Por Juan Carlos Tarrago Nesta
Mateo, es un niño inquieto, que lo pregunta todo, tiene siete años y le encanta leer. El sábado por la tarde sus padres lo llevaron a ver el alumbrado navideño; pasearon por la calle del Príncipe, montaron en la noria de la Alameda, compraron chuches.
Para Mateo fue un momento inolvidable, las luces, la gente, los escaparates de las tiendas, los músicos callejeros. Contagiaron al niño del ambiente festivo mientras paseaba cogido de la mano de su madre, estaba feliz, radiante. No paraba de pensar, lo bonito que era todo.
Cuando llegaron junto a un trineo conducido por una figura de Papá Noel, Alejandro, su padre le invitó a subirse en él:
—Vamos Mateo, súbete y te quito una foto.
El niño pegando un salto, se sentó al lado del orondo personaje para fotografiarse junto a él.
Pero cuando estaba bajando de la atracción navideña, una idea asaltó su mente infantil, fruto de su innata curiosidad.
—Papá, mamá, ¿qué es la Navidad? —les espetó de repente a sus padres.
—La Navidad es fiesta, Mateo, son las luces, los regalos, el cumpleaños del niño Jesús, los Reyes Magos, la familia— alcanzó a contestar Ángela, su madre.
Mateo, no quedó muy convencido con la respuesta. Por eso cuando al día siguiente fueron a comer a casa de la abuela, tan pronto entró por la puerta le preguntó:
—Abuela Pili, ¿qué es la Navidad?
Pilar, la abuela, mirando fijamente a los ojos de su nieto, le explicó:
—La Navidad está en tú mirada, mientras los ojos de los niños brillen de ilusión, como los tuyos, la magia de la Navidad existirá por siempre.
Mateo sonriendo, abrazó fuerte a su abuela, contento por haber descubierto el secreto de la Navidad.