De la Meseta al Gran Sol sin más experiencia marinera que un par de paseos en una neumática, pero con la firme intención de descubrir y contar “el oficio legal más penoso que existe”. El escritor y periodista Antonio Lucas (Madrid, 1975) publica su primera novela, “Buena mar”, un relato de su marea con el barco vigués “Nuevo Confurco” en uno de los mares más temibles que existen.
La valentía del poeta madrileño surgió como respuesta a la obra de Ignacio Aldecoa que quedó marcada en su memoria y tras conocer la tragedia de una familia que perdió a un ser querido en el Atlántico Norte. Ahora, tras plasmar aquellos 20 días de marea en una serie de reportajes y un libro, habla con el conocimiento de haber visto trabajar a auténticos “héroes” que son considerados “seres míticos” en Irlanda. Antonio Lucas cuenta a VIGOÉ su experiencia y recuerda que Galicia tiene una deuda con sus marineros.
-¿Por qué este viaje al Gran Sol?
-El viaje tiene como dos etapas distintas. La idea es un poco accidental o azarosa. Cuando tenía 20-21 años, leí “Gran Sol”, de Ignacio Aldecoa, escritor vizcaíno que hizo una marea en el año cuarenta y tantos, imagínate. Escribió una novela fabulosa que me impresionó y se me quedó ahí Gran sol, esas cosas míticas que se te van quedando clavadas en la memoria. Muchos años después, un amigo gallego que vive en Madrid, Manuel Villanueva de Castro, gran amigo, mayor que yo y periodista, un día en una sobremesa aquí en un restaurante gallego de Madrid que se llama “Lúa”, me contó no sólo lo que ya sabía, que su padre había sido marinero en Gran Sol, si no algo que en muchos años de amistad nunca me había contado. Y es que su hermano Agustín con 29 años falleció en su primera marea por un naufragio y me quedé alucinado con esa historia, dejaba viuda, cuatro hijos… una cosa tremenda. Y le dije a Manuel ya con el licor café, que ya sabéis bien los gallegos que eso envalentona mucho, que yo iba a hacer el mismo viaje que realizó su hermano Agustín. Él me dijo que no, que eso era un peligro extremo, que yo no conocía el mar, que no tenía tradición marinera y que no podía hacerlo. Total, siete meses después, gracias a él también, que lo convencí, estaba embarcando en Castletownbere, en el suroeste de Irlanda en un arrastrero gallego con 11 marineros.
-Usted es de Madrid, supongo que su contacto con el mar hasta ese momento era en vacaciones y poco más.
-Mi contacto con el mar era de la playa como casi tanta gente, y además toda mi tradición marinera se resumía en dar dos vueltas en zodiac por la bahía de Mazarrón, así que imagínese que tiene que ver eso con el mar, poco. Así que para mí todo era insólito, novedoso, asombroso y todo estaba cargado de peligro.
Yo no sabía muy bien a lo que iba, sinceramente no quise tampoco meterme en documentaciones, yo iba a hacer unos reportajes que propuse al periódico en el que trabajo desde hace veinticinco años, en “El Mundo”. Les dije: “Oye, que este verano me quiero ir a hacer Gran Sol”. Algunos que sabían de qué iba aquello dijeron “caray, sí que es fuerte eso”. Quería hacer una serie de reportajes y efectivamente salieron seis, que aquí en Madrid tuvieron un cierto éxito. A partir de ahí ya llegó todo lo demás, que fue la novela.
-¿Primero fueron los reportajes periodísticos y de ahí nace una novela de ficción?
-Me gusta mucho el género de los reportajes, y todos sabemos que el reportaje es con un testigo, alguien que marcha, ve, escucha, regresa, metaboliza lo visto y escribe. Ahí no hay muchas oportunidades de darle un tono emocional al texto. Digamos que el testigo siempre es más bien un testigo con una distancia sobre el tema que está contando y el periodismo requiere eso, una cierta objetividad a pesar de que la cargues de guiños. Me fui de vacaciones y me di cuenta tiempo después de que aquello se publicase, de que yo no me había bajado todavía del barco. De alguna manera todavía estaba en el barco, en la memoria, seguía en el barco, hablaba mucho de él, los amigos y amigas me preguntaban mucho del viaje. Disfrutaba contándolo en cenas, comidas y disfrutaba cada vez que me preguntaban en hacer relato. Entendí que lo que me faltaba era desalojar la parte emocional que yo había traído de aquella expedición, de aquella aventura con esos once marineros, que ya va más allá de lo físico, de lo revelador que había sido conocer el Gran Sol… a mí me faltaba decirles a ellos gracias por su bondad infinita y por su nobleza y por su lealtad.
