Por Cristina Ramírez
La Navidad para mí es el momento del año donde la magia de la infancia renace y me hace creer que casi todo es posible, cosas que el resto del año pasan desapercibidas muchas veces.
La ternura y el cariño de la gente se hace más presente y palpable en el ambiente. Yo también me vuelvo más receptiva con el mundo y en especial con mis seres queridos, a quienes deseo mimar con buena comida, con una decoración cuidada y con calor de hogar.
Comienzo sacando los adornos de la casa y de la oficina (a veces sin ganas, por el trabajo que supone poner y quitar), eso rápidamente me lleva a pensar en regalitos que puedan aportar un poquito de felicidad al otro, enciendo la chimenea y el horno para crear alguna galletita con forma. Y la magia se ha producido, ya llegó el espíritu navideño. Todo se torna especial e importante: el olor, el color, las luces, las sonrisas, las miradas, las quedadas…
Por otro lado, es un momento de hacer valoración del año que ha pasado, valoro las cosas en su justa medida, celebrando lo bueno y viendo qué sería posible mejorar el próximo año. Echo de menos a personas que no están conmigo por diferentes motivos, y ese toque de tristeza y añoranza también envuelve esa atmósfera navideña. A veces me ayuda ponerme en contacto con gente que no me acompaña en el día a día, y sentirlos cerca y que me sientan a mí.
Conforme voy creciendo, el sentido de la Navidad va evolucionando, sin perder ese toque de «Momento Especial del Año», que para mí representa un empuje hacia delante, a ser mejor persona, a cuidar mejor de mis seres queridos, a valorar lo que soy y lo que tengo, y a reencontrarme con la ilusión y la magia de la infancia.