Este año empieza temprano la fiesta. Aún apenas asoman las distintas versiones del sol por encima de las gigantescas torres antigravitatorias, y los weather nodes siguen en modo nocturno, con una temperatura de 17.3ºC, cuando aparece el primero. Viste la ropa tradicional —camisa por fuera y pantalones de lino, sombrero, chaleco y fajín— y luce de manera ostentosa los adornos característicos de la figura que representa —una vara de madera, una peluca de paja y una máscara rosa de cartón que oculta su rostro—.
—En posición y a su orden, inspectora —oigo desagradable a mi compañero.
El oficial Balboa odia tener que estar aquí. Preferiría que le dieran el mando de un pelotón de soldados prometeicos en la Savage Land y, en vez de eso, lo obligan a vigilar las operaciones de estos juerguistas para que no se desmadren. Es una tarea que nadie quiere —tampoco es que a mí me guste mucho—, pero los Centinelas no pueden encargarse de esto por sí solos. No cuando los merdeiros son tan veloces y tan escurridizos como anguilas.
«Detección confirmada de un objetivo en Rosalía de Castro, en movimiento hacia la Alameda», nos cuenta Dharma, mi hermana de forja y además el mejor motor de búsqueda de todo el Sistema Solar.
—Ya conocéis las órdenes —pienso al ver las luces que parpadean en mi screen holográfica, y las ondas mentales atraviesan el omniespacio hasta llegar a los agentes que me siguen—. Mantened la posición. No vamos a intervenir de momento.
Su llegada es repentina y fugaz. Veo surgir un punto que se desliza por algunas de las calles más antiguas de Neo Vigo y al momento recorre todo el Casco Vello Alto y Bajo, y a lo largo de más de cien niveles. Actúa como un duende travieso al que resulta muy difícil perseguir, y se aprovecha de esa ventaja para confundirnos. Es bueno. Ya ha hecho esto antes y le parece una diversión. Lo que no se espera es que mi team ya esté desplegado en la zona.
—Sector 36201, niveles 260, 302, 498. Hidalgo, Cea, Salgado… vigilancia de cerca sin intervenir.
Nos llaman la Patchwork Bunch porque nos hicieron de retales: unos vienen del CNP, otros de empresas privadas —como yo misma— y algunos trabajan por libre —mercenarios a sueldo del Gobierno—. Nuestra tarea es ardua, pero no hay nadie más capacitado que nosotros para la defensa de esta gigantesca ciudad de treinta millones de seres racionales, con unos setecientos niveles de vida, y que crece y evoluciona por sí misma en altura y extensión.
—Contacto visual, inspectora —piensa el agente Hidalgo en nuestro canal conjunto—. ¿Puede ver las imágenes?
Asiento de forma telepática y me concentro en lo que hay ante mí… ante todos. Los miembros de este comando trabajan con sus pautas cerebrales conectadas end to end, lo que garantiza que podamos movernos como una única conciencia digital con distintas carcasas. Puedo experimentar la fuerza incontenible de Balboa, el nivel de muay thai que tiene Hidalgo, los sueños premonitorios de Cea o los implantes cyborg que se pagó Salgado cuando viajó a Turquía.
Y puedo ver los saltos del merdeiro, que abarcan incluso kilómetros de cada vez. Desde una gravitoacera a media altitud en la rúa Chao, brinca de un punto a otro del Mar de Bloques de Neo Vigo. Los formidables edificios antigravitatorios se desplazan sobre su cabeza como naves–ciudad, otros conforman cadenas o terribles islotes, mundos que rotan y colapsan, fachadas históricas que algún día se desprendieron del suelo y monumentos de un tamaño desmedido. Nada es discreto en el corazón de la mayor urbe de Gallaecia, y este saltacalles se convierte en su representación viva.
—Contacto visual, inspectora —ratifica Salgado.
—Contacto visual —piensa Cea, y distingo a través de él la magnitud del asunto.
Es el primero del día y ya ha empezado a cometer travesuras. Berrea y amenaza con su bastón a los aeropeatones con los que se cruza por la calle Progreso. Se mete en la fuente de la Paellera y juega a nadar con los delfines voladores. Baila breakdance en Príncipe junto a un grupo de nostálgicos de los 80. Les roba los cucuruchos de hormigas fritas a los turistas.
Todo Casco Vello parece rugir a través de su garganta. Es una fuerza de la naturaleza, el caos hecho persona. El auténtico espíritu del Entroido vigués.
—¿Por qué aguantamos esto? —piensa Balboa, y no se da cuenta de que su animadversión ha llegado al canal telepático.
—Estamos en Carnaval, relájate —le contesto en un chat privado—. Y los merdeiros son una parte fundamental de este juego. Fiesta, descontrol, carnalidad, anonimato… ¿Tú nunca te animas a disfrazarte?
—No es costumbre entre los minotauros de Val Miñor —me corta con un bufido.
—Pues tú te lo pierdes. Se disfrazan hasta los vegetoides… Te digo que algún día echarás de menos esas fiestas a las que no quisiste ir.
Pero es verdad que a veces se les va un poco de las manos. Nuestro objetivo avanza por Rosalía de Castro y se cuela en la tienda de reciclaje de cuerpos que hay en la Plaza de Compostela —«No tires tu carcasa», repiten los hologramas en la puerta; «cambia, recicla y gana puntos»—. El droide guardián se queda inmóvil por la sorpresa y él se dedica a echar restos de pescado podrido sobre el panel de selección de registros. La alarma salta enseguida: quien elija cambiar de rostro durante el día de hoy tendrá que aguantarse, por el mismo precio, con los ojos lánguidos de Sylvester Stallone.
Después, sus pasos erráticos lo llevan hasta el Club Financiero, al que golpea con una escoba enorme y hace que se hunda por debajo de la tierra. En su lugar pone las cuevas de los morlocks, que de pronto se ven flotando a 300 niveles de altitud y con un sol falso que los deslumbra.
—Salgado, a la tienda. Cea, las torres. Tenéis dos minutos para que cada cosa vuelva a su lugar, ¿entendido?
—¿Y yo, inspectora? —me pregunta Hidalgo sin alejarse mucho de él.
—Tú vas a tranquilizar a la gente. Como sireno del Berbés, te aceptarán mejor que a nosotros. Que entiendan que el caos también es parte de la vida y que la figura del merdeiro es más antigua que el reciclaje de cuerpos y las hormigas fritas, y que también obedece a una razón poderosa.
—¿Y qué razón es esa? —me pregunta Balboa mientras camina hasta mi posición—. ¿La vieja enemistad entre los marineros del Berbés y los labradores o escabicheiros? ¿Tú crees que eso tiene sentido resucitarlo en pleno siglo XXI?
Lo miro con detenimiento y me pongo a fumar un cigarrillo holográfico ante él, sin que pueda evitar que se me escape una sonrisa al ver su físico tan desarrollado.
—Oh, hace tiempo que no va de eso. Ya no hay agricultores que vengan a la ciudad a buscar pescado podrido para usarlo de abono. Ni hay pozos negros, ni peleas con marineros. Ahora los merdeiros son figuras del caos, de la libertad, de lo imprevisto. Son personas que se ponen una máscara y se entregan a la diversión de todos, a asustar a la gente y robarles las patatillas. No son malos, solo traviesos. Y te diría que, en una sociedad tan mecanizada y predecible como esta, yo siempre apostaré por alguien que defienda un poco de caos.
—Tú eres una soñadora. Ya hablaremos de esto cuando acabe el turno.
—Ah, mi hermana sabe que estamos liados, aunque aparente que no…