Eso sólo me lo podía permitir la literatura, así que entendí que necesitaba un narrador que yo no podía ser la primera persona estricta que narra la novela, si no que necesitaba un personaje que tiene mis hechuras, pero no necesariamente en todo soy yo. Tiene muchas cosas que compartimos, este chico que se llama Mauro, al que los marineros, por cierto nunca se refieren a él por su nombre, el nombre de este chico aparece en dos ocasiones en la novela creo nada más. Necesitaba esa cámara de aire que es el un interlocutor, que siendo yo y habiendo hecho el mismo viaje tuviese también las trazas de la ficción, las trazas de lo que yo a lo mejor no siempre siento, o no pienso, o no he experimentado como él. Pero sí nos permitía entendernos a la hora de contar el mismo viaje, porque yo esta novela en verdad la ha escrito porque la he vivido, no hay otro misterio.
Yo no he inventado el Gran Sol, he ido a un sitio mítico para los gallegos, un sitio lleno de símbolo para los gallegos. Creo que parte de la memoria histórica del ser gallego es el Gran Sol, entre las muchas cosas que tenéis. Por eso la novela también intenta descifrar a esos invisibles del mar, que son los marineros del Gran Sol. A esa gente que creo que por parte de Galicia requiere que se active en la memoria de que son y de que están. Creo que es una deuda que tenéis los gallegos con vuestra flota marinera y sobre todo con vuestra flota de Gran Sol, por supuesto también los marineros de bajura, los marineros más de costa. Pero el marinero de Gran Sol es un ser muy mítico fuera de las aguas españolas, es curioso cómo hablan de ellos en Irlanda, allí los consideran los mejores. Es un territorio infame, penoso, un oficio salvaje y creo que es el momento de aprovechar quizá no sé si esta novela, quizá encontrar un ambiente más favorable para ellos para hacerles entender la idiosincrasia de Galicia. Gran Sol no es una anécdota, si no una de las bujías y de los motores de explosión de la expresión gallega.
El marinero del Gran Sol es un ser muy mítico fuera de las aguas españolas, en Irlanda los consideran los mejores
-¿En qué fechas fue el viaje al Gran Sol y en qué barco?
-Embarqué el 3 de junio del 2018 en un barco arrastrero de Vigo que se llama el “Nuevo Confurco”, que este verano tuvo un caso de covid. Aunque en la novela algunos nombres están cambiados, el nombre del barco también, en la novela es un barco de ficción, el “Carrumeiro” pero en la realidad es el «Nuevo Confurco».
-¿Cuánto tiempo duró la marea?
-De marea hice 21 días. Iba a hacer menos en principio, pero hubo un problema con el motor, con unos embarres y tampoco estaba entrando el pescado necesario, así que se prolongó hasta los 20-21 días, que es muchísimo tiempo, la verdad es que es demasiado.
Tuvimos un temporal fuerte, de fuerza 7-8, fue bastante inquietante y pasé mucho miedo
-¿Qué tiempo hubo?
-Fue en junio, con un tiempo bastante más plácido de lo que el invierno tiene allí. Es verdad que tuvimos un temporal fuerte, de fuerza 7-8 que, para mí, fue bastante inquietante y tuve mucho miedo. Ellos me calmaron un poquito, porque no era un temporal amable, duró mucho tiempo, siete u ocho horas. Además arrancó prácticamente al anochecer con lo cual aquello generaba una sensación de intemperie mucho mayor, no porque ver la ola te calmase nada pero no verla… te desconcierta más, y esa fue la aventura.
-¿Temió por su vida?
-Sí, probablemente llegué a temer por mi vida por una cuestión puramente de desconocimiento. Los marineros eran cinco gallegos y seis africanos y ellos no estuvieron en ningún momento nerviosos, han pasado temporales mucho peores, pero sí que era un temporal que en junio sorprendía que llegase de ese modo. Sí tuve mucho miedo. El barco, cuando baja por esos toboganes oscuros de olas de 8 metros y pega el golpe que parece que se va a desventrar aquello, que se va a abrir por mil partes… y yo estaba bastante atemorizado, sí.
-¿Lo recomendaría?
-Nunca. No, primero llegar allí es muy difícil. No digo el viaje físico, sino toda la burocracia previa que exige es complicadísimo que te acepten en un barco y yo creo que Gran Sol no está hecho para todo el mundo, tampoco estaba hecho para mí. No volvería. Tengo muy claro que a esa marinería, tripulación del “Nuevo Confurco” la considero parte de mi familia. Yo encontré en ellos el quilate más puro de lo humano, pero yo no volvería porque el mar no da nunca segundas oportunidades, el mar sabe perfectamente quién lo conoce y quién lo desconoce. Y el mar sabe que yo no lo conozco, que la primera vez tuvo gracia, la segunda sería una bobada por mi parte porque al Gran Sol no se va a disfrutar, se va a trabajar y en muchos casos a penar.
