Los vendedores de barquillos forman parte de la ciudad de Vigo, un oficio que, con algunas variaciones, se mantiene con el paso del tiempo. Antaño, los barquilleros estaban en determinadas zonas del parque de la Praza de Compostela, también conocida como Alameda, y vociferaban haciendo publicidad del producto que vendían. Llevaban los barquillos metidos en un enorme cilindro de aproximadamente un metro de altura y pintado de vivos colores. En la parte superior iba provisto de una pequeña ruleta que ocupaba casi todo el diámetro.
La pieza central era una flecha que podía girar libremente y que terminaba en una lengüeta que golpeaba los barrotes que delimitaban los números. Mediante del pago de una módica cantidad, la niña o el niño tenía derecho a darle impulso a la flecha, que comenzaba a girar hasta detenerse sobre uno de los números indicando la cantidad de barquillos que le habían correspondido. Hoy en día el método es mucho menos romántico. La barquillera o el barquillero llevan los barquillos en unas cajas con ayuda de una carretilla y vociferan igual, pero con ayuda de un micrófono. Lo que permanece inalterable es la forma y la calidad de los barquillos.