Cuentan voces autorizadas que en los años de la emigración existían numerosos timos en la ciudad de Vigo. Algunos eran realmente curiosos e incluso simpáticos, como aquel que quedó al descubierto cuando una víctima acudió a la comisaría de policía para denunciar que le habían vendido una máquina de hacer billetes de cien pesetas que no funcionaba.
Pero uno de los más llamativos fue el timo del tranvía. En cada tranvía iba un conductor y un cobrador, y una de esas parejas que siempre hacía el servicio de Cabral decidió dar el golpe tomando como víctima a un ingenuo “indiano” que había vuelto de hacer las Américas y que decía estar buscando un buen negocio donde invertir sus ahorros.
Le doraron la gran oportunidad que era tener un tranvía en propiedad, dándole datos concretos de la recaudación diaria y ofreciéndoselo a un precio interesante para ambas partes, tanto para el comprador como para los vendedores, que en ese caso eran el cobrador y el conductor. Y así fue.
El hombre les dio el dinero acordado, firmaron el contrato de venta, obviamente falso, y le indicaron que a las siete de la mañana del día siguiente fuera a las cocheras a recoger su tranvía y que ya podía llevárselo. El comprador se presentó a la hora indicada en las cocheras que entonces estaban en la Praza de América, al inicio de lo que hoy es la Avenida de Castelao, y entonces fue cuando se descubrió el timo con las risas contenidas por parte de los empleados de la compañía, y con gran disgusto por parte del ingenuo aspirante a tranviario. Absolutamente real.