«A Vigo nadie le gana en preservación del patrimonio histórico». Así de categórico se mostró hace una semana el alcalde de la ciudad, Abel Caballero, al respecto de la retirada de dos elementos históricos del Casco Vello, el lavadero y la fuente de A Barroca, debido al avance de las obras en Barrio do Cura.
El regidor aseguró que se iban a «preservar, almacenar y a reponer con todo el tratamiento para que estén en las mejores condiciones» una vez que los trabajos de la nueva ‘macro urbanización’ residencial rematasen.
Desde VIGOÉ, hemos querido recoger el guante lanzado por el regidor poniendo el foco en los elementos arquitectónicos, patrimoniales, culturales e históricos que actualmente se encuentran en el céntrico ámbito del Paseo de Alfonso XII, Elduayen y el entorno de Barrio do Cura, con el objetivo de poner en valor la historia y el patrimonio de la ciudad.
De hecho, todo el ámbito del Casco Vello está declarado Bien de Interés Cultural (BIC) desde el año 2006, misma fecha en la que se aprobó el Plan Especial de Protección y Reforma Interior del Casco Vello de Vigo (Pepri), estando sometido así «a condiciones de especial protección y preservación en cuanto a los elementos patrimoniales que en él se encuentran», como recuerda Fernando Carrera, desde la Asociación Vigo Histórico.
Una delimitación que bordea el mar -como se observa en este plano- desde O Berbés, San Francisco, Santa Marta, Barrio do Cura, Panificadora, Concello, Porta do Sol y toda la parte baja del Casco Vello hasta rodear nuevamente el ámbito y llegar a Cánovas del Castillo y de nuevo a la fachada marítima de la ciudad.
Así, en una serie de artículos daremos voz a profesionales de los ámbitos de la arqueología, historia, arquitectura e, incluso, a una de las familias con mayor linaje de Vigo que ha formado parte activa en la ejecución del conjunto del paseo y mirador urbano por excelencia de la ciudad olívica: la familia Sanjurjo, con el objetivo de conocer, en detalle, lo que implica para Vigo y para los vigueses el patrimonio que se concentra en uno de los ámbitos urbanos más privilegiados y que, ahora más que nunca y como se pudo comprobar en las últimas celebraciones navideñas, se ha convertido en uno de los puntos de encuentro con mayor relevancia de la ciudad, tanto para los vecinos y vecinas de Vigo como para todos los que visitan la urbe.
Un proyecto que nace en el año 1875
Empezando con el entorno del Paseo de Alfonso, todas las fuentes consultadas coinciden en resaltar su importancia como uno de los principales conjuntos patrimoniales, culturales e históricos de la ciudad puesto que su mejora comenzó por el año 1875. Es decir, 150 años de antigüedad siendo uno de los enclaves más singulares que aglutina la esencia y el simbolismo de Vigo.
El conjunto del Paseo de Alfonso está dentro del ámbito de protección del Pepri, estando catalogado, y destacando varias piezas y elementos singulares que se quedan en la retina de todos los vigueses y viguesas, más allá de las espectaculares vistas que ofrece el mirador urbano sobre la Ría.
El centenario Olivo -con la verja que lo rodea-, la estatua de ‘A Fada e O Dragón’, la fuente de la plaza se suman a la balaustrada, las centenarias farolas y la barandilla forjada en la fábrica ‘La Industriosa’, las parejas de querubines que forman parte del largo paseo o, como no podría ser de otro modo, el quiosco y las fachadas de los históricos edificios que miran al mar.
Como bien se recoge en artículos del Instituto de Estudios Vigueses (IEV), concretamente del historiador Moncho Iglesias, este espacio urbano comenzaría su mejora allá por el año 1875 «con el inicio del proceso de localización de un manantial que permitirá habilitar una fuente pública que dará servicio a la vecindad de la Falperra». Marcan el año 1877 cuando se inició la construcción de la fuente buscando el objetivo de «estar en funcionamiento» en el año 1878.
