Trump pronto será de nuevo presidente de los Estados Unidos de América, con la legitimidad de las urnas a las que acudirán millones de partidarios republicanos y americanos temerosos de Dios que verán en él a un súper hombre capaz de esquivar las balas y luchar hasta el final con los dientes apretados y el puño en alto. Puesto en pie inmediatamente después de ser blanco de un disparo que pudo ser mortal, desafiante, enérgico y colérico, parecía la reencarnación del que fue icónico presidente de la Asociación Nacional del Rifle, Charlton Heston.
Como el imponente actor, Trump fue también por un instante el épico Benhur, que sufrió la agonía y la desesperación pero volvió de galeras y de la muerte para cobrarse su venganza. Fue el Cid, Rodrigo Díaz de Vivar desterrado y vilipendiado que regresó de su exilio siendo Campeador. Alzó los puños en alto con rabia y tal vez maldiciendo, igual que el astronauta George Taylor al final de El Planeta de los Simios, testigo impotente de la necedad humana. Y muy pronto impondrá su ley levantando las tablas de los diez mandamientos que Charlton exigía cumplir como Moisés entre el retumbar de los truenos. Separará y cruzará las aguas si es preciso, cerrándolas sobre sus enemigos, y sobrevivirá al rugido de la marabunta aunque tenga que ser el último hombre vivo y el más valiente entre mil. Porque es leyenda.
Un gran rédito para un atentado que, si bien pudo haberle costado la vida, se quedó en un rasguño y en otra oreja famosa más que recordará siempre al presidente americano número 45 y enfilando el 46. Otra oreja como la de Vincent van Gogh, que sin perjuicio del valor de su incuestionable obra artística, es famosa por sí misma. Como la de Evander Holyfield, que mordió y arrancó Tyson para volver a ser noticia en el declive de su carrera boxística. Trump pasa así a estar a la altura de Clark Gable, Légolas, Mickey Mouse, Dumbo o Bugs Bunny, míticos personajes con grandes historias y grandes orejas.
Y con el barniz de la indestructibilidad, de pie en la lucha, hará como que escucha al pueblo con sus orejas grandes para oírle mejor. Y cuando le hagan notar qué dientes más grandes tiene responderá indubitadamente son para comerte mejor, se abalanzará sobre la frágil caperucita que es este loco mundo y no habrá ningún leñador valiente que pase por allí para hacerle pedacitos, pues el hacha estará en sus manos para hacer América grande otra vez.