Se cumplen hoy 939 años de la muerte violenta de Ramón Berenguer II, conde de Barcelona, a manos de guerreros presumiblemente enviados por su hermano, Berenguer Ramón II, al que desde entonces apodaron El fratricida. En una época dura y de alianzas cambiantes, el conde se enfrentó a reyes de taifas y rechazó la servidumbre del Cid Campeador para acabar sus días a manos de sicarios por culpa de la herencia de su padre.
La situación se había puesto difícil para el conde de Barcelona. Sus tierras se encontraban en una encrucijada y sin grandes soluciones a la vista. La herencia que había recibido del conde Ramón Berenguer I empezó a dividir a los nobles en dos facciones claramente enfrentadas, lo que podía desembocar en una guerra civil. Y la solución no fue mucho mejor.
El condado de Barcelona provenía del siglo VIII de nuestra era (NE), cuando las tropas enviadas por los reyes francos habían logrado reconquistar el territorio que los musulmanes arrebataran a nobles visigodos. Desde entonces, esos nobles dependían de los francos, pero no siempre recibían auxilio frente a los continuos ataques por parte de los ejércitos musulmanes. Así, en el año 985, el caudillo Almanzor arrasó Barcelona, saqueó numerosos monasterios —como los de Sant Cugat del Vallés, San Pablo del Campo y San Pedro de las Puellas—, y capturó a muchos ciudadanos por los que luego exigió rescate, como el vizconde Udalardo. Borrell II, conde de Barcelona en ese tiempo, se vio obligado a escapar a las montañas y solicitó ayuda de las tropas francas, pero estas nunca llegaron, debido a un importante conflicto sucesorio. El final de la dinastía carolingia y el comienzo de la dinastía de los Capetos hizo que en Francia no hubiera tiempo para prestar atención a sus vecinos —y vasallos— catalanes. Por eso, cuando Hugo Capeto fue coronado rey de Francia en el año 987, Borrell II se negó a jurarle fidelidad y proclamó la independencia de los condados catalanes, lo que dio lugar a su propia dinastía sucesoria.
El título de Borrell II lo heredó su hijo Ramón Borrell, que también se negó a prestar juramento de fidelidad a los reyes francos y también sufrió los ataques de Almanzor y su hijo, Abd al–Málik al–Muzáffar. Él, por su parte, dirigió a sus tropas hacia el califato de Córdoba, con frecuentes incursiones que otorgaron riquezas a los nobles catalanes que lo secundaban. En la Edad Media, el apoyo de los nobles resultaba fundamental para cualquier gobernante, ya que aportaban soldados, castillos y fondos con los que sustentar las guerras, pero al mismo tiempo exigían resultados y fomentaban los conflictos como una manera de aumentar su patrimonio. Si el conde o rey de turno buscaba la paz, los nobles solían mover sus piezas para que no fuera así, de modo que los cambios de bando y las alianzas efímeras se volvieron habituales en la Península Ibérica.
Así le ocurrió a Ramón Berenguer I, conde de Barcelona y Gerona y nieto de Ramón Borrell, que tuvo que contener una levantamiento de sus barones, a los que les desagradaba mucho que el conde mantuviera buenos tratos de comercio con los reinos vecinos. Este hecho beneficiaba a la corte por los acuerdos económicos que se establecían, pero evitaba que los nobles se apropiaran de tierras y castillos, por lo que terminaron por sublevarse, incluso con el apoyo explícito del obispo de Barcelona.
En el año 1076 falleció Ramón Berenguer I, que tenía dos hijos: Ramón Berenguer II y Berenguer Ramón II, presumiblemente mellizos. (Conviene explicar que, en aquel entonces, los nombres de las personas no se elegían de la misma manera y no existía un apellido que se heredara, sino que más bien obedecían a los linajes o lugares de procedencia, por eso un mismo nombre se repetía generación tras generación)
El viejo Ramón Berenguer dejó por escrito su deseo de que el condado no se repartiera entre sus dos herederos, como había hecho su padre con él y sus hermanos, sino que ambos gobernaran en igualdad de condiciones. Sin embargo, esto no contentó a los nobles, que de ese modo carecerían de un gobierno fuerte y unitario con el que marchar a la guerra, así que corrieron a envenenar a Berenguer contra su hermano. La disputa entre ambos no tardó mucho y llegó hasta oídos del papa Gregorio VII, que envió a su legado, Amat de Olorón, para intentar que se reconciliaran.
