Quienes participamos en los medios de comunicación acostumbramos a leer, ver y escuchar muchos otros medios, además de aquello que se publica en el que formamos parte. Es algo que encaja en la lógica necesidad de quienes trabajan con la actualidad. Hace unos días alguien me envió un reportaje que me había quedado traspapelado, un trabajo periodístico realmente interesante para la ciudadanía de Vigo.
El pasado 13 de noviembre de 2022, Atlántico Diario, de Vigo, publicó en su sección de Economía el reportaje titulado “Multinacionales extranjeras y fondos de inversión toman el control empresarial de Vigo”, firmado por Andrea Estévez.
Para quienes desconozcan los entresijos del trabajo periodístico es preciso destacar las dificultades del acopio de información, que no siempre resulta fácil y está al alcance, además de los escollos posteriores que surgen por intereses de las diferentes partes. La elaboración, por lo tanto no resulta fácil. Por tales motivos quiero destacar, en primer lugar, el mérito de este trabajo.
En la publicación que estoy comentando se demuestra que la inmensa mayoría de las empresas de la ciudad de Vigo y alrededores ya están en manos ajenas, es decir, que ya no pertenecen directamente a la ciudad de Vigo, sino a entidades extranjeras. La lista de estas empresas es extensa y la lectura del reportaje provoca desazón y frustración. Es como si ya nada fuera nuestro y se le hubiera vendido todo a personas ajenas.
Pero todo esto viene de hace mucho tiempo, cuando los intereses empresariales empezaron a estar por encima de eso que ahora llamamos viguismo. Cuando el alcalde Rafael Portanet (que asumió la alcaldía de Vigo por nombramiento desde 1964 hasta 1970) decidió retirar en 1968 el servicio de Tranvías, que era propiedad de una empresa enteramente viguesa desde su fundación, en 1912, Tranvías Eléctricos de Vigo Sociedad Anónima, y le abrió las puertas a un servicio de autobuses llamado Viguesa de Transportes Sociedad Anónima (Vitrasa), nadie podía imaginar que esa compañía que empezó siendo viguesa terminaría en manos extranjeras. Pero así ha sido y muy pocos usuarios lo saben.
Cuando la ciudadanía viguesa utiliza ese transporte debe ser consciente de que su dinero (el billete y las subvenciones) se va colando por sinuosos y complejos caminos hasta llegar a una compañía mexicana llamada Mobility ADO; nada que ver con Vigo.
De modo análogo les pasó a empresas tan destacadas como CENSA, que llegó a ser propiedad de Carlos Mouriño, actual presidente del Real Club Celta de Vigo, y que la vendió a una multinacional china. La afamada empresa Albo también pasó a ser propiedad de otro grupo asiático y a muchas otras empresas viguesas les pasó otro tanto de lo mismo. La lista, ya digo, es interminable y desmoralizadora.
Al hablar de venta de empresas conviene recordar que los economistas siempre esgrimen el argumento de que cuando hay una buena oferta hay que vender, porque, además del beneficio, lo contrario demostraría una mala gestión. Quizá sea cierto, aunque esa es una decisión muy difícil de comprender por quienes somos ciudadanos de a pie y sin fortuna, que somos los que todavía seguimos creyendo ingenuamente en el viguismo.
Los ciudadanos de a pie, los que sacamos adelante la ciudad de Vigo con nuestro trabajo y que la hacemos palpitar día a día, nos desmoralizamos cuando vemos que ya no queda mucho por vender de esta ciudad que nació del mar y que crece a un ritmo imparable. La ciudadanía viguesa está empezando a desmoralizarse —-o a pasar de todo—- porque está comprobando día a día que la industria de esta ciudad se va desmantelando lenta y calladamente mientras nuestros dirigentes nos intentan acallar con promesas y con palabras, pero con pocos hechos.
De seguir las cosas así, no resultaría extraño que muchas empresas que ahora están en manos extranjeras, pero ubicadas en Vigo, terminen marchando de Vigo a otras localizaciones donde su rentabilidad sea mayor. Incluso lo que seguimos conociendo como Citroën y que ahora se llama Stellantis, cuyas instalaciones se dedican realmente al montaje de vehículos con piezas que se fabrican en otras fábricas satélites. Llegado el momento la podrían trasladar, sin ningún tipo de consideración ni piedad —-salvo inyecciones económicas para comprar su permanencia—-, a Portugal, a Marruecos o a Turquía, cualquier localización que sea más rentable para sus accionistas (extranjeros).
La Xunta de Galicia tampoco ayuda mucho, y el gobierno “amigo” de Madrid, tampoco. Todo son zancadillas para que la ciudad puede desarrollarse. Así las cosas, lenta, pero inexorablemente, Vigo está yendo camino de convertirse en una ciudad de servicios. Esa es mi opinión después de leer ese artículo al que hago referencia. Por tal motivo, desde aquí quiero invitar a las lectoras y los lectores a leer ese gran trabajo de Andrea Estévez que a mí me resulta tan interesante, pero tan triste. Que cada uno saque sus conclusiones. No tiene desperdicio.