Se cumplen hoy 27 años de la victoria de Nelson Mandela en las primeras elecciones en Sudáfrica tras la desaparición del apartheid. Fue la culminación de una vida de lucha por la libertad en su patria, que lo llevó desde el activismo al encarcelamiento y de ahí a la presidencia de la nación.
Pocas regiones del mundo han visto tantos conflictos armados y tanto desprecio racial como Sudáfrica.
En 1488, el marino portugués Bartolomé Díaz avistaba un promontorio en la costa sur de África que denominó cabo de las Tormentas, pero al que su rey, Juan II de Portugal, bautizó como cabo de Buena Esperanza. Díaz logró doblar el cabo y navegar hasta el Océano Índico, no sin antes explorar un ancho río al que llamó Infante, y que hoy en día se conoce como Gran Río Fish. En 1497 zarpó la expedición de Vasco de Gama, que logró, acompañado por el propio Bartolomé Díaz, bordear toda la costa sur de África y alcanzar la India un año después, abriendo así una nueva Ruta de las Especias. En la Navidad —Natal, en portugués— de ese año 97 se encontraron con aquel río Infante del primer viaje y entonces Vasco de Gama decidió llamar Natal a aquella región que estaban bordeando.
En 1651, la Compañía Holandesa de las Indias Orientales envió allí a Jan van Riebeeck para que levantara una colonia que pudiese controlar y abastecer al creciente tráfico marítimo hacia la India. Van Riebeeck fundó un año después lo que llegaría a ser Ciudad del Cabo y sirvió como comandante del fuerte durante diez años. Sin embargo, a finales del siglo XVIII, los Países Bajos se enfrentaron al Reino Unido con motivo de la Guerra de Independencia de los Estados Unidos y eso hizo que, como represalia, las tropas británicas tomaran el Cabo en 1795. Ambas naciones continuaron sus enfrentamientos en la región durante todo el siglo XIX, con diversos cambios de dueño para la colonia del Cabo, la república Sudafricana, el Estado Libre de Orange y la colonia de Natal, zonas todas ellas resultantes de la partición sistemática del territorio que habían venido realizando las grandes potencias. A eso hay que añadir otros terribles conflictos con la población local, como las guerras xhosa o las guerras anglo–zulúes, en las que las imponentes tropas colonialistas se enfrentaron a poderosos ejércitos por el dominio de una tierra vasta y rica, en principio por el carbón y el hierro, pero sobre todo desde el descubrimiento de oro y diamantes alrededor de 1860. En estas guerras están ambientas famosas novelas de aventuras como Orzowei, de Alberto Manzi, o la saga del cazador Allan Quatermain, de Henry Rider Haggard.
En 1910 se estableció la Unión de Sudáfrica como un ente propio perteneciente a la Mancomunidad Británica de Naciones, con Ciudad del Cabo como capital. Desde ese momento, no pararon de crecer las tensiones entre británicos y afrikáners o bóers —descendientes de los primeros colonos holandeses—, y siempre con un desprecio instaurado por la gran mayoría de población negra. A partir de la Segunda Guerra Mundial, estas diferencias se radicalizaron.
En 1948 ganó las elecciones el Partido Nacional, con Daniel Malan como nuevo Primer Ministro. Fue este férreo nacionalista bóer quien decretó las leyes más estrictas de segregación racial, bajo el modelo de gobierno llamado apartheid —«separación», en afrikáans, la lengua de los bóers—. Así, estableció normas tan terribles como la negación del derecho al voto para los negros o la existencia de sueldos, barrios, hospitales, escuelas e incluso ambulancias diferentes según el color de la piel. La política general consistía en la exclusión de la población negra de toda vida pública y de los cargos de decisión, limitando su vida a las zonas rurales, impidiendo su educación y aislándola en su propia nación histórica. Esto provocó el rechazo generalizado de otros países, entre ellos del Reino Unido y del resto de naciones de la Mancomunidad. En respuesta, Sudáfrica se independizó en 1960 ⸺con Charles Robberts Swart como primer Presidente de la República⸺ y se retiró de la Mancomunidad un año después, pero sin que se abolieran las leyes segregacionistas. Dentro de sus fronteras se generalizaron los movimientos de rebeldía contra ese sistema político racista y cruel, con la presencia de huelgas y marchas a las que el Gobierno respondió con dureza.
