Se cumplen hoy 515 años de la Concordia de Villafáfila, el acuerdo por el que Fernando el Católico y Felipe el Hermoso decretaron que la hija del primero y esposa del segundo padecía una enfermedad mental que le impedía ocuparse de la Corona de Castilla, de modo que esos beneficios les corresponderían a ellos. Se hacía oficial así una guerra sucesoria que la anularía por completo y haría de su vida una completa infelicidad.
Todo empezó en 1469 con la boda entre Isabel —hermana de Enrique IV, rey de Castilla— y Fernando —hijo de Juan II, rey de Aragón—. Solo eran unos chiquillos de 18 y 17 años respectivamente, pero ya fueron capaces de oponerse a los planes que tenían para ellos sus familias y crear su propio futuro. Así, Enrique pretendía casar a Isabel con Alfonso V, rey de Portugal, pero ella no solo consiguió establecer su unión con Fernando, sino también acceder al trono por delante de su sobrina Juana, en la llamada guerra de Sucesión de Castilla. En 1474 murió Enrique IV y cinco años después le ocurrió lo mismo a Juan II de Aragón, por lo que el matrimonio se convirtió así en el centro de un poder político como no se había visto en siglos en la Península Ibérica. De hecho, grandes potencias como Francia y Portugal se opusieron a la pareja y apoyaron decididamente a Juana, pero sin éxito.
Isabel y Fernando, que además eran primos segundos, crearon una unión que culminaba el largo linaje de la Casa de Trastámara, proveniente de Galicia y que se había extendido por las principales Coronas reinantes. Sin embargo, en ningún momento quisieron unir sus reinos y conformar uno solo. En lugar de eso, cada Corona mantuvo sus propios organismos y antiguas leyes, y cada monarca gobernó sobre sus tierras sin que uno pudiera mandar sobre el otro, aunque en documentos oficiales se dirigieran a ellos como «Reyes de las Españas». Fue dos generaciones después, con la subida al trono de Carlos I, cuando hubo por primera vez un solo monarca de España, que sería el primero de su propia Casa Real: la de los Austrias.
La única institución que tuvieron en común los dos reinos fue la Inquisición, creada en Castilla en 1478 y que vino a unirse a la que ya existía en Aragón desde el siglo XIII. La pureza de la fe se convirtió en un elemento básico de este reinado, con la conquista en 1492 del reino nazarí de Granada y la exigencia ese mismo año de conversión al cristianismo de todos los judíos y, diez años después, de los musulmanes, bajo amenaza de expulsión para quien mantuviera sus creencias. Fray Tomás de Torquemada, confesor personal de la reina, fue nombrado Inquisidor General y llevó a cabo numerosos autos de fe, con horrendas prácticas de tortura y frecuentes quemas en la hoguera. En 1496, el papa Alejandro VI concedió de manera oficial a Isabel y Fernando el título de «Reyes Católicos de las Españas» mediante la bula Si convenit.
Pero el gran logro de la política de estos monarcas fue su empeño por concertar matrimonios a todos sus hijos con los descendientes de las principales Coronas europeas, lo que a la postre forjó un imperio. De los cinco hijos que tuvieron, casaron a Isabel con el heredero de Portugal ⸺primero con Alfonso y luego con su tío Manuel⸺, a Juan y Juana con los de Austria, a María también con el de Portugal ⸺tras la muerte de Isabel, la primogénita⸺ y a Catalina con el de Inglaterra. La idea de Fernando era establecer fuertes lazos de cooperación con las naciones más poderosas y de paso cercar a Francia, su tradicional enemigo en el Mediterráneo. Esto daría lugar, dos e incluso tres generaciones más tarde, a un imperio en el que «no se ponía el sol».
A esto contribuyó en gran medida el descubrimiento de América, que cambió el esquema de poder político en el mundo. A raíz de la caída de Constantinopla en manos de los turcos en 1453 ⸺lo que cerró el acceso a la ruta de las especias⸺, Portugal buscó un nuevo camino bordeando la costa occidental de África ⸺lo que le permitió enriquecerse con el comercio de esclavos⸺ y Castilla lo hizo a través del Atlántico ⸺lo que llenó sus arcas con las riquezas de América⸺. Fernando e Isabel crearon un reino nuevo y poderoso al que todos tendrían en cuenta a partir de entonces.
Sus hijos fueron, por tanto, una pieza más en este engranaje de poder, atados por su linaje y por las constantes luchas entre Coronas.
Juana nació en Toledo en 1479 como infanta de Castilla y Aragón, con dos hermanos por delante en la línea sucesoria: Isabel y Juan. De modo que los planes para ella no incluían ningún trono y por esa razón sus padres acordaron su matrimonio con Felipe, archiduque de Austria, duque de Borgoña, Brabante y conde de Flandes, esto es, el hijo del emperador Maximiliano I de Habsburgo ⸺que además era su primo tercero⸺. Al mismo tiempo, negociaron el casamiento de Juan, su segundo hijo, con Margarita de Austria, la hermana de Felipe. De este modo, la Casa de Trastámara y la de Habsburgo se emparentaban por dos vías, a través de los que serían sus herederos más valiosos. La primera boda se produjo en 1496, mientras que la de Juan y Margarita tuvo lugar al año siguiente.
