“Me costó asumir que no soy una persona normal que pueda ir a la playa un fin de semana o pasarse la tarde tomando algo como lo hacen otros chicos de mi edad”, así explica Natalia Rodríguez (Nigrán, 22 años) la dificultad de separar ‘La isla de Tali’ de la vida de Tali.
El proyecto de su vida ni es un trabajo ni está remunerado pero es una vocación que nació con ella y se consolidó a través de las diferentes decisiones que fue tomando en su adolescencia. La primera, dejar de comer carne, que llegó con el rescate de una primera yegua a la que iban a sacrificar para consumo. Tenía 16 años.
Renunció a los recreos para dedicarlos a calentar biberones y alimentar a los distintos animales que acogía. En un viaje a Sevilla con su familia cambió a Pancho y a Margaret, dos crías de cerdos a las que iban a sacrificar, por una botella de licor café y cuando llevó al varón a esterilizar estaban abandonando a Bella recién nacida. Ahora más que su perra es su mejor amiga.
Podría seguir contando su vida a través de la de sus animales. Llegó a convivir con 130, ahora está “más relajada”: son 80. En este momento hay 10 especies diferentes en la isla: perros y gatos, pero también caballos, corderos, ocas, cobayas, hámsteres y jerbos, cerdos, gallinas y otras aves e incluso un basilisco. Algunos animales domésticos están en adopción, pero jamás entregaría a ninguno que pudiera ser apto para ser destinado al consumo humano por motivos obvios. La isla de Tali no es una protectora sino un refugio en el que los animales se dedican a «vivir y disfrutar de la vida» en semilibertad y bajo los cuidados de Natalia Rodríguez.
La nigranesa aceptó que la isla pasó de ser un refugio de animales a convertirse en una de las hebras que trenzan su estilo de vida: “No hay un día en el que no tenga que cortar la hierba, medicar, alimentar, poner una alambrada o ir al veterinario”. Reconoce que muchas veces se planteó dejarlo todo porque su vida social se redujo a la isla, toda su economía viaja a la isla y de ese lugar también depende su salud. Pero la gratificación, reconoce, es mucho mayor.
Además del cuidado de los animales y el mantenimiento de la isla Tali se enfrenta a un nuevo reto: cada vez hay más abandonos y menos adopciones y todo apunta a que la incertidumbre económica alargará la situación. Necesita, sobre todo, voluntarios que le echen una mano en la gran empresa de su vida. Quiere llegar a mucha gente para poder seguir salvando animales para poder hacer sostenible su misión. Su particular estilo de vida la llevó a protagonizar un anuncio de ING que se proyecta en todo el país. Esta entidad apoyó la producción del documental ‘Nomadas‘, dirigido por Ingrid García-Jonsson, del que la joven de A Ramallosa es coprotagonista.
Cómo viven en la isla de Tali las especies más humanas de su tierra
Tali vive al día: “No puedo plantearme otra cosa porque no se puede programar cuándo un animal se pone enfermo ni adivinar cuándo va a haber un rescate. Aún así ella trabaja, estudia y mantiene la isla con la ayuda de voluntarios que quieren sumarse al proyecto. Es difícil adivinar cómo va a dibujarse su futuro, pero tiene claro que su vocación es la educación, por eso estudió integración social: “Me gusta ayudar al débil”.
La nigranesa se levanta todos los días a las 7:30 de la mañana y cruza el río Miñor de A Ramallosa en kayak o andando, dependiendo de la marea.
Las primeras en escucharla son las ocas, que avisan con sus graznidos a los perros y éstos alertan al resto de animales, que salen a su encuentro. Tali agradece todos los días la ayuda inestimable de Sina, a la que apoda la reina de la isla: “Sin ella todo sería mucho más caótico”.
Se trata de una perra que vela por la seguridad del espacio y no duda en poner orden ante cualquier pelea aunque tenga que ponerse en riesgo y meterse en medio. También cuida de que ningún animal se meta en un recinto que no le corresponde: “Me ayuda muchísimo”, asegura Tali, que asegura que son los propios animales quienes enseñan a convivir a los que van llegando nuevos: “Unos copian a otros y es increíble verlo”.
Maltrato, muerte y abandono: las tres heridas que nunca cicatrizan
Balto, el último perro de la familia, estaba tan delgado que no se tenía en pie, tenía la herida del collar en el cuello, el cuerpo lleno de tumores, se había caído o lo habían tirado por un terraplén de tres metros de altura “y no lloré porque era mayor la urgencia de llegar al veterinario”.
“No hay nada que te curta cuando encuentras a un animal maltratado ni cuando alguno se muere, da igual el tiempo que pase y los animales que tengas”, reconoce esta joven a la que cada nueva acogida supone una grieta y una lección.
“Pasaron años hasta que no entendí que la madre naturaleza es más fuerte que yo y que la muerte es parte de la vida”. La isla no solo la enseñó a entender a las distintas especies sino a leer las intenciones de los humanos. Por eso no todo el que va a la isla adopta: “Si ellos no van a estar en un sitio mejor que este prefiero que se queden”. Ese es el motivo por el que no da en adopción ni a los roedores (a gente suele concebirlos como a un objeto decorativo), ni a animales que pueden ser aptos para el consumo, por razones obvias.
Su compromiso con los inquilinos de la isla es su prioridad, lo demuestra que no vivió ningún caso de maltrato de ningún adoptante. Sí que vivió malas experiencias como devoluciones, con ellas fue afinando su olfato con los seres (menos) humanos.
“El bienestar de los animales no debería ser una iniciativa individual sino institucional”
La Isla de Tali lleva a Natalia Rodríguez todos los años a Madrid en el mes de septiembre para manifestarse contra la tauromaquia: “Si el Estado destinara la mitad de los medios en salvar animales en vez de a maltratarlos no habría animales por las calles, pero salvar vidas no da dinero”.
Considera que velar por el bienestar de los animales no debería ser solo una responsabilidad individual sino institucional: “En muchos países no hay abandonos porque se prohíbe la venta entre individuales”.
“A mí, personalmente me llegaría con que desde el ayuntamiento me echaran una mano responsabilizándose de los gatos de la calle para no encontrarme desbordada”. No pide ayudas económicas, ni mucho menos que la isla sea rentable, pero sí sostenible porque ella asume todos los gastos de los animales con la inestimable ayuda de las aportaciones de los voluntarios que quieren echarle una mano comprando merchandising o aportando pequeñas donaciones a la isla.
Natalia Rodríguez considera que la situación de los animales en riesgo se podría mejorar mucho bajando el IVA a las veterinarias, que ahora mismo está en un 21% y cubriendo económicamente la esterilización de los gatos. Anima también al apoyo a las protectoras de animales que, desesperadas y desmotivadas ante la difícil situación económica.