El principal partido que simbolizaba esa lucha era el Congreso Nacional Africano, conocido como ANC, por sus siglas en inglés. Creado en 1912 como Congreso Nacional Nativo de Sudáfrica y rebautizado en 1923, su principal misión consistía en oponerse a la segregación racial y recuperar los derechos robados a la población negra, por entonces un 80 % en Sudáfrica. El 21 de marzo de 1960, la policía disparó contra una manifestación pacífica que se estaba celebrando en Sharpeville, lo que causó la muerte a 69 personas negras, muchas de ellas mujeres y niños, e hirió a otras 180. El Gobierno declaró el estado de emergencia y prohibió los partidos opositores como el ANC, por lo que sus miembros, desde ese momento, tuvieron que actuar de manera clandestina, en una lucha por la libertad que se volvió cada vez más violenta, como una guerra de guerrillas. La masacre de Sharpeville decantó la opinión pública internacional en contra del apartheid.
Por entonces despuntaba ya la figura de Nelson Mandela, un activista negro proveniente del clan xhosa ⸺el mismo que había protagonizado las guerras xhosa contra los colonos europeos durante el siglo XIX⸺. De orígenes tribales, sirvió durante un tiempo como consejero privado para la casa real thembu y estudió por ello en instituciones reservadas a esta minoría dentro de la población negra. Luego asistió a la Universidad de Fort Hare, sin que entonces llegara a obtener titulación. Muy implicado en los derechos de los distintos grupos raciales negros, estudió Derecho en la Universidad de Witwatersrand, la más prestigiosa del país, donde él era el único estudiante de color. Sin embargo, no pudo completar sus estudios debido a su implicación en el ANC, que cada vez le consumía más tiempo. Mientras el Partido Nacional decretaba sus medidas de segregación racial, Mandela entraba a formar parte del Comité Ejecutivo Nacional del ANC en 1950 y dos años después daba un discurso en Durban que supuso el primero de sus frecuentes arrestos. Superó los exámenes que le permitirían ejercer como abogado y empezó a trabajar en una firma muy implicada socialmente, al tiempo que seguía trabajando con el ANC.
Tras la matanza de Sharpeville y la ilegalización de los partidos de la oposición, Mandela comenzó a actuar en secreto, entrevistándose con reporteros y activistas por todo el país, lo que le hizo ganarse el sobrenombre de La pimpinela negra ⸺en referencia a la novela La pimpinela escarlata, de la baronesa Emma Orczy, en la que el protagonista rescataba a aristócratas ingleses antes de que cayeran víctimas de la guillotina⸺. Colaboró en la formación de células violentas que realizaban acciones de sabotaje ⸺siempre, según sus propias palabras, «con el menor daño posible en vidas humanas»⸺ y viajó por distintos países en busca de apoyo para su movimiento.
En 1962 fue arrestado bajo la acusación de haber participado en actos de sabotaje y dos años después fue declarado culpable y sentenciado a cadena perpetua. Él y dos de sus colaboradores cumplieron condena, con obligación de trabajos forzados, en la prisión de la isla Robben, a unos doce kilómetros de Ciudad del Cabo. Los años 70 y 80 volvieron muy popular a Mandela y aumentaron las presiones para su liberación, pero el Gobierno de Sudáfrica se mantuvo firme, con el apoyo de Ronald Reagan y Margaret Thatcher, mientras crecía la violencia en las calles.