A lo largo de los siglos se ha escrito mucho acerca de la salud mental de Juana, para la que, desde su propia época, se utiliza el sobrenombre de «la Loca» ⸺mientras que su marido es conocido como Felipe el Hermoso⸺. Algunos autores hablan de depresión, ansiedad e incluso esquizofrenia. Cuentan que mostraba dejadez con los asuntos religiosos y que rechazaba acudir a misa y confesarse, para espanto de su madre, que consideraba la fe como uno de los pilares fundamentales de su reinado. Las disputas entre ambas llegaron a tal envergadura que, en 1503, la reina ordenó encerrar a su hija en el castillo de la Mota, en Medina del Campo, aunque para entonces Juana ya era madre de familia y exigía abandonar Castilla para volver con su marido a Flandes.
Parece ser que lo amó con una entrega absoluta y tuvo seis hijos con él, mientras que este solo la vio como una forma de hacerse con la Corona de Castilla. Juana se convirtió en un instrumento que utilizaron todos sin contemplaciones, primero Felipe, luego su padre, Fernando, y por último su hijo, Carlos, que a través de ella logró convertirse en Carlos I de España y V de Alemania.
Durante su estancia en Flandes como recién casada, Juana percibió el desdén de su marido y sufrió de unos celos irrefrenables que llevó a que muchos dudaran ya entonces de su salud mental. Las tradiciones flamencas no incluían a mujeres fuertes y mucho menos que reinaran por sí mismas, o siquiera que opinasen en los asuntos de Estado, de modo que Juana, quizá demasiado parecida a su madre para lo que se esperaba de ella en Flandes, sufrió el rechazo de la corte.
Pero en 1497 falleció su hermano Juan, príncipe de Asturias, y al año siguiente le ocurrió lo mismo a su hermana Isabel, en el parto de su hijo Miguel de la Paz ⸺que habría llegado a ser soberano de toda España y Portugal, pero que murió antes de llegar a los dos años⸺. Esto convirtió por sorpresa a Juana en heredera de Castilla, lo cual se llevó a efecto en 1504 tras la muerte por hidropesía de la reina Isabel.
El rey Fernando había estado llevando los asuntos de Castilla durante los últimos años de vida de su esposa, mientras que Felipe veía ahora una oportunidad con la que no había contado de hacerse con una Corona, de modo que ambos libraron una guerra silenciosa por manejar a la auténtica heredera, Juana. Movieron hilos para hacerse con el favor de la nobleza castellana, que resultaba fundamental para apuntalar el reinado de uno u otro; y buscaron congraciarse con el papado, que había sido clave hasta entonces en la unión de Castilla y Aragón.
El 27 de junio de 1506, Fernando y Felipe rubricaron la Concordia de Villafáfila, en la localidad de este nombre, en Zamora. Allí acordaron que Juana sufría una enfermedad mental que impedía por completo que gobernara en Castilla y por tal motivo Felipe sería nombrado rey iure uxoris, es decir, literalmente «por el derecho de su mujer». Juana conservaría su título como reina de Castilla, pero nunca tomaría ninguna decisión. A cambio, Fernando aceptaba retirarse a Aragón mientras siguiera administrando las órdenes religiosas de Castilla y percibiera la mitad de las rentas provenientes del Nuevo Mundo. Desde ese momento, no hubo vuelta atrás. Juana estaba oficialmente loca y todos aprovecharon para repartirse los pedazos del reino.
En septiembre de ese mismo año murió Felipe, de una manera tan inesperada que se sospechó envenenamiento. Juana mostró el mayor desconsuelo y quiso acompañar el cuerpo de su marido en persona hasta Granada, en una larga comitiva fúnebre que recorrió Castilla durante meses, siempre de noche. En ese tiempo, Juana ordenaba que abrieran el féretro cada día y ordenaba a los nobles que la acompañaban que reconocieran el cadáver, para garantizar que no lo hubieran cambiado por otro. Se dice que idolatraba el cuerpo de su marido y hablaba con él, al tiempo que desatendía las labores de gobierno. Finalmente, el cardenal Cisneros acudió otra vez a Fernando y este asumió la regencia en 1507, anulando otra vez a Juana y salvaguardando el reino hasta que fuera mayor de edad el heredero de esta, Carlos, que por entonces recibía educación en Flandes.
Dos años después, Fernando ordenó que su hija fuera recluida en el palacio de Tordesillas, no solo para que él pudiera reinar libremente en su nombre, sino para evitar que otros monarcas europeos solicitaran su mano y pudieran acceder así al trono de Castilla. El encierro en Tordesillas se prolongó durante 46 años, hasta su muerte en 1555. El príncipe Carlos entendió que la anulación de su madre lo favorecía directamente y continuó con las órdenes dadas por su abuelo, lo que en definitiva consistió en unas durísimas condiciones de vida para Juana, con un aislamiento completo de cualquier persona que pudiera declarar en su favor y con unas privaciones terribles que empeoraron su estado mental y también su salud física. Falleció en aquel mismo lugar ante la indiferencia de todos los que la rodeaban.
Juana se convirtió en un referente para el arte, sobre todo a partir del siglo XIX, pero lo cierto es que su vida fue horrorosa, zarandeada por unos y otros para obtener lo que le correspondía a ella por su linaje, anulada por hombres que solo la veían como una Corona y una fuente de herederos, y vejada por aquellos que no querían que ejerciera como reina. Los logros de su madre a la hora de imponerse a una sociedad que pretendía ningunearla no estuvieron a su alcance y Juana fue reducida a una sombra útil, mucho más presente en el arte de siglos posteriores que en una Castilla que no la apreciaba y a la que le dio igual que muriera sola, triste y enferma, a pesar de que fuera su monarca.