Esto, unido a la apertura de la calle Elduayen -a finales del siglo XIX-, originó la disposición actual del Paseo de Alfonso, «dispuesto como la salida sur del Vigo urbano», destacando el lugar como importante parada del Tranvía en el Vigo de aquella época, «donde los pasajeros de Bouzas y Pereiró empezaban y finalizaban allí su viaje». A día de hoy, se da la circunstancia, además, de que es una zona de paso del Camino de Santiago Portugués por la Costa.
Mientras, fue en el año 1916 cuando el arquitecto y técnico municipal, Jenaro de la Fuente, manifestó la conveniencia de ampliar el espacio disponible «para que los viajeros pudieran acceder al tranvía con comodidad», según recoge el IEV en sus escritos, y detallando ya la posibilidad de ejecutarlo a través de la construcción de una acera volada. Lo que se hizo años después con la creación de la balaustrada del paseo.
La balaustrada
Se trata de uno de los elementos más singulares e históricos del Paseo. No está catalogado como tal en el Pepri del Casco Vello pero su valor patrimonial, según las fuentes consultadas, es innegable.
En buena parte se debe a su antigüedad. Y es que las primeras menciones a la construcción de esta balaustrada datan del año 1916 pero no sería hasta 1923 cuando el entonces alcalde de la ciudad, Maximiliano Arbones, presentó una moción en la sesión plenaria del 2 de febrero de ese año para intervenir en el paseo debido a la gran afluencia de pasajeros provocada por el paso del tranvía «produciéndose allí un gran movimiento de tránsito», recoge el texto de Moncho Iglesias.
Se encarga así al técnico municipal la redacción del proyecto de «acera volada» para intervenir en el paseo y «transformarlo en elegante mirador sobre la Ría», retomándose la iniciativa en el año 1925 por el concejal Manuel Abal Fábregas.
Sin embargo, no fue hasta el 3 de febrero de 1928 cuando se aprobó el proyecto que recibió el nombre de “Acera volada y balconada artística del Paseo de Alfonso”. Las obras se desarrollaron con normalidad a lo largo de los años 1929-1930 y en 1931 -poco después de la proclamada II República- se remató manteniendo este nombre asociado al de «Paseo de Ramón Franco».
En este proyecto ya destacaba el empleo de una estructura de hormigón al ser, como rezan los documentos de Moncho Iglesias, «una solución atrevida para el tiempo». Trabajos que se desarrollaron «en su mayor parte y según se desprende de las certificaciones de obra aprobadas por José Lago» a lo largo de 1929 mientras que la ornamentación de la balaustrada se llevó a cabo entre este año y hasta el remate de la actuación, en 1931.
Así, la acera volada tiene «forma quebrada con balconadas rectangulares y dos semicirculares más voladas que el resto», destacando un «mayor acento decorativo» los dos balcones de forma curva más cercanos a Pi y Margall por la presencia de los querubines.
Además, la balconada incorpora también en su ornamentación más de una decena de floreros pétreos que cambian de forma según el balcón así como una barandilla de hierro de la factoría «La Industriosa» y un total de 7 farolas, también procedentes de la fundición artística de la familia Sanjurjo.
Los querubines, la barandilla y las farolas
La balconada del Paseo de Alfonso cuenta con varias piezas escultóricas que son dignas de mención y que, a día de hoy, todavía se conservan. Es el caso de los querubines pétreos que sostienen -en una forma cúbica- los escudos de Galicia y de Vigo.
Se trata de figuras icónicas de la ciudad, como destacan todas las fuentes consultadas, siendo realizadas por el maestro cantero Camilo Fernández Correa, como así lo confirma el historiador del Instituto de Estudios Vigueses, José Luis Mateo, quien explica que «erróneamente» se atribuyeron al escultor Camilo Nogueira pero «no es cierto», dice.
Más conocido como Camilo “O Roxo” -«porque era pelirrojo», como apunta Mateo-, el autor de los querubines se formó en la Escuela de Artes y Oficios entre los años 1919-1920, realizando así cuatro parejas de ‘angelotes’ que, a día de hoy, todavía permanecen encima de la balaustrada ofreciendo una imagen muy característica del entorno.
