El gorila entra con paso firme en el Hogar para Oldies Santa Justina, en el barrio de Casablanca, Neo Vigo, WorldsEnd, Tierra, Planetas Unidos. Son las 10:35 horas UTC + 1. Casi al mismo tiempo, las sirenas desovan junto a la isla Lincoln, en la entrada de la ría de Arousa, a donde fue a parar ese gigantesco promontorio desde que el bisnieto del capitán Nemo se casó con la sirena de Sálvora. Mientras, en el Pacífico Sur, los simios gigantes de la isla Calavera se enfrentan a criaturas reptilianas de largos picos afilados y garras cortantes, y lo hacen sobre la entrada a la Tierra Hueca, donde habitan los saurios que en la superficie quedaron extintos y también un pueblo de homínidos de larga cola prensil. No tiene que ser muy difícil llegar a ese mundo olvidado, solo el esfuerzo de atravesar los tifones que rodean la isla, después evitar a los monstruos que la protegen y finalmente emplear algún vehículo volador para el descenso, que puede llevar unas cuantas horas.
El gorila pregunta por mí en recepción y Xian le dice que estoy arriba. Viste una ropa holgada de aspecto deportivo: joggers, chaleco y una camiseta con el viejo logotipo de mi serie de televisión, Sky Girl, aventurera espacial. Bajo el brazo lleva un ejemplar de la novela de Sky Girl que Orson Scott Card escribió hace seis años, Frontera incólume, y por la que recibió el Premio Hugo. En ella, Atómica Antía invade la corriente temporal gracias a una transfusión de la sangre de la Viajera del Tiempo, la doctora Alba DeTamble, íntima amiga de Sky Girl. Con motivo del estreno del libro, pude conocer a ambos —a Card y a la doctora— y ninguno era tan alto como parecía.
Xian, que lleva siete años como bedel de este centro —uno más que la novela, pero seis menos que el primer robo del Muñeco Azul— le recomienda que suba por las escaleras al primer piso, donde se encuentra la sala de firmas. Obviamente, es un fan en busca de su ídolo, o eso parece a simple vista, de manera que ni se plantea registrarlo de forma concienzuda, más allá del escáner de conciencia digital y los registros corporales holográficos que hay a la entrada, o de los sensores distribuidos por ambas plantas —y que yo hace tiempo que hackeo por deporte, lo que me da mucha información sobre el recién llegado—. Quieras que no, el Santa Justina es un lugar de paz y eso hace que no cuente con grandes sistemas defensivos, como sí ocurre en la City de la Justicia o el Concello. ¿Quién iba a pensar que ocurriría algo malo en este sitio?
—¿Vienen todos para Antía Bernardeu? —pregunta al ver la multitud que inunda la sala, y que incluso se desborda hacia el pasillo.
Levanta la cabeza y ve mi imagen, inconfundible a esa distancia con mi pelo blanco y el mechón de color morado sobre la frente. ¿Quién es? ¿Por qué ha venido? Su acento me recuerda a la lengua mangani de los grandes simios del centro de África, pero claramente está haciendo esfuerzos por disimularlo y adaptarse a una omnilingua de pronunciación neutra.
—Hay dos colas —le explica Xulia, mi secretaria personal (una fox terrier de Auria que lleva nueve años a mi servicio… tres más que la novela y uno menos que las Machine Wars)—: una solo para firma y otra para firma con foto. ¿Cuál es su elección?
El gorila duda. Aprieta los dientes, mira a su alrededor con aire brusco y finalmente enseña el libro y trata de fingir una sonrisa amigable.
—Solo firma. Gracias.
No lo hace bien. He visto monstruos primordiales y asesinos múltiples que disimulan mejor. Y en cambio Xulia no detecta la amenaza en el aire, no huele el sudor nervioso que le baja por la nuca mientras sus dedos tamborilean en la cubierta del libro. Tapa dura. Es una edición antigua, no la de bolsillo que sacaron después con la foto de Alba DeTamble en la portada.
—Pues entonces la cola de la izquierda, muchas gracias —le contesta de forma mecánica, y él sigue a los demás.
Eso es lo que matará este world el día menos pensado: no fijarse en los detalles tan obvios que anuncian el apocalipsis. Y yo sonrío en silencio y permito que el juego se desarrolle sin moverme, consciente de que mi problema es el aburrimiento. Qué más me da a mí si se muere todo, si solo soy una oldie conservada en formol.
—Por fin conozco en persona a Atómica Antía —dice una hora después, cuando la larga cola de firmas ha progresado hasta que él puede llegar a mi mesa.
Empleo entonces mi sonrisa más aduladora, la que suelo dedicar a los fans, al tiempo que cojo el libro que me tiende.
—Por desgracia, solo soy la actriz que la interpretaba —explico como a tantos otros que se confunden—. No tengo nada que ver con mi personaje, señor…
—Oh, yo también tengo un nombre común, pero en el negocio al que me dedico todos me llaman Corazón Negro.
Y ya no hace nada por disimular su acento, como si me lanzara un desafío.
—Tiene usted una forma de hablar muy curiosa, señor Corazón Negro. Hace tiempo di con alguien como usted, un gorila de Johannesburgo, creo recordar, que hacía de doble de acción en la Paramount.
Me mira de forma rabiosa y aprieta los dientes, lo que sin duda es mejor que sentir cómo me arranca con ellos la cabeza.
—Vamos, Atómica Antía… puede usted hacerlo mucho mejor.
Sonrío, ya no tan conciliadora como antes.
