Xoan (Vigo, 44 años) ni es creyente ni le gusta la Navidad pero acompañó a su novia Olivia (Ourense, 35 años) a las inmediaciones de la Porta do Sol. Fue él quien la besó cuando se encendieron las luces mientras Abel Caballero gritaba: «Os quiero, os quiero, os quiero». También fue él quien en una céntrica terraza volvió a encontrarse con los ojos de VigoÉ y confesó sentirse pletórico. No sabe por qué.
A las 18:00 horas el centro de Vigo comenzó a convertirse en una constelación de almas luminosas, literalmente, porque tanto adultos como niños vestían sombreros de Papá Noel que centelleaban en rojo y blanco. Adolescentes y mujeres de edad irradiaban luces entre las flores de sus tiaras, además de las habituales diademas de cuernos de reno y otros adornos que llaman la atención sobre el lugar de donde emergen las ideas tan típicos de estas fiestas.
Primeras filas, una obsesión
Aferradas a la valla sin ánimo de ceder su espacio en primera fila estaban Mara (14 años), Diana (15 años) Sheila (15 años), Noa (15 años). Llegaron a las cuatro de la tarde y pasaron frío bajo la lluvia pero reconocen que todo esfuerzo merece la pena un día como el de hoy porque es «su día»: «Llevamos todo el año esperando que llegue la Navidad, estamos llenas de ilusión, por eso amamos al alcalde». Lo cuenta la voz dulce y de tono ingenuo de Mara, de quien solo conocemos el sonido que emite y la energía con la que baila porque tanto ella como sus amigas llevaban caretas con la cara del regidor.
Patricia y Jose son de Marín, es la primera vez que vienen al encendido de luces según nos cuentan mientras se abrazan bajo el paraguas. Son dos de las decenas de personas que asisten al evento y ven al alcalde y a sus 19 socios de Gobierno de espaldas en la Porta do Sol, donde también se agrupa una multitud considerable que llega hasta la calle Elduayen y convierte la cuesta de Abeleira Méndez en un improvisado balcón.
Abel Caballero salió al palco a las 19:00 horas y saludó a la multitud, que le respondió con una ovación intensa. Para conocer más detalles sobre la media hora que duró el discurso del alcalde y cómo fue el encendido de luces hemos publicado otro artículo que podréis leer pulsando en este enlace.
Las risas entre los 45.000 asistentes que, según las fuentes del Concello, se congregaron ante el palco estallaron cuando Abel Caballero recordó que, además de que desde la Estación Espacial Internacional estaban asistiendo al espectáculo de Vigo, como suele proclamar cada año. Anunció que en 2022 estaba siendo fotografiada por el telescopio James Webb porque ninguna galaxia le hace sombra a nuestra ciudad. Además de todo esto, algunos ojos se cerraron por las carcajadas al anunciar que traería la Estatua de la Libertad a Vigo y la veríamos donde está «este mismo árbol».
«Ya sabemos que es una ‘personajada’, pero lo queremos por eso, aunque mi madre lo odia por lo mismo», explica Sara (21 años) al final del evento.
El milagro de la Navidad 2022
Es difícil de creer algunas, sino todas, las hiperbólicas anécdotas del alcalde, pero lo cierto es que no es la primera vez que ocurren «milagros» en la Navidad de Vigo y hoy hemos sido testigos de algo muy parecido.
Durante toda la jornada del sábado 19 de noviembre el tiempo no dio tregua a los paraguas y, sin embargo, a las 19:00 horas, justo cuando estaba previsto el encendido de las luces, dejó de llover para volver a hacerlo media hora después, cuando las serpentinas, la nieve artificial y las canciones tradicionales cerraron el pistoletazo de salida de la Navidad de Vigo y, por ende, de la Navidad del Mundo.
Los miles de personas comenzaron a las 19:30 a atravesar el árbol de la Porta do Sol, como es tradición y los bares y tascas del Casco Vello parecían avisperos mientras la cola de la noria de la Praza de Compostela crecía y brindaban los transeúntes en el Cíes Market. Ángel bebía solo, venía desde Bilbao y quien fue su novia iba a acompañarlo. Decidió que asistir al encendido era una buena metáfora para emprender su camino sin ella y «pasar página». Hablaba con los ojos empañados pero se reconocía extrañamente feliz, quizás, según él, porque «tendría que empeñarse uno en estar triste en un ambiente tan maravilloso».