El año 1989 vio la caída del Muro de Berlín y la llegada a la presidencia de la República de Sudáfrica de Frederik de Klerk, un abogado bóer que creía firmemente que el apartheid no se podía mantener por más tiempo. Durante su mandato de cinco años desaparecieron las leyes segregacionistas, el ANC volvió a ser legal, Mandela logró la excarcelación sin condiciones y Sudáfrica obtuvo una nueva Constitución limpia de racismo. De Klerk y Mandela sostuvieron numerosas entrevistas en las que iniciaron un camino de concordia entre las diversas poblaciones que constituían el país y una época nueva para Sudáfrica. Ambos líderes encabezaron delegaciones respectivas que lograron, poco a poco y después de muchos encuentros, reconstruir el país sin revanchas, sin odios y en un clima de igualdad para todos. Aun así, facciones armadas de uno y otro bando seguían actuando en las calles de Sudáfrica, lo que no impidió que en 1994 se celebrasen las primeras elecciones libres de la historia de la nación, por fin con sufragio universal. La población respondió con entusiasmo y el nivel de participación llegó casi al 90 %. El ganador, con un 62 % de los votos, fue el ANC, lo que convirtió a Nelson Mandela en el primer presidente negro de la República de Sudáfrica. Había sido un camino muy largo, siempre con el activismo como clave de su vida.
El 9 de mayo de 1994 tuvo lugar la toma de posesión de Mandela, en un acto de unidad nacional al que asistieron unas cuatro mil personas, entre ellas los principales líderes políticos del mundo, y que se retransmitió por televisión para unos mil millones de personas. De Klerk fue nombrado vicepresidente, en un evidente acto de hermanamiento entre poblaciones. Las reformas tuvieron que ser profundas, con la intención de superar siglos de racismo instaurado y, al mismo tiempo, ganarse la confianza de los inversores.
La popularidad de Mandela aumentó radicalmente y enseguida el nuevo mandatario se volvió habitual en conciertos, presentaciones y actos solidarios. El principal motor del nuevo gobierno era la búsqueda de la reconciliación, lo que obtuvo por un lado mediante la celebración en 1995 de la Copa Mundial de Rugby ⸺un deporte en principio reservado a los blancos, pero en el que Mandela logró implicar a toda la población sudafricana⸺; y también por medio de una Comisión para la verdad, que investigó duramente los crímenes cometidos tanto por el gobierno del apartheid como por el propio ANC. Mandela tenía 76 años cuando llegó al poder, pero aun así pudo sustentar sobre sus hombros la reconstrucción de todo un país, con la implementación de ayudas sociales y la disminución de las terribles desigualdades implantadas por las leyes racistas. Cometió errores, como admitió él mismo, especialmente en la lucha contra la pandemia del VIH, pero su labor, en términos generales, cambió la historia. Su figura personificó el hermanamiento entre pueblos y la resolución de los conflictos mediante la diplomacia. Su talante sencillo y propenso al diálogo se ganó el favor del pueblo, de las grandes empresas y de los principales líderes políticos mundiales, lo que le permitió afrontar las medidas de cambio que vertebraban su política. Pero también conquistó a actores, cantantes y famosos de toda condición, que siempre estaban deseando fotografiarse con él.
Se retiró de la política en 1999 y desde entonces se dedicó tan solo a labores humanitarias a través de su fundación, que trabajaba en especial el tema del SIDA en África. Falleció en 2013 y el Gobierno de Sudáfrica decretó diez días de duelo nacional en su memoria. El funeral de Estado reunió a casi cien representantes de distintos países, que acudieron a rendirle honores.
Nelson Mandela está considerado el Padre de la Nación Sudafricana, merecedor de una cantidad incalculable de distinciones. Su rostro y su nombre recorrieron el mundo y atrajeron la atención hacia el estado de las poblaciones negras en toda África. Habló siempre por los más desfavorecidos, los olvidados, y logró que sus derechos mejoraran, haciendo visible el horror en el que habían estado viviendo. Su influencia no se limita solo a su patria, sino que, gracias a sus discursos y a su trabajo incansable, todas las generaciones siguientes nos hemos vuelto más comprometidas, más conscientes de que este mundo solo se puede arreglar con hermanamiento.