«No creo que nadie se pinche por una moda, no creo que nadie sufra bullying por una moda, no creo que nadie se enfrente a un tratamiento tan duro si no es para salir de una cárcel», asegura Aidam, de 14 años, estudiante vigués irritado por el hecho de que tantas personas frivolicen con la transición de género.
Olga, miembro de Chrysallis (Asociación de familias de menores trans) en Galicia, lucha contra la despatologización trans desde que a los 12 años su hija Patri quiso manifestarse como mujer y hacer la transición de género.
“Ahí empezaron los problemas”, confiesa, “La obligaron a cumplir con todos los estereotipos con los que la sociedad categoriza a las mujeres”, explica: “Tiene que ser la más femenina, la más mona, la más ideal… ni todas las mujeres somos iguales ni tenemos los mismos cuerpos, ni los mismos gustos ni la misma expresión de género. Sentíamos que se la obligaba a cumplir con unos estereotipos, pero que no se la escuchaba, seguían sin dejarla ser ella misma”.
Ser menor y transexual en Vigo todavía es un reto
Cristina Palacios, presidenta de Arelas (Asociaciön de familias de menores trans) en Vigo cuenta que todavía hay profesionales que consideran que dar charlas en institutos puede confundir a los alumnos: «Mi hija Sara sabe que es una niña desde que tiene uso de razón, por eso me comprometí con la asociación hace 6 años y en este tiempo he acompañado a 550 menores en su proceso de tránsito. En este momento lo hago con 101 adolescentes«.
Entonces Vigo estaba «en pañales»: «En sanidad no había ningún conocimiento en la materia, hasta el punto en el que llegaba un menor a la entidad y yo tenía que llamar al médico de turno, psiquiatras y endocrinos para decirles que lo que esa persona normalmente demandaba era acceder a bloqueadores puberales».
Después de infinitas visitas y jornadas en centros para explicar los pasos a seguir, algunos médicos todavía se negaban a hacerlo: «Hablé con directores de área, con xerencia a nivel Sergas y las puertas fueron abriéndose poco a poco. No sabían qué hacer».
En 2016 redactó un protocolo educativo de género que se está aplicando actualmente en la ciudad, aunque Palacios considera que el trato que se da es insuficiente teniendo en cuenta la complejidad y la trascendencia de la materia y que se debería a empezar a informar a los menores desde la infancia porque “con 13 o 14 años, los adolescentes ya tienen un viaje personal considerable con sus consiguientes prejuicios”.
El caso de Lusi: “Prefiero morir siendo yo misma que metida en un disfraz”
Lusi Fernández de Sousa, de 16 años y vecina de Pereiro, apoya la perspectiva de Cristina Palacios sobre la necesidad de una formación temprana. Ha regalado una hora a VigoÉ para contar su experiencia y denunciar las injusticias que ha sufrido.
Cree que habría necesitado que le explicaran qué es una persona trans desde primaria para que así se naturalizase su situación socialmente. Ella, a su vez, habría desarrollado herramientas para aceptarse, construirse y reconocerse. Está segura de que de esta manera dar el paso no le resultaría tan traumático: “Yo misma sufro transfobia interiorizada, todos la tenemos”.
“Yo pensaba que era gay, siempre tuve pluma”,explica, “Una parte de mí sabía lo que ocurría, pero la otra estaba sufriendo un acoso brutal. Siempre se metieron conmigo, no solo por el hecho de mi orientación sexual, considero que había un trasfondo de aporofobia. Las personas de pocos recursos no somos personas a ojos de la sociedad, somos mugre”, opina tajante.
“A los 12 años tuve una depresión profunda, sentía una falta de identidad que no soportaba. Siempre tuve expresión femenina, y de repente tuve sentimientos encontrados y deseos incontenibles que tenían que ver con mi género. Sentía, por ejemplo, que me gustaría tener la regla como les estaba sucediendo a mis amigas. Decidí hablarlo en casa y comencé a ir al psicólogo y al psiquiatra”.
Se considera afortunada por haber tenido el apoyo incondicional de su madre, que aunque al principiosu confesión le resultó chocante, la defendió en todo momento.
En 2018 comenzó su transición: “Decidí que prefiero morir siendo yo misma que morir en un disfraz”. Y dio el paso: “Llamé al Hospital Álvaro Cunqueiro, les dije que era una mujer, me dieron la primera cita pronto,lo normal en la sanidad pública, en 3 semanas, fui al endocrino y al cabo de un año comenzaron a darme bloqueadores de testosterona”. Aunque sigue yendo a terapia, cada día tienemenos ansiedad y se siente más segura de sí misma.
La familia: “Si la silla tiene 4 patas, el apoyo familiar son 3”
Natalia convive con su marido y sus mellizos de 14 años, y aunque durante 13 consideró que Aidam, cuya sentencia abrió este reportaje, era una niña, no tardó en hacerse a la idea de que había criado a dos varones.
La misma noche en la que el adolescente confesó que era un hombre, se echó atrás y les dijo a sus padres que era una broma, pero Natalia se lo tomó en serio, sabía que tarde o temprano la verdad pesaría más que su miedo.
