La persona invisible entró al Muelle de Trasatlánticos a las 18:45, una hora antes del primer concierto. «Está cerrado», escuchó que decía un grupo de amigos. Pero no lo estaba porque entró al rectángulo que sería el hogar del indie-rock gallego e internacional el fin de semana de 19 y 20 de agosto.
La persona invisible no quería perderse el primer festival Latitudes, conocía a muchos que tampoco querían faltar, pero de momento no había llegado nadie.
En poco más de dos horas vería cómo se improvisaba un escenario paralelo (e intruso), cómo increpaban a los asistentes desde un yate en el muelle, hablaría con seguidores muy pintorescos y vería como la batería de un grupo tiraba su instrumento y lanzaba una pulla al mismísimo Abel Caballero. Pero vayamos por partes en este evento que llega de mano de la Xunta a través de la programación musical del Xacobeo y con la organización de Esmerarte.
De momento son las 19:00 y estamos a 30 grados de calor sobre los adoquines. Solo la naturaleza de la piedra y el mar colindante indicaban que aquello no era un desierto.
El Muelle de transatlanticos es el 19 de agosto es un nido de rebeldía multicolor, ondas surferas en espirales milimetricas perfectamente casual y estilismos eclécticos hijos de todas las contraculturas generadas y espontáneas.
También es recinto geométrico con una carpa central con 8 grifos de cerveza que horas más tarde no dejaría de reverberar ese oro líquido tan codiciado en un festival de rock. Una carpa como un oasis en el que más de una decena de camareros charlaba en pequeños grupos sin sospechar lo que se les vendría encima mimutos después.
Una de ellas era Leti. Es su quinto año como camarera en un festival. Le gusta. Y este, dice, pinta bien porque «todo indica que no van a parar». Estudió diseño. Disfruta en estos eventos pero lamenta la disposición de su barra porque trabajará de espaldas al escenario se perdería los espectáculos.
Las preferencias
Llega el primer grupo a las 19:15, Jacobo y Susana, que pese a ser los primeros no quieren estar en primera fila: «Somos más de barra», cuenta él, que espera el concierto de Mando Diao. Sara tiene otras preferencias: Two Door Cinema Club, confiesa sin un atisbo de duda. Éste último grupo es el más deseado de la noche del viernes según los datos recabados por la persona invisible que, camino al fondo del rectángulo, justo el ángulo opuesto a la estación marítima donde se encontraban las food truck, se encontró a una pareja un tanto pintoresca.
En honor a la verdad el pintoresco era él, se llama Borja y lleva una falda escocesa que hacía una combinación improbable con una corbata de patitos de goma que se compró a través de una web china: «La barra está mal situada, quiero que pongas eso, muchos no van a poder ver el concierto». El tiempo dirá si tienen razón. La falda forma parte de su nueva indumentaria festivalera, la corbata es un homenaje a la formación gallega Skarnivals. Borja está deseando que sea mañana para saltar con «The Passenger«, de Iggy Pop, pero todavía es hoy y queda mucha noche. Borja no es el único varón que se atrevió a abrocharse una falda en el Latitudes, la persona invisible contó a varios más. La falda enfundada en caderas viriles es la última tendencia posmoderna, cuanto más hipster, más falda.
Zona gastro
En la zona gastro, frente a las food truck contó a otras dos. En esa parte del recinto, además de otros tres grifos de oro líquido (litro a 8 euros, caña 3,5) y otras bebidas y combinados (cubatas a 7 euros, refrescos a 3 euros, 2 euros el agua), se puede cenar en 3 food truck diferentes por menos de 10 euros: una de ellas es la primera experiencia en estos vehículos gastronómicos del bar El Castro y el restaurante La Contenta, establecimientos muy conocidos en el centro de Vigo. El segundo puesto correspondía a Chupipostres y La Vanetta, apto para vegetarianos y veganos. A continuación otro vehículo servía Kebab, bocadillos y sándwiches, se llama Rock Bar y a las 23:30 parecía el sueño erótico de los festivaleros a juzgar por la larga cola que esperaba impaciente su turno.
La persona invisible estaba sentada en una de las cuatro mesas alargadas de la zona «gourmet» cuando pasó un yate con cuatro jóvenes a bordo que se dirigieron a la multitud y gritaron: «¡Cuidado! ¡Que vienen los yates!«. Como realidades hay muchas, conviene señalar que lo que a la persona invisible le resultó una provocación a la multitud tras la polémica restricción de acercarse a menos de 150 metros del muelle en una embarcación. Al joven con quien hablaba, Chemy, le parecía que simplemente eran chicos con ganas de fiesta tras la pandemia.
Palco inesperado
Con lo que nadie (o casi nadie) contaba era con el palco inesperado que resultó estar en la terraza de la cafetería Portobello del Centro Comercial A Laxe. Un pequeño escenario ubicado en el lateral del centro comercial desde el que se veía perfectamente lo que ocurría sobre la superestructura del Muelle de transatlánticos.
El espacio que descubrió un pequeño grupo de amigos no tardó en ser descubierto y ocupado por una considerable masa de gente que se turnaba para ver las actuaciones.
La primera de ellas fue la de los vigueses Zalomon Grass, que llevaron a los asistentes a la década de 1970 durante los 45 minutos exactos que duró su espectáculo: acordes de rock con reminiscencias psicodélicas que hicieron bailar a una primera fila que empezaba unos 3 metros más atrás de las vallas.
Los seguidores eran tímidos pero fieles, entre ellos se encontraban músicos de otras formaciones locales y fans habituales que se dejaron la piel los tres cuartos de hora de constante efervescencia. «Con estas vistas y con esta gente no podemos pedir mas», agradeció el trío vigués a la masa de melenas onduladas perfectamente despeinada que les aplaudía.
«Abel Caballero podría subirse a bailar»
A continuación las metaleras Bala llevaron a la masa de melenas al éxtasis en una puesta en escena enérgica, potente, impactante. Fueron dinamita. «Se nota que la gente está saliendo de trabajar», dijo Raquel, fan confesa de las gallegas desde hoy.
Las composiciones de Bala son una batalla encarnizada contra el poder. Cantan con el inconformismo de unas venas abiertas.
Ya se superaban los centenares de personas a sus pies, eran más de mil y de dos mil los cráneos que se balanceaban hacia adelante y hacia atrás, al compás de una guitarra brillante, una vocalista enfervorizada y a una batería totalmente entregada a un show que fue contienda.
Además de cañeras y prometedoras son rebeldes y tienen coraje: «Abel Caballero podría estar aquí también y subirse a bailar«, comentaron con sorna las artistas antes de que la batería tirase su instrumento al suelo. Potente. Muy potente.
Fin de la primera parte.