Era el Vigo de 1972, agitado por las luchas obreras, que para algunos marcó el transcurrir de sus vidas en los años subsecuentes y que dejaron en la ciudad heridas sin cicatrizar durante muchos años. Ningún tiempo es tranquilo y menos cuando te tocan los jodidos años de la adolescencia, para nadie los son, cuando parece que tu adolescencia coincide con la del lugar donde vives, que juntos pegais el estirón, por así decir, y que el torbellino hormonal se produce al tiempo en el cuerpo de tu ciudad y en el tuyo propio.
Para mí que en esas estábamos a primeros de los setenta. Y por ahí que aparece la figura, también adolescente, procedente de su Andalucía natal, de Pedro Onieva, Perico, al que llamaríamos Zappa.
Traía vientos del Campo de Gibraltar, de la Línea de la Concepción, criado en la calle de las Flores, también estudiado en los salesianos como yo aquí mismo, en Vigo. Perico tenía garbo y venía envuelto en la magia del flamenco con acordes y percusiones de los cantes gaditanos, ya fueran alegrías, tangos, cantiñas o bulerías, con sus aires festeros, con el palmeo de sordas o sonoras marcando los tiempos.
Nos citábamos sin citarnos, sin reloj ni calendario, en los futbolos del Airiños o de las Vegas, a pocos pasos de Príncipe, adonde se había venido a vivir con su familia, cercano al quiosco que anunciaba las garrapiñás de Carmela, andaluza cordobesa, voceando su marido los números de la lotería nacional.
En el Airiños introducíamos monedas en la gramola y nos poníamos a escuchar y bailar las músicas de Chicago, mi banda favorita de destellos metaleros, Led Zeppelin, GranFunk Railroad, Deep Purpell o la Reina Bruja de New Orleans, de Redbone, que en efecto embrujaba, en medio de volutas de sativas, mientras las bolas corrían veloces a empotrarse en las porterías contrarias cuando golpeábamos sin parar la bola aunque dándole el arrastre preciso, temperamental.
En el Airiños, arriba los billares y Fernando, el dueño, para dar los cambios. Por allí, a veces, el Pata con su caniche y los pantalones hortera de pata de elefante.
Perico siguiéndole el pulso a la ciudad portuaria se embarcó un día junto a su amigo Sito, así me lo cuenta, en un buque congelador, momento para evocar el fumeque de suruma en Beira, puerto y segunda urbe en Moçambique. Más tarde un segundo embarque en el cablero inglés Mercury, a bordo la aventura asiática cual un nuevo Marco Polo, pasando las aguas de Estambul, en el Bósforo, con sus casitas blancas portadoras de nostalgia de la Línea, direccionando Singapur.
Tras estas aventuras náuticas regreso a los Vigos a darle vueltas a la idea de una comuna en las ensoñaciones del camping de Samil, apuntando a Cíes como lugar idóneo para fundar una nueva Utopía, con Walden, de Thoreau, como libro de cabecera.
Por allí coincidimos Alex, llegado de Alemania, Adela, la Jo, Françoise, el Vasco, Cachi o Moncho el pañoletas. Las lecturas que más acompañaban Lobsang Rampa, Krishnamurti, Erich von Deniken, Allan Watts y su divulgación de las filosofías orientales, Timothy Leary y sus psicodelias. Algunos creían con toda seriedad que había una base extraterrestre en las islas y que por allí cantaban las sirenas.
Perico, Zappa, fue uno de los que se puso manos a la obra a levantar su cabaña, si no a las orillas del lago Walden, si en las cercanías de A Lagoa dos Nenos. Por aquellos días, ya iban transcurriendo los ochenta, si preguntabas en vinos por alguien desaparecido te decían que estaba en Cíes.
Seguiremos con Perico Onieva en próximas jornadas para adentrarnos en la música fusión, flamenco fusión, en nuestros Vigos, acompañados de Cuchús Pimentel. Nos vemos pronto.