El 17 de noviembre de 1999, la Asamblea General de las Naciones Unidas designó el 25 de noviembre como Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer para conmemorar el violento asesinato de las hermanas Mirabal —Patria, Minerva y María Teresa—, tres activistas políticas asesinadas ese mismo día en el año 1960 en manos del dictador Rafael Trujillo en la República Dominicana.
Por ello hoy, día 25 de noviembre, se celebra el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer. El objetivo de esta celebración es denunciar la violencia de género y reclamar políticas en todo el mundo para su erradicación. Según la OMS, se estima que un 70 % de las mujeres ha experimentado violencia física o sexual por parte de un compañero sentimental en algún momento de su vida. La cifra de mujeres asesinadas por sus parejas aumenta cada año y por doquier.
La violencia de género es un hecho estructural incuestionable en nuestra sociedad, un problema de gran relevancia que reclama a voces colaboración y sensibilidad. Es posible que dentro de nuestro entorno una compañera, una hermana, prima, hija… esté experimentando este tipo de violencia ahora mismo y no seamos conscientes de ello, pues el abuso y el maltrato no siempre dejan una huella física.
Hay quien sigue creyendo que el maltrato tiene forma de hematoma, pellizco o arañazo, que una mujer maltratada es aquella que lleva gafas de sol por la calle para ocultar los moratones de sus ojos. Sin embargo, las marcas no siempre son visibles. Son miles de personas en todo el mundo que caminan por la calle con la piel impecable, pero con la dignidad hecha añicos. Porque no solamente duele un golpe; los insultos, infravaloraciones, desprecios, silencios, faltas de respeto, celos obsesivos, control, robo de la identidad, pérdida de la autoestima…, también lastiman. Suele decirse que el amor es ciego, pero en estos casos donde existe alguno de los aspectos citados no se trata de amor, si no de la falta del mismo.
En la mayoría de los casos se crea una relación de dependencia donde la propia víctima tarda en darse en cuenta de lo qué ocurre, sobre todo cuando se trata de una violencia silenciosa basada en la manipulación psicológica y/o emocional. Por otro lado, cuando realmente toma conciencia de los hechos, no se atreve a compartir con su entorno lo que está sucediendo. No suele hacerlo por miedo o por vergüenza, pero sobre todo porque a veces es demasiado tarde. La víctima lleva tiempo en una rueda giratoria de manipulación donde su agresor ha conseguido aislarla de su familia y amistades. Además, su autoestima ha sido mermada y acaba creyendo que todo es culpa suya. Se siente incapaz de pedir ayuda porque piensa que su entorno no va a creer lo que está viviendo.
Una de las razones por las que la víctima piensa esto es porque el agresor suele caracterizarse por ser una persona narcisista, agresiva y posesiva dentro de la casa —con la pareja e hijos—. Sin embargo, una vez sale a la calle lleva una máscara social. Resulta ser el hombre perfecto y meticuloso, aquel que mide cada palabra y estudia cada movimiento que realiza con los demás para resultar impecable.
Por tanto, es primordial identificar a una mujer maltratada para poder ayudarla antes de que sea demasiado tarde. Los indicadores que suelen revelar que una mujer sufre violencia, ya sea física, psicológica y/o emocional, suele reflejarse por sus cambios emocionales y de comportamiento: pérdida de interés en cosas que antes le apasionaban, dificultad para concentrarse en las conversaciones, altibajos emocionales, comportamiento retraído —especialmente cuando está el agresor delante—, aislamiento social, cancelación de citas en el último momento, evita hablar de sus asuntos personales…
Es importante ayudar a la víctima emocionalmente: hacerle ver que la creemos, que entendemos cómo se siente y que estamos con ella. Jamás juzgarla. Normalmente las mujeres en estas situaciones no son dependientes económicamente, y si trabajan no suelen tener el control de sus ingresos, de ahí la necesidad de acudir a servicios sociales u organismos locales de ayuda a la violencia de género para exponer su situación. También, es importante crear una red de apoyo entre familia, amigos, vecinos… para evitar que el agresor la deje aislada, sobre todo cuando la mujer maltratada da el paso de dejar a la pareja. En este caso suele aumentar el riesgo de violencia y acoso.
Independientemente de todas las medidas y políticas sociales que se puedan tomar para ayudar a una mujer maltratada, se necesita también un profundo y radical cambio de conciencia que nos proporcione vivir en igualdad y respeto. Para esto último, la educación es clave y comienza desde niño. La sobreprotección, el machismo, el egoísmo, la prioridad por las cosas materiales en lugar del factor humano, etc. son actitudes que deberían de anularse dentro de nuestro raciocinio, pues convierten a los adultos en posesivos y maltratadores, en depredadores emocionales con la necesidad de alimentarse de una víctima mediante el gozo de lastimar, no solo con su fuerza física, si no con sus palabras hirientes, desprecios e imposiciones.