Unos 50 millones de personas en todo el mundo se dedican a crear contenido para internet, un negocio que en 2021 generó 9,7 billones de euros por lo que tres de cada cuatro niños o adolescentes, al menos en España, sueñan con ser uno de esos ‘influencers’ que interactúan en un mercado que está sin regular y que quizás nunca lo esté.
Son datos que sirven para explicar la razón que subyace tras la elaboración del ‘Libro Blanco de la Influencia Responsable’, elaborado por la Asociación de Periodistas de Galicia (APG) e iCmedia Galicia, una asociación de usuarios de medios de comunicación que trata de fomentar la calidad de los contenidos de los medios audiovisuales y las redes sociales para proteger a los usuarios, fundamentalmente a la infancia.
“Hay datos estremecedores del uso que los chavales hacen de las redes sociales siguiendo a los influencers, y uno de los riesgos es que la gente joven se lo cree todo y puede tener problemas de alimentación, de sueño, de adicción a videojuegos, por ejemplo. Ese mundo tiene muchas consecuencias y muchas familias están preocupadas”, cuenta a Efe José Ángel Otero, presidente de icMedia Galicia.
Otero recuerda que la recientemente aprobada ley audiovisual incluyó en las enmiendas a los usuarios de especial relevancia, que son los que cobran dinero por influir y los que tienen audiencias muy grandes, prueba de que hay que atender a un mundo con gran presencia en las vidas de mucha gente, sobre todo entre los más jóvenes.
Por ello hicieron este estudio, para el cual se entrevistaron con expertos de los distintos ámbitos que están de uno modo u otro relacionados con las personas influyentes: los usuarios de los medios, las plataformas digitales, los propios influencers, las marcas, las agencias de publicidad, los medios de comunicación, las instituciones, las redes…
“Hay mucha gente implicada y procuramos hablar con representantes de todos estos colectivos para que dieran su impresión de cómo está el asunto”, explica. Una de las principales conclusiones es que “todo eso está sin regular y eso puede ser un problema para las familias y para todos”.
De ahí la necesidad de crear un libro blanco, una especie de código deontológico dirigido a los creadores de contenido para Internet, sobre todo a aquellos que tienen muchos seguidores y que ingresan dinero con los contenidos que crean.
“Terminamos elaborando un decálogo, con normas generales, porque el informe lo que pretende es poner la situación en contexto de cara al público”, explica. Ser transparente respecto a las relaciones comerciales, es decir, que los influencers si están haciendo un anuncio no lo oculten entre el contenido que crean, es uno de los diez puntos de ese decálogo.
También, respetar los valores de las marcas, de los anunciantes y de las audiencias; diferenciar entre información y opinión; establecer y cumplir acuerdos entre marcas, anunciantes y plataformas; apostar por la credibilidad y no por el engaño; conseguir seguidores de forma ética; o cumplir requisitos legales cuando los haya.
También incluyen normas en el decálogo para una influencia responsable, como fomentar iniciativas para que las elecciones que tome la gente sean conscientes. “Es lo que se llama conocimiento informado de los contenidos, que la gente sepa quién está detrás de los contenidos. Queremos llegar a gente joven para que tenga un espíritu crítico”, explica Otero.
El 76 % de los jóvenes de en torno a los 14 años tiene como principal fuente de información las redes sociales, añade Otero, y son usuarios vulnerables. Actualmente, el 37,5% de los jóvenes encuestados para un estudio que están realizando, explica, dedica entre dos y más de tres horas al día a las redes sociales, y de ese porcentaje el 16,4 por ciento más de tres horas.
“Por eso el objetivo es transmitir la máxima de que a mayor influencia, mayor responsabilidad”, añade Otero, porque “los riesgos son graves para la juventud, que se engancha a las redes y pasa horas y horas”.
Todo eso, y mucho más, se analiza pormenorizadamente en el libro blanco presentado por vez primera en Vigo y que puede servir como guía mientras no se legisle un universo difícilmente abarcable en el que, a falta de control externo, se hace necesario que se imponga la ética y el sentido común.