«O Roxo» era natural de la parroquia de Castrelos, concretamente del lugar de Falcoa. Nació el 20 de febrero de 1902 y falleció en el año 1987. Fue su hijo Camilo Fernández Alonso el que, en el año 2016, quiso reivindicar la autoría de «O Roxo» con respecto a los querubines del paseo ante el departamento de Patrimonio Histórico del Concello, recogiendo después, Moncho Iglesias y el Instituto de Estudios Vigueses, esta iniciativa confirmando que así había sido.
La balconada-mirador finaliza con la barandilla de hierro y las farolas procedentes de la fundición viguesa ‘La Industriosa’, taller que data del año 1857 y fue fundado por Antonio Sanjurjo Badía. Cerró en los años 1960.
La cuarta generación de la familia, Manuel Sanjurjo, así confirmó la titularidad de las farolas, la barandilla y, además, otro elemento a proteger en este ámbito: la valla que rodea al Olivo centenario. Datan de los años 1920, convirtiéndose así en un elemento centenario.
De hecho, Sanjurjo -que ya cuenta con 80 años- recuerda con especial sensibilidad la creación de estos elementos y como su abuelo, Manuel Sanjurjo Otero -encargado de la fundición en aquel momento-, le explicaba el origen de esas farolas cada vez que paseaban junto a ellas. «Pasábamos todo el día en la fábrica», rememora.
«Son de los años 20 y se hacían en la parte de la fundición artística de la fábrica. De origen francés, que siempre iban por delante», explica sobre el diseño de las mismas.
Mientras, su colocación corrió a cargo de los operarios de la empresa, ubicándolas sobre la parte pétrea de la balconada del Paseo de Alfonso, como se menciona en los artículos de Moncho Iglesias, quien además destaca, como detalle, el hecho de que su base «está rodeada de un pez dispuesto cara abajo». Como remate, la marca y firma histórica de la fundición sobre las mismas.
Cuenta Sanjurjo que su familia tenía vinculación en aquel momento con el alcalde Luis Suárez Llanos, quien le encargó la elaboración de las farolas.
«Tenía una gran sensibilidad para este tipo de iniciativas», recuerda, apuntando que este tipo de elementos históricos deben permanecer en el imaginario pero, también, en el día a día de la ciudad habida cuenta de los más de 100 años con los que cuentan dichos elementos.
«Hay que tener sensibilidad con el Vigo de siempre», defiende, señalando también al respecto el vallado que rodea otra de las piezas fundamentales e históricas del entorno del Paseo de Alfonso: el Olivo.
Con todo, fue tras la finalización de la balconada sobre la Ría cuando los historiadores consideraron que el paseo quedara «digno», como se desgrana de los textos del Instituto de Estudios Vigueses (IEV).
Sin embargo, años más tarde -ya en el 2006- se añade un último elemento escultórico en el entorno. La obra de Xaime Quesada Porto, titulada “A fada e o dragón”, que corona el paseo y rinde tributo a la cultura gallega y a sus poetas medievales.
El Olivo, la fuente y el mirador
El mirador del Paseo de Alfonso y la fuente de la plaza son espacios y elementos urbanos públicos catalogados por el Pepri. De hecho, el mirador se construyó en el siglo XX y cuenta con un interés arquitectónico e histórico medio, interés urbanístico muy alto y nivel cuatro de protección ambiental.
Mientras, la fuente -datada en el año 1978- tiene un interés arquitectónico, histórico y urbanístico alto y un nivel dos de protección integral.
Con estos elementos se fue completando la fisionomía del Paseo de Alfonso, que gira alrededor del más icónico y emblemático símbolo de la ciudad: el Olivo.
Árbol centenario que nació a raíz de un esqueje del gran olivo que estaba situado en frente de la iglesia de Santa María, en la que ahora se ubica la Colegiata.
En este nuevo emplazamiento, el árbol se protegió -y así sigue- con una verja de hierro en la que se colocó una placa de bronce acreditando la promesa que ante él hicieron los vigueses en agosto de 1932 de “amor, lealtad y abnegación por la ciudad”.
