‘La iguana’ arrasó el escenario como una tormenta de arena, una tormenta de arena brava. Miles de personas enmudecieron antes de gritar. Iggy Pop reptaba y aullaba en el muelle contoneándose de un lado a otro como el animal musical que nunca dejará de ser. Espalda recta y en escuadra sobre el micrófono. Verlo actuar implica entender por qué con él nació un estilo, concebir que sea el padre de tantas leyendas y adivinar cómo los hijos del rock lo harán eterno.
El recinto estaba lleno como si el Celta no se estuviese midiendo ante el Real Madrid. Ganó Iggy Pop. Lo admiraban los seguirores del artista y los seguidores del fetiche, los primeros imitaban sus movimientos y cantaron todo el repertorio; los segundos trataban de imitar a los primeros.
La iguana se sabía tan inmensa que interpretó ‘The Passenger’ en el primer tercio del concierto. Eran las 22:30. 72 decibelios en una octava fila de adrenalina en vena.
Como no podía ser de otra manera la cantó con el torso desnudo y tenía el cuerpo de un abuelo, la actitud de treintañero y el talento de un veterano en la guerra del rock. Saltaba, aullaba, se arrodillaba gritaba improperios obscenos de calibre infernal con la confianza y seguridad de un animal mitológico que nació de si mismo. Impactó en los asistentes como un fenómeno atmosférico devastador. Posiblemente el concierto del año en Vigo, el mejor reclamo para anunciar al Xacobeo, Esmerarte y la Xunta de Galicia acertaron.
Desde las alturas se enfocaba a una centella sobrerrevolucionada ante miles de brazos en alto que trataban infructuosamente de intuir sus movimientos. «Los españoles tienen ritmo… pero yo también», gritó el cantante. Cada vez que cantaba el público vibraba.
Rozando el ocaso del concierto se vistió una chupa negra de lentejuelas para interpretar entre destrellos temas como ‘I wanna be your dog’, ‘Gimme danger’, ‘Dead trip’ o ‘T.V. eye’ de los Stoogs, su primera banda.
Los minutos más candentes después de que sonara la mítica ‘The Passenger’, llegaron con ‘Lust for live’.
Iggy mantuvo en éxtasis a miles de personas durante una hora y media derrochando irreverencia y vomitando improperios propios de un quinqui al salir del after. Además de cumplir como artista, cumplió como personaje: tiró el micro al suelo y escupió en el escenario tal y como establece el canon del músico maldito.
«Looks free men», repitió como un mantra durante toda la actuación. Se despidió tan eufórico como llegó: «Fucking thanks, Vigo, I wish good for you». Tiró el micro con una obscenidad libérrima.
Algunos espectadores se asomaron a las vallas laterales cuando acabó el concierto solo para ver cómo se marchaba. Sería interesante adivinar en su huida si el escenario era su fuente de energía y poder contar si bajaba encorvado y torpe como un viejo en vez de como una leyenda.
Sobre The Vaccines y su grandiosa puesta en escena
Con Iggy se fueron muchos espectadores, pero el luto duró las cinco canciones que The Vaccines parecía haber escogido para la ocasión. Esos primeros temas templaron a un público todavía estremecido a los asistentes antes de llevarlos otra vez a la cima.
Las guitarras se suavizaron en clave de ortodoxo pop británico. La banda merece con creces la categoría de referente del indie internacional.
Después de la apoteosis rockera, la masa se dispersa. Se puede bailar en las primeras filas sin morir ni matar en el intento. Agunos grupos de amigos lo hacían extasiados, y no sólo en la parte de adelante donde fantasean los acérrimos fans, sino hasta más allá de la mitad del recinto.
El chorro voz potente y melódico de Justin Young asoló el espacio. Quienes ya los conocían no dejaron de saltar y quienes los conocieron en el escenario del festival Latitudes admiraron el talento de la banda. ‘I can`t quite’ abrió un espectáculo que los consagró en Vigo y dejó a los asistentes con ganas de más, sobre todo después de la intensidad y la entrega de la formación en la segunda mitad del concierto, cuando tocaron sus temas más laureados.
Una DJ que fue espectáculo
Silvia Superstar DJ, mantuvo la temperatura ante la mesa de mezclas. Me atrevería a decir que su energía y su intensa puesta en escena integraron al público más en su show que lo que lo hicieron algunos grupos tradicionales.
No parecía sentir el vértigo ante el abismo del talento de sus predecesores, ella conoce la altura del suyo y también su intensidad. Consiguió convertir el Muelle de transatlánticos en una discoteca al aire abarrotada de jóvenes que sacudían sus flequillos al compás de Red Hot Chilly Peppers, Jet, Molotov, AC/DC y una más que contundente selección de temazos.
Ella tiene intuición y conocimiento, desparpajo y actitud. Ella conoce los ingredientes y los mezcló en la mesa. Los platos iban saliendo, cada cual más suculento. La viguesa imantó a los Latituders hacia el escenario y se resistían a irse a las 04.00 horas. Ella es y estuvo sublime como nunca, como siempre.