Los precios de la energía fluctúan en todas sus variantes. Este invierno está resultando uno de los más difíciles de las últimas décadas por la carestía de la gasolina, de la electricidad, del gasoil y del gas ciudad. El servicio de calefacción de algunas comunidades de vecinos ha llevado sus arcas a la ruina. Para una comunidad de vecinos convencional, de veinte o treinta viviendas, una carga de gasoil que hace un año costaba tres mil euros ha llegado a subir hasta casi el doble, aunque ahora está bajando de precio, y la situación con el gas ciudad resulta todavía más dramática.
El conocido como fondo de reserva de las comunidades, en muchos casos ya se ha terminado y han tenido que reducir el horario de la calefacción. Asimismo, el encarecimiento de la gasolina y del gasoil también ha conllevado una subida generalizada de precios que algunos atribuyen a la guerra de Ucrania, pero que, sea cual sea su origen, han conseguido poner más inalcanzables los productos de primera necesidad.
La calefacción, por supuesto, debería considerarse un servicio de primera necesidad y también está resultando inalcanzable para muchos colectivos. ¿Qué pasará cuando se termine la ayuda del Gobierno para los combustibles? Porque esa ayuda tiene su tiempo limitado. Es evidente que cuando llegue ese momento la situación será aún peor.
La solución más inteligente, sin duda, son las energías alternativas: fotovoltaica y térmica. Sin embargo, las empresas energéticas moverán ficha en cuanto vean peligrar sus intereses y lo que hoy todavía es una solución razonable llegará a ser imposible para el ciudadano de a pie. Bastará con que fuercen la regulación de las condiciones de instalación de paneles solares a su favor. Por eso resulta tan urgente tomar decisiones en este sentido, decisiones que mitiguen de un modo efectivo los gastos energéticos, ahora que aún estamos a tiempo.