Es sabido que en cada gallego hay un pequeño meteorólogo moldeado a partir de esa relación contradictoria que mantenemos con la lluvia, a la que somos capaces de nombrar hasta de 61 formas diferentes: no es lo mismo chuviñada que chuvieira, ni orballo que dioivo, ni poallo que treboada.
Es tal vez por eso que consultamos los pronósticos del tiempo con la misma ansiedad con la que el ludópata escudriña sus cartas. No en vano, muchas cosas dependen de si se anuncia una pequeña borralla intermitente o de si va a caer auga a barullo. Para empezar, si salimos pertrechados o no de paraguas, que es una de las grandes dicotomías en las que nos sumergimos cada mañana, o si el fin de semana podremos o no comer con la familia a cielo abierto.
A los gallegos, en realidad, la lluvia nos gusta porque, entre otras cosas, la consideramos un arte, como cantaba Siniestro Total. La lluvia es una seña de identidad, algo muy nuestro. Y cuando algún turista se queja de que en Galicia no deja de llover, no falta quien responda moviendo los brazos, como si abarcase el mundo entero, si acaso cree usted que estos soberbios bosques de frondosas se consiguen con un riego de aspersores.
Tanto es así, que cuando se suceden un par de semanas de secano comenzamos a otear bizqueando el cielo, extrañando esas nubes bajas que todo lo tiñen de gris, preguntándonos qué diablos pasa que no tiene pinta de empezar a llover, que ya va siendo hora, que a ver si se nos va a secar el terruño.
Pero una cosa es eso y otra la maratoniana sucesión de días sin ver el sol que llevamos encadenada. Este lunes se han cumplido 30 días consecutivos lloviendo en Vigo y alrededores, también en prácticamente toda Galicia. Un mes entero con el paraguas a cuestas y los calcetines mojados, soportando los atascos que siempre provoca la lluvia, los deshumificadores absorbiendo con la lengua fuera, la ropa que no seca, las ventanas cerradas a cal y canto, el pescado por las nubes debido a todos los días que los barcos no han podido salir a faenar, las presas llenas hasta el borde y soltando lastre. Treinta días no de endeble froallo o lapiñeira, sino de arroiada, de lluvia a choupón.
Y lo que queda. Porque Meteogalicia continúa anunciando agua y más agua. De momento, con seguridad hasta el jueves, como bien se ve en el cuadro anterior. Pero si la lluvia persiste hasta al domingo, algo que a estas alturas no descartará de plano ni el gallego-meteorólogo más optimista, Vigo habrá igualado su mayor racha de días consecutivos con lluvia en los registros de Meteogalicia, la cual tuvo lugar hace ahora 17 años, en el otoño de 2006, cuando fueron 36 los días durante los que llovió de forma ininterrumpida.
Dice el refrán que el agua no quiebra costillas pero moja rabadillas. Y si bien es cierto que de agua están este otoño muchos gallegos hasta el moño (o hasta la rabadilla, tanto da), no menos lo es que también el acervo popular advierte que «ni en verano sin ropa, ni en invierno sin bota», por lo que no será la lluvia quien nos impida disfrutar de este otoño pasado por agua. Y al final, es sabido, qué hacer sino salir de casa, abrir el paraguas, encogerse de hombros y musitar: Pois se chove, que chova…