—Le repito que soy una actriz. Comete usted un error muy común al mezclar…
Pero entonces veo el mapa. Abro de forma inconsciente la tapa del libro y allí me encuentro con una copia de los dibujos que hizo el profesor Otto Lidenbrock en su viaje al centro de la Tierra en 1862. Y, justo detrás, documentos de otras misiones que realizó el viejo aventurero: la exploración de Pellucidar en 1914 junto a David Innes y Abner Perry o el hallazgo de la isla Calavera junto a las costas de Sumatra en el año 33. En ese instante, noto que ya no estoy sonriendo.
—Tand–nala —le digo en bajo, para que nadie más me oiga—… abajo… la Tierra Hueca. ¿Es eso por lo que querías verme?
Y ahora es él quien ríe, aunque diría que no he reproducido tan mal el acento de las montañas de la Luna.
—De modo que aún es capaz de hablar en mangani —me contesta—. La tribu de Kerchak estaría muy orgullosa de usted si la oyera.
—¿Qué quieres de mí? Dilo y vete.
—Quiero liberarla de su aburrimiento, Atómica Antía. Quiero proporcionarle aventuras que hagan temblar este universe, que llenen diarios y motiven la creación de una nueva serie… una en la que usted será la protagonista. ¿No se imagina las historias? Reina del crimen se apodera de las reservas de cavorita de Fort Knox, conquista el archipiélago de las sirenas o planta un eucalipto en la Luna. ¿Cuál es su límite?
Empujo el libro hacia él con un desprecio evidente.
—El Código Penal de Neo Vigo. Ese es mi límite. Como le dije, soy solo una actriz y ahora no tengo guion.
—Pues escríbalo por sí misma. ¿Qué la frena para quedarse en este sitio? A usted la fabricaron como holoactriz para un único papel en su vida, y con todo el dinero que ganó pudo hacerse con un cuerpo orgánico aumentado: más fuerte, más ágil y más rápida que una humana común. Pero su auténtico poder es la inteligencia. Atómica Antía siempre fue la némesis de Sky Girl simplemente porque era la persona más inteligente del mundo. Y diría que aún lo sigue siendo.
—Le repito que eso era un papel.
—Sí, claro. Por eso perdía. Usted y yo sabemos que, en el mundo real, Sky Girl nunca habría podido vencerla, mucho menos cuando se hizo con el vehículo flotante de Robur el Conquistador o con las manzanas doradas del jardín de las Hespérides. ¡Por la diosa Goro, si hasta tuvo en sus manos una muestra de sangre que le permitía viajar en el tiempo! ¿Me va a decir en serio que alguien podría haberla derrotado?
Respiro hondo. Soy solo una oldie recocida en un lejano almacén. Yo misma acepté la reclusión en este sitio para perderme de vista de los famosos de Hollywood, con la única condición de una sesión de firmas cada martes. ¿Y ahora tengo que sufrir la palabrería de un mangani que viene a verme con una camiseta de merchandising?
—¿Qué gano yo con eso? —le pregunto burlona—. ¿Para qué dejar una vida tranquila como esta y arriesgarme en una última misión?
Se pone en jarras y me muestra una sonrisa de oreja a oreja.
—¿Y quién dice que vaya a ser la última? Tengo pensados veinte o treinta planes que requieren del genio maravilloso de Atómica Antía. No tenemos por qué parar.
Sin darme cuenta, me pongo de pie y observo la enorme cola que aún tengo. Mi ropa hoy es funcional: una camisola floja de colores brillantes y unos vaqueros. La ropa que llevaría una esclava del sistema, alguien que acepta su posición sin enfrentarse. No la persona más inteligente del mundo: no, esa trazaría su propio camino sobre las cenizas de este world. Y no habría mejor razón para quemarlo que el aburrimiento.
—Xulia, voy a necesitar efectivo, así que vende mis posesiones en Brobdingnag —le ordeno a mi secretaria mientras abandono la sala de firmas, lo que provoca un murmullo de desconcierto—. Y tengo que hacerme con algunas ropas nuevas, unas que vayan con mi carácter y no con el de… la masa. Yo no soy masa, eso nunca. Ah, y por supuesto necesitaré un arma. La mejor y más poderosa de las armas.
—Yo tengo algunas ideas al respecto, señora —me interrumpe el gorila con una mueca audaz—. Si me lo permite…
Pero entonces lo miro y se da cuenta de que ya soy otra. He dejado en la mesa a Antía Bernardeu y a quien se está dirigiendo no le gusta que le hablen de esa manera. Y disfruto cuando veo que, de forma instintiva, baja la mirada y se somete a mi voluntad.
—Nunca vuelvas a creer que estás a mi altura —le advierto con el dedo índice levantado—. Me daría igual que fueras emperador de África y guiaras contra mí un ejército de manganis. Yo he sido amante de dioses, he conquistado el microverso, he bebido vino en el cráneo de Atlas y me ha bañado en el corazón del Big Bang. Tú, cómo mucho, serás mi esclavo, y solo si yo te lo permito.
—Sí… sí, mi señora. Estoy a sus órdenes.
—Recuerda bien un detalle, Corazón Negro: de todos los villanos de Sky Girl, yo era la única que no estaba motivada por un trauma infantil, ni un desengaño, ni buscaba salvar la vida de una esposa condenada por la ciencia. Yo soy mala porque sí, porque disfruto siéndolo. Y eso es lo que me hace la más peligrosa. Vámonos. Tenemos trabajo por delante y ya estoy perdiendo mucho tiempo aquí.