A esa marinería del «Nuevo Confurco» la considero parte de mi familia
-¿Qué le decían ellos: ¡Está loco!?
-Claro, imagine. Ellos, gente hecha a la mar y que lleva veintitantos años, 30 años de mareas en Gran Sol o en otros caladeros. Cuando me vieron aparecer, porque yo cogí el barco a las cuatro y pico de la madrugada que apareció el barco por el puerto de Castletownbere, noche cerrada absoluta… Claro, ellos me miraron y dijeron, pero si nos han traído una anchoa puesta en pie (risas). Yo soy muy flaco, tengo una hechuras muy estrechas y entonces cuando me vieron aparecer me miraron y dijeron pero “este tío, qué hace aquí, quién ha traído ésto”. Pero ellos me ayudaron mucho, ellos fueron mis padres, mis hermanos, mis amigos, mi balsa de regreso a puerto… ellos lo fueron todo. La delicadeza que desplegaron conmigo esos hombres tan rudos, tan silenciosos, fue uno de los motivos más altos de gratitud. Fue absolutamente encomiable. Yo me convertí un poco en su mascota y tuvimos conversaciones hermosísimas.
Ya sabes que los marineros son gente siempre de poca palabra, pero allí los ratos que teníamos de calma, que también los hubo, no demasiados pero también los hubo. Es un trabajo muy intenso, sin regulación laboral, un trabajo de las ocho horas, de eso de los cuatro días a la semana al que aspiramos no existe allí. Allí se trabaja 24 sobre 24, entonces los pocos ratos de calma que había escuché de ellos cosas preciosas y frases que ellos decían con una naturalidad muy auténtica y sin embargo a mí me parecían que estaban dotadas de sabiduría. Una cabeza que llega a concretar en una frase una emoción o sensación como la de ellos a veces era realmente poético. Tenía momentos que decías caray, qué duro unas cosas y qué hermosas otras.
-¿Qué perciben en ellos, cómo afrontan su trabajo?
-Hay una sensación que uno entiende muy pronto al embarcar y es que el mar es un espacio del que hay que salir cuanto antes. Es decir, no es una navegación, no es una regata, un crucero… no es ni siquiera un barco mercante, que tiene una estabilidad muy fuerte. Es decir, estos son marineros que están allí por una adicción prácticamente del mar. En algunos momentos lo odian, pero por otro lado no saben escapar de él. Algunos probaron oficios de tierra, hablo de la marinería de la tripulación del “Nuevo Confurco”. No se adaptaron, volvieron, y también uno comprende que es gente que de algún modo se ha desconectado de los protocolos de tierra. Tienen una cierta desconexión con ciertas nomenclaturas nuestras. Entonces, vas deduciendo y confirmando que es gente que del mar quiere lo justo. El mar es muy esclavo, muy cabrón, muy feroz y terrible, te humilla muchas veces, te obliga a darte cuenta de que estás a su vaivén, no hay mucha más escapatoria que esa, así que su relación con el mar es singular.
A veces, cuando hablábamos con alguno de ellos, nos poníamos a charlar un rato en cubierta, si es que se podía salir, y muchas veces se ponían de espaldas al mar para hablar. Ten en cuenta que ellos habitan en el único espacio no habitable de la tierra que es el mar, es decir, tú puedes vivir en lo alto de la montaña, en la jungla, en el desierto, en un pueblo vaciado y ser el único habitante, pero el único espacio donde no se vive realmente es en el mar, del que antes o después tienes que salir. Ellos tienen la sensación de estar atrapados en una cárcel de agua donde hay que salir, pero por otro lado su vida está hecha a llevar a la casa, a las familias, el llevar el dinero, la subsistencia y eso se lo tienen que arrancar al mar y ellos también saben que su vida es aquello que el mar no les ha querido arrancar todavía.
Ellos tienen la sensación de estar atrapados en una cárcel de agua
-Pese a lo que ha avanzado la industria pesquera, ¿siguen trabajando en condiciones penosas?
-Las condiciones siguen siendo muy malas, aunque los barcos son mejores, no son barcos descubiertos, no son de madera, ya son más recios. Pero también te digo que dentro del Atlántico Norte en el paralelo 48-60, donde está el caladero de Gran Sol, ya puedes llevar un acorazado que como el mar se rice, se lo puede tragar todo. Se trabaja mejor y hay mejores condiciones, lo que es difícil de imaginar para quien no conoce Gran Sol es las horas infinitas de faena, los miles de problemas que el mar plantea, la sensación de que uno no puede descansar ahí en ningún momento. Las rachas de sueño continuado de los marineros, no pasa de tres horas, porque cada tres horas suena ese timbre metálico del barco para recoger, virar y lanzar, virar y lanzar… Entonces, las condiciones laborales son muy duras y extremas y sobre todo que no hay unos horarios con lo cual a esa fatiga tienes que sumarle el cansancio y el desgaste. Eso hace que haya hombres que después de quince o veinte días de marea están absolutamente machacados y eso es una marea y otra y las campañas de dos meses y medio a tres y la vuelta a casa sólo de una semana. A mí me parece que es de los oficios legales que hay, el más penoso, porque el minero, que es un oficio también bastante difícil y duro, por lo menos duerme en casa pero el marinero no, está allí en ese terrible escenario donde el sueño, el día, la vigilia, la noche… todo se mezcla, todo es uno. Es estúpido mirar el reloj porque en Gran sol te das cuenta de lo inútiles que son.
