Uno de los grandes hitos de la estupidez humana es una pequeña calle que enlaza en Vigo la plaza de Compostela con la avenida de Montero Ríos. Lleva por nombre “Pablo Morillo”, el autor del mayor atentado perpetrado nunca contra la ciudad olívica. El mismo militar que, en 1809, se había colocado al frente de la “Reconquista” contra los franceses, abrazando así la causa de las Cortes de Cádiz, de las que surgió la primera constitución, regresó catorce años más tarde para combatir a los vigueses, aplastando a los liberales en Pontesampaio, poniendo fin al Trienio Liberal y, de paso, aboliendo así la primera provincia de Vigo. Ocurrió hace ahora exactamente dos siglos.
El 24 de julio de 1823, Morillo arrasaba a los ochocientos voluntarios que Vigo envió a la orilla del río Verdugo para intentar parar al ejército reaccionario, en el que participaban las tropas absolutistas francesas de los Cien Mil Hijos de San Luis, que habían cruzado los Pirineos en abril de aquel año en auxilio del rey Fernando VII. Poco después, el militar zamorano entraba en la ciudad olívica a sangre y fuego, encarcelando y fusilando a los liberales, incluyendo todos los cargos de la provincia viguesa, que no habían podido huir apresuradamente al exilio en el Reino Unido.
El llamado Trienio Liberal había traído vientos de modernidad al país, al entrar en vigor la Constitución de Cádiz de 1812, suspendida por Fernando VII tras la Guerra de la Independencia, poco después de recuperar el poder. El 13 de julio de 1821 las Cortes habían acordado reducir las antiguas siete provincias del Reino de Galicia y dejarlas en cuatro: A Coruña, Lugo, Ourense y Vigo.
Vigo abrió entonces sus oficinas provinciales en la calle Real y comenzaba a gobernar un territorio que se extendía entre el Miño y el Ulla. El 5 de mayo de 1822, se celebraron elecciones a Diputación Provincial, pero los representantes de Tui porfiaban para no acudir a las reuniones y boicotear los órganos de gobierno. A Tui, se sumó Pontevedra, donde los absolutistas eran mayoría, y que también protestaba por la designación de Vigo como capital provincial.
A la contestación política se sumó la guerra de guerrillas. Los absolutistas se constituyeron en partidas de guerrilleros que asolaron las comarcas del entorno. Hubo asesinatos de liberales, casas quemadas y atentados de toda suerte. Para luchar contra la sedición, se constituyó la Milicia Nacional de Vigo, que protagonizó escaramuzas y combates. Y cada semana llegaban prisioneros al castillo de O Castro. Pero las partidas absolutistas tenían el apoyo encubierto de la ciudad de Tui y de la villa de Pontevedra, molestas por la asignación de la capitalidad.
Mientras tanto, en Verona firmaba el rey Fernando VII un tratado pidiendo ayuda a las potencias europeas. Gracias a la traición del Borbón, entraron en España en abril de 1823 los llamados «Cien Mil Hijos de San Luis».
Vigo, en buenas relaciones con la liberal Inglaterra, ya desde la Reconquista, recibió el apoyo británico con la llegada del general Sir Robert Wilson, para incorporarse con sus tropas a la defensa de la ciudad y del liberalismo. El 4 de mayo, en el campo de Granada (frente al actual casa del ayuntamiento), Wilson y sus oficiales juraron la Constitución de Cádiz, vestidos con el uniforme de la Milicia Nacional de Vigo. Luego, se tiraron fuegos de artificio y, en la sede de la Diputación, en la calle Real, hubo un convite para agasajar a los aliados. El Semanario Patriótico de Vigo, nacido el 2 de mayo de 1823, describe el entusiasmo de los vecinos.
Mientras tanto, Pablo Morillo traicionaba la Constitución y se sublevaba con sus tropas, pues en ese momento era el comandante del ejército de Galicia, Asturias y León.
El historiador Antonio Meijide Pardo, en una monografía publicada en 2003, narra la consternación que provocó la traición de Morillo, al pasarse al bando absolutista del general francés Bourke. Los agentes ingleses en Vigo informaron al Foreign Office sobre “the great consternation” que produjo tal evento en las filas del liberalismo galaico. “El general Quiroga censuraría muy duramente la traición de Morillo. Sumamente dolido por la actuación innoble de su colega, cursaría desde A Coruña el siguiente despacho al embajador de España en Londres: “Es muy grave la defección que hizo Morillo de nuestro Gobierno y del sistema constitucional que nos rige. A no ser esta traición infame, hubiéramos podido libertar esta cara Patria que tantas fatigas nos cuesta”, recoge Meijide Pardo en su estudio.
Pablo Morillo dirigió a su ejército sublevado contra Vigo. Curiosamente, a un lugar estratégico que conocía perfectamente: el puente sobre el río Verdugo en Pontesampaio, donde en junio de 1809 había vencido al mariscal francés Michel Ney. Ahora, en julio de 1823, se enfrentaba a las exiguas tropas viguesas, la Milicia Nacional de Vigo que se había formado poco antes para defender la provincia de los atentados de las hordas absolutistas. El resultado, como era previsible, fue una victoria sin paliativos del ejército regular. «¡Viva la Constitución!», gritaban los vigueses. «¡Viva El Rey!, respondían desde la otra orilla del río. La batalla supuso una carnicería para los 800 voluntarios de la ciudad, tras lo que Morillo pudo entrar en Vigo a culminar el aplastamiento del gobierno provincial.
Morillo entra en Vigo y finaliza el sueño liberal. Vuelve el Absolutismo. Y, con él, las provincias del Antiguo Régimen: Las siete del antiguo Reino de Galicia. Vigo depende de nuevo de Tui y comienza la Ominosa Década, mientras muchos liberales vigueses tienen que huir al exilio en Inglaterra. Así terminaban los tiempos convulsos de la primera capitalidad provincial.
Sucedió hace ahora exactamente 200 años. Y, en pleno centro urbano, Vigo sigue honrando la memoria de su mayor enemigo: Pablo Morillo, el militar sublevado que, al frente de un ejército absolutista, entró en la ciudad en la ciudad a sangre y fuego, arrebatándole su capitalidad provincial. La calle Pablo Morillo, así como su representación en el monumento a los héroes de la Reconquista que hoy luce en la plaza de la Independencia, son hitos que podrían provenir de un peculiar sentido del humor vigués o quizá de la imbecilidad elevada a las más altas cumbres de lo grotesco.