Si uno entra a la web del club Arenas de Alcabre, puede leer lo siguiente: «Contribuye con tu imagen a engrandecer tu club. No permitas nunca que tus éxitos justifiquen la falta de principios ético-deportivos, que están por encima de todo».
Un discurso ciertamente bonito… si no se quedara sólo en papel mojado. Y lo digo por propia experiencia.
Tras dos temporadas en el club jugando en infantil, el entrenador pregunta por grupo de whatsapp de padres qué niños tienen intención de continuar para la temporada 2024-25, a lo que respondemos que nuestro hijo sí. Por consiguiente se reincorpora a los entrenamientos, y a los pocos días, cuál no será nuestra sorpresa cuando el crío regresa muy disgustado del entrenamiento diciéndonos: «Acaban de echarme del Arenas». Tras preguntarle los motivos, nos dice que el nuevo entrenador les ha dicho que eran demasiados en el equipo, y que nombró a siete que debían marcharse. Así, delante de todos sus compañeros, sin informar a los padres (ni antes ni después) e incorporando a otros chavales nuevos en sus narices, que habían respondido a una invitación que desde el Facebook del club se había hecho para que probaran. Y digo yo… ¿No es que eran demasiados en el equipo?
En vista de que nadie del club tuvo la delicadeza de ponerse en contacto con nosotros, llamamos al coordinador y concertamos una cita con él. Cuando mi mujer y yo llegamos al pabellón a la hora señalada, los funcionarios del ayuntamiento nos comunican que el susodicho ha llamado informando que ese día «no podrá ir». Eso sí: a mí no se molestó en avisarme de que no acudiría. Visto lo visto, solicitamos hablar con el entrenador que echó a los niños, para que nos explique qué ha ocurrido. Nos confirma que el crío no ha dado ningún problema, y que no hay ningún criterio de expulsión, puesto que él ni siquiera conoce a los chavales, simplemente que tenía que escoger a veinticinco niños para inscribirlos en la federación, y los demás sobraban. También nos dijo que no entendía que estuviéramos molestos ni el niño disgustado, cuando «sobran clubs en los que jugar», para terminar diciéndonos que si teníamos alguna reclamación hablásemos con el presidente.
Tras intentar infructuosamente durante varios días contactar con éste (ni nos coge el teléfono, ni responde a los emails) hemos llegado a la conclusión de que es pleno conocedor de la situación y no tiene la menor intención de enmendar la injusticia que se ha cometido con estos niños, dañados irreparablemente en su autoestima por el agravio comparativo ante sus compañeros.
Y así es como un niño ha retirado de su habitación la bufanda del que fue su equipo y ha tirado las cuatro camisetas que tan orgullosamente vestía, incluso aunque no fuera día de entrenamiento. Y la pregunta es: ¿Son estos los valores de los que el club Arenas de Alcabre presume en su página web? ¿Vale la pena sacrificar los valores ético-deportivos por un posible trofeo en una vitrina?
Eduardo Aguiar Carral