En la jornada de ayer del festival Latitudes, el concierto de Iggy Pop, una de las leyendas vivas más grandes de la historia del rock’n’roll, arrancó puntual a las 22,15. Inició atmosférico, con una banda de vientos, teclado, base rítmica y por supuesto guitarras eléctricas. El primer tema, “Noveller solo”, semejaba un score cinematográfico, digno de una película de misterio. Todos sabemos que un concierto de Iggy Pop va a ser “un concierto de Iggy Pop”, pero el arranque provocará la duda. ¿Se decantaría la Iguana por interpretar la versión más atmosférica y crooner de su extenso cancionero?
La respuesta nos la dio mr. James Newell Osterberg Jr. en cuanto entró en el enorme escenario del festival Latitudes para hacerlo pequeño: al segundo tema ya estaba sin chaqueta, en un arranque que no tomaba prisioneros basado en su sonido más salvaje, con tres disparos certeros en los que hay que destacar la versión abrasiva de “Tv Eye” y, a la tercera, “I wanna be your dog” con un Iggy más chulo que un ocho. En esos 10 primeros minutos no solo se arrancó la chaqueta sino que nos enseñó el culo, se tiró por el suelo, esputó, se contorsionó como solo se contorsiona la Iguana y en definitiva, el puerto de Vigo ardió casi literalmente con una interpretación sulfúrica de temas tan salvajes como míticos.
Resulta bastante asombroso ver al abuelo del Punk en 2022 recorriendo el escenario como si no hubiera un mañana, haciendo invisible a base de actitud y fiereza lo que desde la arena parecía una dolencia de cadera (Iggy Pop caminaba con una visible cojera que uno ya no sabe si se deberá algún problema de salud, esperemos momentáneo, o si se trata de otro artificio de esa gestualidad mil veces imitada en la historia de la música popular pero que ya es patrimonio del autor de “Lust For Life”).
En fin, que Iggy Pop vino ayer a Vigo a demostrar que la cabeza de cartel absoluta del festival Latitudes era él, una leyenda viva de la cultura del siglo XX que lleva ladrando sobre los escenarios desde los años 60, convirtiendo cualquier concierto en un centrifugado de anarquía y salvajismo. Obviamente no estamos en 1969 y un concierto del septuagenario Iggy es hoy una experiencia mucho más controlada, en absoluto anárquica, un ejercicio de estilo y oficio que sin embargo el padre e inspirador de toda música canalla de los últimos 70 años convierte en una fiesta tribal y salvaje.
Porque en 2022 Iggy Pop es consciente de encarar la recta final a sus 75 años (así lo dijo ayer, de hecho) y por tanto más que una representación de un dinosaurio del rock lo que nos regala es un espectáculo donde podemos ver una fiera aún sin doma, gracias a la magia chamánica del rock. Por sus marcadas venas transita una energía febril que convierte a quien podría ser por edad el abuelito de Heidi en un bólido abrasivo de rock animal, capaz de salir a los bises para regurgitar “Fire House”, una de las barbaridades más grandes de la historia de la música de la humanidad. Con ella terminó de arder o peirao, atestado de gente entregada a semejante ceremonia. Solo el poder del rock sucio puede convertir al yayo Iggy en semejante salvajada.
Iggy Pop y The Stoogues son la raíz e inspiración de todo el rock canalla: de Sex Pistols a The Jesus Lizard; de Patti Smith a Fucked Up. Y este padre de todo lo que arde se desvivió en el Latitudes. Este sí que ha sido el concierto del verano vigués. Iggy Pop sí que fue el más grande mito viviente de la música popular contemporánea que pisó la olívica el verano de 2022. Quedará como un show inolvidable.