El enrejado -también procedente de la fundición ‘La Industriosa’- pretende proteger el afamado árbol, símbolo de Vigo, y donde se concentra la esencia de todo vigués.
Un detalle curioso, según se desprende de los artículos del historiador Moncho Iglesias, es que dicho vallado fue sufragado por suscripción popular -organizada por una comisión- para llevar a cabo una recogida de fondos en abril de 1932. Se encarga al arquitecto Jenaro de la Fuente y se inaugura el 14 de agosto de 1932.
Mientras, José Luis Mateo, señala que se trata de una pieza histórica «que no se puede alterar», matizando que «tiene que tener un nivel de protección a tener en cuenta», explicó, aglutinando en este caso, también, la relevancia del Olivo y su entorno.
Al respecto, Manuel Sanjurjo recuerda que cuando se le dio el simbolismo al Olivo de Vigo como referencia de la ciudad, en la puerta de ‘La Industriosa’ había otro de características similares que, en el caso de su familia, lo acompañaban con un laurel. «El Olivo como símbolo del trabajo y el laurel, de la gloria», consideró.
Y a todo ello hay que añadir, además, otro aspecto que bien recuerda José Luis Mateo, los restos de la antigua muralla de la ciudad y del baluarte de Falperra que han aparecido en el entorno de Elduayen y el Olivo. «Hay que ver cómo se resuelven y esperar a Patrimonio Histórico», consideró el historiador señalando que, por ahora, están tapados bajo el subsuelo «para ver qué hacen con ellos», recordó.
El Quiosco del Paseo de Alfonso
Por último, pero no menos importante, y con lo que se completó el Paseo de Alfonso XII, fue el Quiosco. Fue diez años después cuando se encargó su construcción, inicialmente destinado a la venta de flores, y siendo redactado el proyecto en 1943 por Emilio Bugallo Orozco, con un «refinado lenguaje racionalista en un momento de estilo que estaba desapareciendo», señalan los documentos del Instituto de Estudios Vigueses.
Fue ejecutado bajo la dirección del ingeniero Rodolfo Lama Prada. En la actualidad, y dentro del Pepri, está catalogado como espacio y elemento urbano con fecha de construcción del siglo XX e interés arquitectónico, histórico y urbanístico alto así como un nivel cuatro de protección ambiental.
Destaca así por dos cuerpos que rematan en formas redondeadas en los laterales, resaltando así dos elementos de gran protagonismo. Por un lado, los escaparates curvos de cristal y, por otro, el pasadizo central en el que se coloca una columna que remata en capitel con decoración vegetal.
Este tipo de arquitectura, como se recoge en las fichas del catálogo del ámbito del Paseo de Alfonso, «solía ser muy funcional como se puede observar en la bancada perimetral que recorre la construcción, pensada para que se guareciesen los viajeros que esperaban el tranvía».
Tal y como dice el historiador del arte J. R. Iglesias Veiga “o quiosco é un supervivente que se conserva sen grandes alteracións, nun contexto no que o racionalismo tivo pouca fortuna e gozou de escasa protección ante unha enraizada e errónea consideración que na cidade só se valora a suntuosa arquitectura pétrea” (Iglesias Veiga, 2016, p. 206).
Y aunque sufrió cambios de emplazamiento, el quiosco todavía luce en la parte más cercana a Pi y Margall siendo un elemento a conservar, al igual que todo el entorno del Paseo de Alfonso XII, tal y como defienden desde Vigo Histórico.
«Todo el ámbito del Paseo de Alfonso está protegido como unidad urbana. Es un elemento singularísimo del paisaje urbano de Vigo. Forma parte de la memoria de todo vigués y todo turista que se asoma a la ciudad. Es nuestro patrimonio», defiende desde la asociación Fernando Carrera.
Arqueólogo de profesión, Carrera pone el foco, además, en que más allá de la normativa establecida, existen elementos en el ámbito del Paseo de Alfonso que son «dignos de ser respetados» teniendo en cuenta la concepción «más moderna» que se le puede achacar al concepto de Patrimonio cultural.