Este 22 de diciembre se cumplen 154 años del fallecimiento de uno de los tres poetas españoles más relevantes de todos los tiempos. Gustavo Adolfo Bécquer, la leyenda del Romanticismo que ha conseguido enamorarnos a todos con sus versos.
A pesar de que el pintor y poeta, nacido en Sevilla en el 1836, fue bautizado como Gustavo Adolfo Claudio Domínguez Bastida, adoptó el segundo apellido paterno de origen flamenco: Bécquer. Su breve paso por este mundo fue un viaje lleno de sombras. Penumbras que consiguió transformar en luz a través del arte y la literatura.
Tras la temprana muerte de sus padres, fue criado y educado por su madrina Manuela Monnehay Moreno. Gracias a ella, Bécquer descubrió su talento y desarrolló el amor por las artes. Con apenas 18 años se trasladó a vivir a Madrid para hacerse un hueco entre los ambientes artísticos e intelectuales. Sin embargo, tras la muerte de su querido hermano Valerio, el poeta cayó en una profunda depresión que desencadenó en una tuberculosis y que marcó el final de su existencia.
El último deseo de Bécquer fue que, quemaran todas las cartas que expresaban amargura y, publicaran sus poemas. Gracias a la publicación de ‘Rimas y Leyendas’, un año después, saltó a la fama. Un reconocimiento que el poeta no celebró en vida, como la gran mayoría de las leyendas a lo largo de la historia. Su obra ha sido muy significativa y ha influenciado a grandes escritores de nuestra literatura, como el caso de Cernuda, Antonio Machado o Juan Ramón Jiménez, entre otros.
Uno de los famosos poemas que nos dejó Bécquer en el recuerdo: “Podrá no haber poetas; pero siempre habrá poesía”. Efectivamente, su poesía sigue viva en nuestros días actuales, aunque él ya no esté entre nosotros. Sus versos, románticos y llenos de simbolismo, expresan amor, naturaleza y atardeceres; pero también oscuridad, penumbras, sueños rotos y despedidas. El propio Bécquer era poesía y, su corazón honesto, profundo y melancólico, hizo que sus poemas tengan vida propia y consigan erizarte la piel hasta tocarte el alma.