El pasado mes de enero consiguió una cita en psiquiatría, donde empezaron a tratarlo por el trastorno de ansiedad y la fobia social que todavía padece. “A los 7 años empecé a tener complejos, empecé a vestir ancho, a encorvarme. En primero de la ESO descubrí que existía la gente trans, me reconocí y me negué: ‘No, yo no soy trans’, por eso empecé a vestir súper femenino porque consideraba que la gente no me iba a querer”.
Se sinceró con el sanitario, que constató que su mensaje era maduro y muy elocuente y entre todos consideraron que deberían dar el paso. El joven sufre constantes altibajos emocionales y todavía le cuesta mucho ir a clase. Se trata, como todos los demás, en el Hospital Álvaro Cunqueiro. Aunque por la mañana no había podido ir al instituto, a las 17h aceptó quedar con VigoÉ junto a su madre y otra pareja, Mónica y su hija Oli, de también 14 años.
Ser transexual y homosexual: un doble estigma que superar
Nos sentamos en la mesa de la terraza de la planta superior del centro comercial de Gran Vía y, mientras Oli se muestra más tímida, Aidam alza la voz y transmite un mensaje firme y decidido. “Yo, particularmente, habría necesitado charlas desde pequeño, porque aunque hasta en mi casa, donde tuve un formación sexual muy abierta y completa, nadie me había hablado de qué era ser una persona transexual”. Natalia reconoce que su hijo tiene razón y que nunca se le pasó por la cabeza porque, efectivamente, es una causa con muy poca visibilidad.
“Hubo una época en la que decía que era lesbiana, que me gustaban las chicas”, cuenta Aidam, “pero realmente me gustan los chicos. Está tan poco aceptado que seas un hombre trans y que seas gay que creo que debo contarlo aquí para hacerme eco y que las personas como yo sepan que no están solas. Las personas no saben diferenciar qué es identidad sexual y orientación sexual, no lo entienden”.
Cuando a alguien se le escapa su antiguo nombre trata de no darle importancia, pero reconoce que le duele, porque de alguna manera se le abre la herida.
En el instituto es la agresión más habitual, incluso cuando sus más allegados quieren hacerle daño se dirigen a él llamándolo de esa manera. Tampoco le gusta que le digan que es un valiente, considera que es discriminación positiva, no es abanderado de ninguna causa, ser un hombre es un rasgo más de sí mismo.
Describe su transición como un duelo que están superando en familia. Natalia afirma con la cabeza e indica que, tal y como su hijo temía, ese duelo tiene más peso en el padre: “A veces todavía me pregunta si no echo de menos a la niña”. Aidam la corta: “Era mi mayor temor, decepcionar a mi padre y, aunque desde que se enteró me apoyó a muerte, yo sabía que siempre me había considerado ‘su pequeña’”.
Ser mujer trans, los dos frentes de la batalla de Oli
Oli escucha la conversación desde la distancia de su timidez. Mónica, su madre, cuenta que desde pequeña había dicho que de mayor quería ser “profesora o bailarina”, entonces ella la reforzaba: “Puedes ser lo que quieras, puedes ser una chica”. Pero con el paso del tiempo su espontaneidad se fue desvaneciendo.
La menor prefiere hablar en otra mesa, en privado, pero lo hace segura, sin miedo ni tapujos: “Aunque suene horrible, la sociedad considera a la mujer un ser inferior, entonces aceptar y confesar mi transexualidad fue todavía más traumático”. “Todo el mundo, incluido yo, tiene transfobia interiorizada, machismo interiorizado, homofobia interiorizada”, la refuerza Aidam.
Oli vive y estudia en Mos y reconoce haber sufrido bullying, le decían desde “nenaza o maricón” a “das asco, ojalá te mueras” por expresarse públicamente tal y como se sentía, los comentarios de sus compañeros y compañeras de instituto eran tan hirientes que llegaban a recalcarle que, “aunque quieras, nunca vas a ser una niña”.
Cuando era pequeña nunca le habían dirigido este tipo de agresiones, sus compañeros lo trataban con naturalidad, por eso insiste en la importancia de informar a las personas desde la infancia, porque de esta manera al llegar a la adolescencia considera que no tendría esas dificultades.
De todas las vejaciones que sufrió en el instituto, hubo una jornada que recuerda con especial crudeza: “Un día me arrinconaron en clase de plástica para darme una charla de cómo debía comportarse un niño”.
Adolescentes sin apoyo familiar: o su “cárcel” o el centro de menores
Aunque en esta pieza todos los menores tienen el apoyo de sus familias, no todos los adolescentes cuentan con ese privilegio. Cristina Palacios, de Arelas, lo confirma. “Muchos son repudiados por sus familias y viven en centros de menores. Conozco el caso de alguien a quien enviaron a un centro en el extranjero para hacerlo cambiar de opinión, el niño no sabía ni siquiera si podría volver a España”.
La experiencia de quienes no tienen ese apoyo conlleva un lastre psicológico mucho mayor, conciben que algo en ellos está mal y cuesta mucho borrar esas huellas. Oli conoce algunos casos, tanto personalmente como de oídas, todos esos jóvenes son vecinos de Vigo. Pensar en ellos la hace sentir afortunada: “Soy quien soy porque en mi casa tuve la suerte de que todos fuimos libres de amar y ser quienes sentimos”.