El preludio del Vibra Mahou Fest sonó a tormenta de otoño. Un festival de 36 litros por m2 cayó sobre la ciudad durante la madrugada y vistió los adoquines de charcos al amanecer. Las nubes congestionaron el ambiente hasta pasadas las 13:30 del mediodía del sábado 29 de octubre. En ese momento, en el Auditorio Mar de Vigo los acordes de Annie B.Sweet y Los Estanques parecían dirigir la huida de las nubes y la fuga de lo cotidiano.
Durante la primera gran actuación de la jornada cambiaba tanto la perspectiva del clima como la de los semblantes, quienes se ponían la pulsera y cruzaban la puerta de entrada al recinto parecían despojarse también de los cálculos de las hojas de Excel y de los borrones en las agendas recién estrenadas. Los hombros empezaban a moverse y celebraban su encuentro grupos de viejos conocidos, amigos del alma atados a una juventud que se niega a expirar.
A mediodía, en el vestíbulo del auditorio las parejas todavía se abrazaban tímidas y, el público era una curiosa amalgama de motas que miraban a los artistas con admiración, pero sin demasiada cerveza en sangre como para desatar escandalosas ovaciones ni saltos descontrolados. Acudieron familias enteras, como Ana y Marcos, padres de Noa, y su amigo Fran, padre de Éric. Este último estaba muy preocupado de que cuando contásemos que había disfrutado del evento, pusiésemos el acento en la «E»; Noa, por otro lado, acudía a su primer concierto y, aunque reconoció que habría preferido un plan más acorde a su edad, rompió su timidez para cantar la canción de «Grilladas» ante su grupo favorito: Los Estanques.
Cuando las formaciones se despidieron la familia salió a comer tacos en una de las 5 ‘food truck‘ que servía todo tipo de ‘street food’ ante el edificio. El ambiente era distendido, amable, no había colas. Comer costaba 10 euros, las cañas dos, había espacio para moverse y para extender los brazos. Nadie puso pegas a la organización, aunque sí al sonido del primer y del último concierto.
«El sonido estaba un poco elevado, por poner alguna pega», matizaron Eva y Rosana, amigas naturales de Vigo. Compraron la entrada para el día completo, Rosana solo quería ver a Sienna, Eva lo tenía clarísimo: «Shinova. Shinova. Shinova». Hablaban con VigoÉ armadas de entusiasmo y un vaso de cartón rebosante de espuma mientras esperaban su hamburguesa: «Queremos que pongas que tienen que hacer muchos festivales así, queremos cultura«.
A continuación, mientras el chorro de voz limpio y melódico de Depedro entonaba temas legendarios de la banda como «Diciembre«, y emocionaba al público con versiones como «La llorona», la cristalera del auditorio mostraba el espectáculo de los primeros rayos de sol sobre la ría: «Perdonad, pero es emocionante ver la ría de Vigo mientras cantamos, vosotros estáis acostumbrados pero a nosotros nos emociona», confesó el cantante en pleno concierto. La banda aderezó su recital con un espectáculo intenso. El momento álgido: bajaron del escenario y tocaron entre un público que los rodeaba fascinados.
A las 18:30 comenzó el segundo bloque de actuaciones y el ambiente, como era de esperar, ni era familiar ni contenido. Con Sienna el público ya cantaba por encima de la voz del vocalista y Arde Bogotá sirvió la parte más cañera. Shinova llenó, como se esperaba, el auditorio en una actuación en la que sonaron tanto los temas de su último álbum: «La buena suerte», como los más aclamados de su carrera, esos que encienden a los asistentes en cada festival.
Cada vez que Gabriel de la Rosa miraba hacia arriba en un silencio no lo rompía para volver a cantar sino para exhalar amor al esa vertiente del arte que tan apasionadamente interpreta. Cerró la jornada con uno de esos detalles que hablan más de lo que dicen: pidió aplausos y ovaciones para los técnicos de sonido, los de luces, para su manager y, por último, para su público. «Nos vemos pronto».