—¿Crees que esto va a funcionar, hermanita?
Laika: «Pues claro, ¿qué te piensas?».
Laika: «Solo tengo que extraer tu conciencia digital de ese cuerpo de mercurio y acelerarla hasta una realidad hiperlumínica, donde podrás moverte en un estado energético cuasi onmisciente.
Laika: «¿Qué podría salir mal de todo eso?».
—Venga, no te burles. Dirección nos ha presionado para que rescatemos a ese científico perdido en el omniespacio. No tenemos más remedio que ir allí.
Mi name es inspectora N4rv43z, de la División de Seguridad de la Fundación Omnia, y hoy todo el universe sabrá que esta era una idea malísima. A nadie en su sano juicio se le ocurriría invadir el territorio de las ballenas espaciales, y menos para ir en busca de un tipo a quien ya han hecho desaparecer. Yo creo que es obvio que no nos quieren, pero ¿qué hace falta para que nuestros chiefs se convenzan?
Laika: «Pues ya podías ir tú solita, ya que eres tan valiente».
Laika: «¿Qué pinto yo en ese sitio?».
—Oye, sabes tan bien como yo que no es un sitio, sino algo como… un estado de ánimo. Una realidad que se mueve muy deprisa. Y tú eres la que existe en la Holo–Red. Igual tendrías que ir tú sola y yo me quedaría para monitorizarte.
Gruñe y bufa de manera repetida, pero no sigue protestando. En su interior admite que no nos queda otra que visitar uno de los rincones más peligrosos de la creación, del que nadie ha vuelto y que no aporta más que dudas a los científicos. Por eso el Instituto Rande envió al profesor P4t1ñ0, uno de los mayores expertos en comunicación interespecies —y, además, un metalero como yo, un droide que luce carcasa metálica a modo de protesta por todo lo que ha sufrido nuestro pueblo—. Una lástima que se perdiera el contacto con su holopsique a los 2,53 segundos de que se lanzara al Hipertiempo.
Lo llaman así porque no tienen una denominación más adecuada. Nunca es fácil describir una realidad alternativa que existe más allá de la velocidad de la luz y conformada por túneles hechos de corrientes temporales por los que nadan ballenas. Seguro que en el Instituto Rande ya están buscando la forma de colonizarlo, pero por lo pronto sabemos que en esto se basa toda la tecnología de hipercomunicaciones con el resto de culturas del Sistema Solar: los mineros de dióxido de carbono de Venus, los señores de la guerra de Marte o los tritones y sirenas de Neptuno. Y todo depende de que podamos poner balizas a las ballenas espaciales, para que nos sirvan como satélites en la corriente del Hipertiempo.
—Venga, hermanita, no le demos más vueltas y aprieta el interruptor. ¡Vámonos de viaje a lo desconocido!
Un ladrido virtual me anuncia que ha llegado el momento. Laika —la antigua perra cosmonauta, ahora reconvertida en enlace de misiones para mis chiefs— conecta la transmisión y yo siento que pierdo la noción de la realidad. Mi cuerpo se aplasta bajo toneladas de presión que llegan de lo más lejano del cielo y me parece que me diluyo entre los resquicios de mí misma. Noto que dejo de existir, que me pierdo en torbellinos de energía que se enroscan hacia las alturas y me llevan consigo. Vuelo, nado y salto de una realidad a la siguiente, sin capacidad para discernir dónde me encuentro o hacia dónde me dirijo. No hay un antes o un después. Aquí todo sucede al mismo tiempo, ocurre desde el comienzo de las cosas y existirá para siempre, por mucho que los humanos queramos evitarlo.
Estoy perdida. Este es el hogar de dioses primordiales que cabalgan sobre taquiones y celebran rodeos. Es un lugar hecho de cuerdas que vibran y provocan sonidos que destruyen culturas enteras. Es el infinito que sucede todo al mismo tiempo, se colapsa y renace a cada suspiro del Motor Inmóvil.
Es el terreno de Dios. De los dioses. De todos los dioses imaginables, que para eso es la conciencia humana quien los crea y les da valor por sí misma. Yo no creo que exista alguien por encima de todo, no entiendo la necesidad de un controlador del sistema, como les gusta imaginar a los humanos. Y en base a eso han creado sus genealogías, familias de dioses que controlan elementos distintos como el rayo, las mareas, el destino o la muerte. Como si por imaginarlos personificados en criaturas similares a ellos pudieran hacerse con su voluntad. Manejarlos a través de sus rezos.