Esta decisión habría sido crucial sobre todo de cara a enfrentarse juntos al rey taifa de Zaragoza, Al–Muqtádir, su rival más importante, pero ni aun así fueron capaces de entenderse. Los dos condes mellizos se encontraban cada vez más alejados y a su alrededor se iban polarizando los nobles, lo que amenazaba con llevar al condado a una guerra civil.
Alrededor del año 1081 se produjo el destierro del Cid Campeador, por el que Rodrigo Díaz de Vivar y sus hombres más fieles tuvieron que abandonar León y encontrar un nuevo amo que los cobijase. Pidieron trabajo a los condes de Barcelona, pero estos lo rechazaron, por lo que el Cid acabó sirviendo a Al–Muqtádir en Zaragoza y se enfrentó a los mismos catalanes a los que había querido servir.
El rey de Zaragoza fue sucedido ese mismo año de 1081 por su hijo, Al–Mutamán, que envió al Cid a plantar batalla a su propio hermano, Al–Múndir, rey de Lérida y aliado por entonces de Sancho Ramírez, rey de Aragón, y de Berenguer Ramón II, conde de Barcelona. El enfrentamiento entre los dos hijos de Al–Muqtádir llevó en 1082 a la decisiva batalla de Almenar, en la que las tropas mercenarias del Cid consiguieron romper el cerco que habían puesto los ejércitos catalanes a la ciudad de Almenar y de paso capturaron a Berenguer Ramón II. Estos hechos aumentaron en gran medida la fama del Cid y consiguieron enormes riquezas para su señor en forma de rescate del conde. Mientras, en el bando contrario, la derrota de Berenguer aumentó la disputa con su propio hermano y la separación de los barones catalanes en dos bandos claros.
El 5 de diciembre de 1082, Ramón Berenguer II, apodado Cabeza de estopa —en catalán, Cap d´estopes— por su gran mata de cabellos rubios y rizados, sufrió un ataque por sorpresa mientras atravesaba un bosque. Unos asaltantes —en algunas fuentes se dice que sus propios hombres— lo apuñalaron por sorpresa y lo arrojaron a un pozo. Entonces, cuenta la leyenda que el azor que lo acompañaba siempre cuando iba de cacería se posó en lo alto de una pértiga que había junto al camino e indicó al séquito real dónde encontrar a su amo. Los caballeros recuperaron el cadáver y lo llevaron consigo hasta la catedral de Gerona, donde recibió sepultura. Y, durante todo el traslado y el entierro, el ave acompañó el cuerpo y finalmente voló por encima de la cabeza del hermano, lo que todos asumieron como una señal inequívoca de quién era el culpable. Después, el animal se acercó a la tumba y murió de pena. En su honor tallaron la figura de un azor de piedra en una de las arcadas de la catedral de Gerona y se levantó un monumento en el lugar donde murió el conde, que desde entonces recibió el nombre de Perxa de l´Astor —Percha del azor, en catalán—, actualmente Can Perxistor.
La injusta muerte de Ramón Berenguer provocó la ira de los nobles, que de pronto se posicionaron en masa contra su hermano y empezaron a llamarlo El fratricida. La acusación de asesinato era tan grave que requirió un juicio por duelo, tal y como sucedía entonces. Berenguer fue retado por el vizconde Folch de Cardona y tuvo que someterse a una justa en la corte del rey Alfonso VI de León. El vizconde Folch derrotó a Berenguer, lo que, según la costumbre, significaba que este era culpable. El condado pasó a manos del hijo del fallecido, Ramón Berenguer III, mientras que el condenado tuvo que renunciar a sus privilegios y se unió a la marcha hacia Jerusalén con la Primera Cruzada, de donde nunca regresó.
Una generación más tarde, Ramón Berenguer IV contrajo matrimonio con Petronila de Aragón y, desde entonces, el condado de Barcelona se unió para siempre a la Casa de Aragón y, a partir de la unión dinástica de los Reyes Católicos y la formación, en la persona de Carlos I, de la Casa de Austria, también a la Corona de España.
Los siglos parecieron tragarse esta historia, aunque todavía quedan numerosos vestigios en obras de arte de la época e incluso inspiró un drama histórico de Francisco de Rojas Zorrilla, El Caín de Cataluña. Desde 1982, con motivo del noveno centenario de este hecho, existe un monumento a Ramón Berenguer II que encargó el Ayuntamiento de Sant Feliú de Buixalleu para marcar el lugar donde cayó asesinado. Allí se recuerda el linaje del que provenía y también el hecho, muy habitual en la historia, de que la codicia pudiera más que las leyes del reino y la devoción entre hermanos.
Y la sangre que se derramó en Perxa d´Astor tuvo que lavarse en Jerusalén con más sangre todavía.