-¿Qué fue más placentero, los reportajes o la novela?
-Disfruté de las dos cosas, pero cada una con un registro diferente. Los reportajes, porque a mí me gusta mucho escribir en el periódico, el género del reporterismo, contar esas cosas que poca gente ha podido ver y hacerlas saber, y eso te lo permite el periódico. Los reportajes los escribí con enorme entusiasmo y mucha liberación porque estaba contando algo que para mucha gente era muy insólito más allá de que se tenía una idea aquí en Madrid muy vaga del Gran Sol. La sensación de poder dar a conocer, no mi experiencia sino la vida de ellos, que es lo que a mí me importaba, era muy gratificante. Pero la novela la escribí en un estado casi alucinatorio de escritura, porque yo ahí sí que volqué todo aquello que es lo humano, íntimo, personal, que a mí me faltaba en los reportajes. Entonces, la novela la escribí en períodos muy intensos de escritura, de ocho o nueve horas, entre escribir, corregir, borrar, volver a repasar… y para mí fue un gozo, la verdad es que no me di ni cuenta. Cuando entregué ya el cuarto y último manuscrito definitivamente a la editorial, ahí es cuando sentí que ya me había bajado del barco, que ya sí que había cerrado el capítulo del Gran Sol. Necesitaba esa fuerza, esa energía que la novela me impuso para escribirla y que el lenguaje me generaba emociones muy gratas contarlos a ellos desde la literatura con muchas más licencias que las que el periodismo nos permite. Así que disfruté las dos versiones y con eso sí cerré por fin el viaje al Gran Sol.
El pescado es muy barato, todos esos intermediarios me parecen gente horrible
-¿Ha escrito antes mucha poesía, por qué tardó tanto con la novela?
-Tampoco tengo una explicación muy solvente, porque yo en la poesía es donde más tiempo he pasado en mi vida y donde he ido haciendo mi camino poco a poco y con un cierto reconocimiento. Y la novela me llamaba como lector, pero no tenía una necesidad de sentarme a ese jaleo que es una novela. Estoy más acostumbrado al jaleo del poema que no es que sea menos intenso, sencillamente es otra cosa. Al regresar y encontrarme en esa condición de narrador moral de aquel viaje… la gente me preguntaba y yo iba contando. Mi mujer me dijo, ahí tienes una novela, ahí estás contando algo, hay mucha gente que no te lo va a preguntar, que no te conoce, que no sabe, pero que es lo suficientemente atractivo como para que te plantees contarlo en una narración larga y ya con más licencias. Ese fue el motivo. La novela la he escrito porque la he vivido, no sé si volveré a hacer otra novela, no sé si habrá otra historia que me seduzca tanto como para sentarme a escribir como escribí esta, quién sabe. De lo que sí soy consciente es de que vivir eso que viví sólo podía ser asimilado, metabolizado, recreado… sólo en la narrativa, no me valía la poesia. El mar no quiere poetas ni héroes. El mar del Gran Sol, con los poetas y héroes hace siempre lo mismo, que son náufragos.
-Última pregunta casi obligada. ¿El pescado es caro?
-(Risas). El pescado es muy barato. Yo soy muy de mercados aquí en Madrid, me gusta ir y mirar y me gusta mucho el pescado y cuando yo veo esas cajas en las que pone Atlántico Norte, yo le pondría a todas ellas un cero más, porque cuando uno ve como la vida de estos hombres está empeñada y se desgasta y se pone en riesgo hora a hora por sacar el pescado que luego comemos con tanto deleite, en los restaurantes o en las casas, uno se da cuenta de que ese pescado que hay a quien le parece caro nunca lo es cuando se ve como se saca. El problema es la intermediación que hay entre la red y el mercado. Es decir, todos esos intermediarios que hay que me parecen gente horrible, los que van subiendo cada 100 kilómetros cuando el barco baja de la lonja de Vigo, va subiendo, va bajando hacia Madrid y va hacia otros puntos de España y cada 100 kilómetros van subiendo el precio del pescado. A ellos no les llega esa retribución en absoluto, ahí me parece lamentable y es algo que a mí me sobrecoge así que cuando alguien dice “hay que caro está el lenguado”, yo se lo pondría de peineta.