En el caso del Pueblo de la Marea, este respondía al nombre de Diente de Tiburón y solo entonces se dirigió al grupo.