No podría hablar del peso emocional que puede tener alguien como Matthew Perry (y su personaje icónico en la sitcom más exitosa de la historia de la televisión) sin apelar a lo personal, a las vivencias propias y al poso ineludiblemente generacional de la serie que lo hizo famoso. ‘Friends’ nació en 1994, se estrenó el 27 de noviembre de 1997 en Canal+ y el boca oreja la convirtió, también en España, en “la serie que hay que ver”. Al menos si en 1997 tenías entre 20 y 30 años.
Las aventuras ‘emo’ (ya se sabe, ‘Friends’ fue un ovillo de relaciones interpersonales, un culebrón en tono de comedia) de unos jóvenes neoyorquinos: Chandler Bing (Matthew Perry), Phoebe Buffay (Lisa Kudrow), Monica Geller (Courteney Cox), Ross Geller (David Schwimmer), Rachel Green (Jennifer Aniston) y Joey Tribbiani (Matt LeBlanc), fueron a la vez un reflejo y una distorsión.
Distorsión porque estas historias de jóvenes heteros, blancos, guapos y encantadores no era realista. Era gente demasiado perfecta, desde la moda (a la última pero siempre ‘maisntream’, no busquen trazos del desgarbo grunge) hasta las hechuras de cómo se intentaba reflejar una vida sencilla y hasta precaria de gente joven que vive por primera vez “fuera del nido”. Demasiado pulcro todo.
Sin embargo ‘Friends’ era también un reflejo, porque si tenías veinte y pocos durante aquella primera emisión, dos aspectos resultaban hipnóticos en la serie: los seis caracteres eran graciosamente imperfectos dentro de su dibujo estilizado (para la comedia era inevitable). Y eran… ¡jóvenes de Nueva York! Habría que preguntar a un vecino de la ciudad si esto quedaba bien reflejado, pero desde luego a un espectador de Viena, Vevey o Vigo todo le parecía excitantemente exótico, atractivo. Y nos lo acercaba: la sala común de lavadoras en el edificio, el Central Perk (la cafetería soñada por todos, ¿qué espectador de la serie no quiso tomarse allí un café?), la posibilidad de ir subiendo en puestos de trabajo desde la no cualificación a un nivel casi glamouroso (Rachel Green, sin currículo, comienza de camarera torpe y acaba con responsabilidades en la industria de la moda en la capital del mundo occidental), las fiestas de guardar (el 4 de julio, las navidades), la bohemia representada ―de un modo blanco― por Phoebe Buffay…
Recuerdo mi sensación personal viendo la convivencia entre los dos pisos (chicas/chicos), puerta con puerta y nunca cerradas. En muchos aspectos disfrutaba conociendo aquella vida fake: El trabajo constante y duro, las caídas profesionales, las sentimentales. Traducían las esperanzas de gente joven con ganas de crecer. Como cualquier espectador de veintitantos. ¿Cómo no sentirse moderadamente empático ante aquel espejo, aunque fuese deformante, embellecedor? Mirabas sus pisos y querías algo así en tu vida, querías apartamentos algo barrocos con cocina integrada en un gran salón, las paredes moradas del piso de las Monica y Rachel, los posters molones y los sofás abatibles del piso de Chandler y Joey, y querías consolidar tu trabajo como ellos, y que tu pareja lo fuera intensamente y que cuajara como (spoiler) podían cuajar las que se fueron generando a lo largo de las diez temporadas de “Friends”. Aunque todo fuese falso, y lo sabías (y hoy más aún, aunque no creo pertinente un discurso acusatorio sobre el machismo, la gordofobia o tantos peros éticos que vemos nítidamente hoy en una serie que, en fin, es espejo de muchas cosas que, socialmente, han mejorado en tres décadas).
Pero además, y este es el secreto de la longevidad de ‘Friends’, pese a que en muchas cuestiones el paso del tiempo no ha sentado demasiado bien a la serie, los guionistas desde luego sabían dar el do de pecho en la construcción del gag, del humor de situación y del chascarrillo más tontorrón. En este punto radica posiblemente su vigencia (actualmente se puede ver la serie en HBO Max). Y en este aspecto la labor de Matthew Perry interpretando y creando a Chandler es crucial. Posiblemente era, del sexteto, el actor con vis cómica más definida. Sus aspavientos, sus retorcimientos faciales, sus bailes patosos, podían potenciarse con recursos de guión pero proceden de un dominio del ‘slapstik’ personal, heredado de los clásicos. De las cabriolas de Harold Lloyd, de la gestualidad de Jerry Lewis. Que su vida real fuese un calvario de adicciones no deja de reflejar sus capacidades actorales.
La carrera de Perry fue fructífera, con varias películas (mayoritariamente comedias) e incluso recibió dos nominaciones al Emmy en 2003 y 2004 por su participación en ‘El ala oeste de la Casa Blanca’. Pero es evidente que la conexión la tenía ganada con Chandler Bing. El irónico, frágil, neurasténico, inseguro (y sin embargo siempre bien posicionado laboralmente) Chandler se parecía demasiado a nosotros, o a alguien cercano. En cierto modo. Es así, con un “en cierto modo” que siempre podrás aplicar a Chandler Bing y sus cinco amigos, donde se encuentra el secreto sobre el que ‘Friends’ cimentó su éxito impepinable.