Por Cristina Lorenzo
Ella contempla por la ventana de la cafetería como las calles están saturadas de luces y adornos, mientras el megáfono vocea: «¡Viva Vigo!». Se pone a leer el libro que tiene entre las manos para olvidar estas fechas y aplacar su melancolía. Se trata de las primeras navidades que pasa lejos de su familia.
Daniel entra en la cafetería y se sienta en la mesa de siempre. Abre su bandolera y coge el portátil. La camarera se acerca con el café doble como cada día. Él le da las gracias y se dispone a escribir. El espíritu navideño le inspira.
Comienza a teclear con decisión, pero al cabo de un tiempo se bloquea. Aparta los ojos del ordenador y se fija en una chica pelirroja que hay frente a él. Está leyendo un libro a la vez que se acomoda las ondas de su cabello por detrás de la oreja. No puede dejar de mirarla.
Ella le devuelve la mirada. Tiene los ojos verdes, tan profundos como dos jades imperiales. Daniel se ruboriza, da un sorbo al café y continúa escribiendo. Pero su novela, basada en la Guerra Fría, de repente se ha convertido en una romántica donde él y la chica de enfrente son los protagonistas. Nota como su corazón se acelera.
Da otro sorbo al café y percibe que ella se marcha. Daniel deja unas monedas encima de la mesa y sale detrás. La chica pelirroja está cruzando la calle mientras que un coche, a su derecha, parece no detenerse. Daniel se abalanza sobre ella y la empuja fuera de la carretera. Él la mira. Ella le mira. Nadie ni nada se mueve, no se oyen ruidos de vehículos ni del bullicio de la gente. El mundo se acaba de detener.