Pues sí efectivamente, el sol ya acompaña al equipo del RC Celta desde que Claudio Giráldez lo dirige. En Sevilla el astro rey iluminó al equipo, esta vez de rojo y negro, y se trajeron tres puntos de oro para Vigo.
Estos tres puntos eran vitales para seguir con la cabeza fuera del agua, pero además de la victoria, creemos aún más importante la forma como se consiguió la misma. Dejamos ya atrás la época en que el Celta jugaba con el balón ovalado de rugby, y juega, por fin, con balón auténtico de reglamento.
Sólo cuatro días tuvo el nuevo míster para arreglar el desaguisado anterior, y en ese poco tiempo le dio la vuelta al equipo como un calcetín. El sistema de Giráldez de siempre de 3-5-3, con (como dicen los profesionales) carrileros largos, atacando y defendiendo con balón, propuesta de futbol de ataque y querencia por jugar en campo contrario.
Por cierto, en el equipo inicial figuraban los dos Hugos, Álvarez y Sotelo, ambos canteranos. Álvarez en el lateral izquierdo y Sotelo ayudando en la manija del equipo. En la segunda parte también salió Damián Rodríguez, otro pupilo de Giráldez. Esto parece toda una declaración de intenciones.
El Celta encajó en el primer tiempo un gol estúpido en el que Unai quedó retratado (y no es el primero), pero el equipo no volvió la cara al partido. En la segunda parte el Celta continuó con posesión de balón y yéndose en busca de la portería sevillista.
En el minuto 72 gran jugada de Carles Pérez (¡por fin Carles, por fin!) con golpeo desde el pico del área y para dentro, 1-1 en el marcador de Heliópolis. Pero es que seis minutos después, gran centro de Bamba (otro recuperado para el equipo) y taconazo de lujo de Larsen, y 1-2 con ventaja celeste.
Me gustaría señalar, por justicia, el papel destacado del arquero Vicente Guaita en la victoria céltica. Es un profesional muy experimentado, que inutiliza muchas oportunidades del equipo contrario. Hacía tiempo que el Celta no disfrutaba de un buen portero y es muy de agradecer.
En fin, que la cara de la afición ya es otra, esta vez en la tarde dominical, con una sonrisa de oreja a oreja. En este invierno vigués tan lluvioso es fantástico que sobre los aficionados siga brillando el sol. Un sol con muchas irisaciones celestes. ¡Hora era!