En cambio, ahora puedo sentir la presencia de dioses en cada milímetro de piel, cada ergio de la energía que me rodea y cada sentimiento que brota de mi corazón. Es una plaga, un horror, una paz infinita. Es como si yo fuera una con todo y cada elemento me penetrara y se uniera a mí para siempre.
—Y eso que usted únicamente ha llegado hasta el marco de la puerta —me dice una voz sin sustancia—. No se imagina lo que hay más allá… mucho más allá.
Intento averiguar de dónde proviene el sonido, pero entonces me doy cuenta de que no hay distancias ni direcciones en este lugar en que me encuentro. Solo hay percepciones simples, y a la vez mis sentidos se extienden muy lejos de la realidad, como si viviera más allá de lo esperado.
—¿Quién eres? —le pregunto—. ¿Profesor P4t1ñ0…?
—Oh, hace mucho de ese name. Lo recuerdo. Yo me llamaba así hace eones, cuando habitaba en el interior de una carcasa. Cuando solo era una criatura sintética en un mundo tetradimensional. Ah, qué recuerdos…
—¿Y ya no es eso, profesor? ¿Qué es ahora?
—Bueno… qué podría decirle… cómo explicar lo que habita en realidades que están más allá del lenguaje. No sabría describírselo, porque no hay forma de que le hable de los pozos de gravedad, de los futuros circulares, la magna rueda, los caminos sin senda o los ojos del abismo del tiempo. Yo he descubierto muchas de esas cosas en esta eternidad que llevo viajando, y aun así soy consciente de no haber rascado sino una ínfima parte de lo que puede llegar a existir. Soy solo una rémora pegada a la espalda de las ballenas cósmicas y ellas me permiten acercarme, no porque me quieran allí, sino porque les divierte contemplar lo pequeño que soy a su lado. Difícilmente cuantificable hasta para una conciencia del tamaño de una galaxia entera.
—Profesor… mi name es inspectora N4rv43z, de la División de Seguridad de la Fundación Omnia. El Instituto Rande nos ha contratado para averiguar si el Hipertiempo puede albergar peligros para la seguridad de la Vía Láctea.
La respuesta es una carcajada eléctrica entre burlona y triste.
—¿Peligros? ¿Es que no entiende lo que le estoy diciendo? Aquí nadie presta atención a la Vía Láctea, ni le concede importancia alguna. Cada respiración de una ballena cósmica dura cientos de miles de vidas humanas. Cuando quieran darse cuenta de que están ustedes ahí, ya se habrán extinguido. Dudo que sepan que existe vida en la Tierra, y desde luego le confirmo que les da igual.
—Pero… si lo supieran… ¿tendrían capacidad para destruirnos?
Tarda un momento en contestarme y eso quizá es lo que más me preocupa.
—Si tomaran por enemigos a los habitantes de su galaxia, tendrían capacidad para impedir que hubieran llegado a desarrollarse alguna vez. Con eso se lo digo todo.
Y un escalofrío me recorre la espalda. Aunque no tengo espalda. Pero sí miedo de lo que me está contando.
—De modo que márchese y no vuelva —continúa—. Diga que no pudo avanzar por este territorio, que se golpeó contra un muro y que no había restos de mí. Que era un camino sin salida.
Noto que mi conciencia se evapora y algo me lleva hacia atrás, como si la realidad se impusiera finalmente y estos momentos de diálogo se estuvieran acabando, por mucho que mi deseo sería continuar aquí para siempre.
—Espere… profesor, en Omnia están grabando todo lo que siento… Desapareció del laboratorio hace 6,57 minutos y me enviaron en su busca… Ahora ellos sabrán lo que ha pasado… que está usted aquí.
Vuelve a reírse, pero esta vez suena como el tañer de una lira de proporciones gigantescas, y cuya música resuena en mi interior como la propia melodía que conforma los pilares del cosmos.
—Ilusa… ¿Tiempo? ¿Lugar? ¿De qué me habla? Desde luego, no ha entendido ni lo más mínimo…
Abro los ojos y compruebo que estoy de vuelta en mi cuerpo de mercurio. Puedo mover las manos y los pies, que de pronto son míos de nuevo. El mundo luce, suena y huele como siempre, y el tiempo avanza de nuevo en un único sentido.
Laika: «¿Y bien? ¿Qué ha pasado?».
Laika: «Perdiste contacto nada más meterte en esa jungla».
Laika: «Empezaba a preocuparme».
—Droide derribado —le digo con una voz que apenas reconozco—. Informa a Dirección de que no hay nada ahí fuera y de que no compensa volver. Es un páramo que no sirve para nada a la company. Mejor centrarnos en lo que tenemos aquí abajo.