Veleros, barcos de vapor, el Atlántico, la Exposición Universal de París, una mujer fantasma, una competición por los mejores cañones, indios obligados a permanecer en reservas, las cataratas del Niágara y un escritor transformado en protagonista de una historia como las que le dan de comer. ¿Puede haber algo más emocionante?
La obra de Julio Verne es la definición perfecta de la aventura puesta al servicio de la enseñanza juvenil. Desde las páginas de Le Magazin d´éducation et de récréation, el autor de Nantes se propuso, junto a su amigo y editor Pierre–Jules Hetzel, mostrar a un público joven las maravillas que estaba haciendo posible el avance de la ciencia durante aquel siglo XIX de la Revolución Industrial. La creación de la máquina de vapor había cambiado el mundo, y los antiguos veleros dejaban paso a formidables buques de un poder imbatible. Locomotoras, globos aerostáticos, sumergibles y otros inventos inauditos empezaban a recorrer el planeta entero, solo unas décadas antes del auge de la aviación o de los submarinos, tan cruciales ambos en las grandes guerras.
Verne tuvo la inteligencia de comprender que ese cambio era irreversible y que iría a más, empujado por la ambición de la mayores potencias, en una escalada bélica que pondría en riesgo incluso la integridad de la atmósfera. Creyó, y lo sostuvo durante toda su vida, que la misión de un intelectual en esos casos era entregar el conocimiento a la gente, educar a la población más joven en las posibilidades de la ciencia para que, a través del estudio, llevaran el bien a todas partes. Defendió las virtudes de una educación laica, de la democratización del saber, y puso su empeño en descubrir, narrar y compartir lo que sabía, en una carrera literaria que duró cuatro décadas.
Todos esos mundos de Verne están en un cómic verdaderamente precioso: Julio Verne y el astrolabio de Urania, de Carlos Puerta y Esther Gil, editado originalmente en dos álbumes por Ankama Éditions y que Norma Editorial publica en España en un tomo integral traducido por Alfred Sala.
La premisa es muy interesante: ¿y si Verne hubiera conocido de primera mano todos esos prodigios que cita en sus novelas? Si, en lugar de solo narrador, fuera partícipe de una aventura como las que lo hicieron famoso y tuviera que enfrentarse por ello a los peligros del mar, el ataque de los indios o la amenaza de un genio científico que no tiene escrúpulos en beneficiarse de lo que ha construido sobre el dolor de un pueblo inocente. La historia de Gil recorre muchos de los elementos clásicos de la obra verniana: los prodigios del avance técnico y la disyuntiva entre usarlos para el bien o para la guerra, las víctimas explotadas para obtener recursos naturales, la posibilidad de vencer a la muerte o el recuerdo de las civilizaciones perdidas, de cuya arrogancia aún tenemos que aprender. El villano de este cómic recuerda en su maniqueísmo al capitán Nemo de 20.000 leguas de viaje submarino, al barón de Gortz de El castillo de los Cárpatos o al doctor Schultze de Los 500 millones de la begún. La aparición de la Atlántida nos lleva al Nautilus, que la visitó en su largo periplo, e incluso podemos ver en las primeras páginas a un joven príncipe Dakkar, responsable de la obtención de cierto objeto antiquísimo y fundamental en la trama.
Pero no es tan solo de novelas de lo que se nutre esta historia, sino también de la propia realidad de la época y de la vida del escritor ―que aquí se convierte en personaje―: la anécdota según la cual Verne se fugó de niño del control de sus padres y se montó en un velero para descubrir lo que era navegar, su relación secreta con la tristemente fallecida Estelle Duchesne, su contrato con el editor Pierre–Jules Hetzel para participar en la revista, su viaje a América con su hermano Paul a bordo del Great Eastern o su participación en la Exposición Universal de París de 1867. Todos esos episodios aparecen engarzados en una trama de aventuras ficticias que lleva al lector de una página a otra a una velocidad endiablada.
El arte de Carlos Puerta es más impresionante que nunca. El creador de álbumes tan formidables como Barón Rojo o Maldito seas tú realiza aquí un apabullante trabajo de documentación y plasmación de lugares reales como el puerto de Nantes en 1839, la ciudad de París en 1867, Liverpool, el Great Eastern, la Exposición Universal, las grandes praderas o las cataratas del Niágara. Verne, Hetzel y el resto de personajes nunca han sido tan reales como en estas páginas, nunca los hemos visto sudar, reír o luchar por su vida de una forma tan auténtica como aquí.
Pero incluso todo eso junto palidece ante las escenas de la segunda mitad de la obra, que transcurren en una increíble ciudad subterránea bajo las cataratas. Este lugar es tan magnífico e imponente que solo un villano de una obra de Verne podría haber levantado esas salas faraónicas, esas galerías de techos abovedados o esas puertas capaces de resistir el disparo de un cañón. Y solo un genio desprovisto de humanidad podría justificar la esclavitud de los indios mohawks con el fin de mantener su ciudad funcionando. Todo por el progreso de la ciencia, sin que importe a qué precio conseguirla.
Julio Verne y el astrolabio de Urania es el compendio de todo el legado del genio de Nantes: su obra y su vida, lo que disfrutamos como lectores y lo que lo hizo posible, y encima con un arte inolvidable.