Hoy se cumplen 39 años del estreno en los Estados Unidos de El Equipo A, la gran serie de aventuras de los 80, un producto para todas las edades que marcó a abuelos, padres e hijos y aún hoy se recuerda con agrado.
«En 1972, un comando compuesto por cuatro de los mejores hombres del ejército americano fueron encarcelados por un delito que no habían cometido. No tardaron en fugarse de la prisión en la que se encontraban recluidos. Hoy, buscados todavía por el gobierno, sobreviven como soldados de fortuna. Si tiene usted algún problema y se los encuentra, quizá pueda contratarlos. ¡El Equipo A!«.
Así empezaba cada capítulo de una de las series emblemáticas de la década de los 80. En un momento de experimentación creativa que dio lugar a hitos tan significativos como V, El coche fantástico o Canción triste de Hill Street, los guionistas Stephen J. Cannell y Frank Lupo idearon una historia de aventuras y acción para toda la familia, donde no había sangre ni muertes y el recurso más habitual era el humor.
Los personajes se habían convertido en prófugos de la justicia militar por un delito del que estaban acusados indebidamente, pero no podían demostrar su inocencia y, a causa de eso, vivían como mercenarios gracias a encargos privados. Pero claro, ellos eran los buenos, así que no aceptaban causas injustas y entonces se pasaban una parte de cada capítulo sondeando a sus clientes para saber qué les ocurría. Si de verdad merecía la pena defenderlos.
El líder del grupo, el coronel John Hannibal Smith —genio de los disfraces y un magnífico estratega— se entrevistaba con el posible cliente en un lugar público y bajo una identidad encubierta. Hablaba con él o con ella durante un rato, se aseguraba de que no había policías o militares implicados en el asunto y, sobre todo, de quién llevaba la razón en el encargo que les querían hacer. Casi siempre se trataba de pequeños granjeros amenazados, tenderos extorsionados por mafiosos o empresas que empleaban la fuerza contra gente vulnerable. En esos casos, Hannibal se quitaba el disfraz ante el cliente y le decía: «Enhorabuena, acaba de contratar al Equipo A».
La serie era un prodigio de equidistancia en sus guiones: había violencia explícita, con coches volando a cámara lenta que se rodaban desde todas las posiciones, pero sin derramar sangre y sin que nadie muriera. Se volvió célebre la clásica toma de después de las doscientas vueltas de campana, cuando los villanos de cada capítulo salían atontados del coche y sin un rasguño, para acto seguido caer en manos de la justicia militar, la misma de la que el Equipo A lograba huir en el último momento gracias a su pintoresca furgoneta negra con una banda roja.
Cada detalle del guion había sido cuidado al máximo: el guapo teniente Templeton Peck, alias Fénix, capaz de obtener cualquier vehículo gracias a su encanto natural con las mujeres; el loco Murdock, el mejor piloto del mundo, al que en cada capítulo había que liberar de la institución psiquiátrica en la que estaba recluido; y M. A. Baracus, un gigante cargado de collares de oro y con una actitud desagradable hacia el mundo, pero que siempre trabajaba por el bienestar de su gente y controlaba la mecánica mejor que nadie, aunque odiara volar. Ese extraño equilibrio entre los cuatro personajes se convirtió en algo mágico a lo largo de las cuatro primeras temporadas. Los disfraces de Hannibal, los coqueteos de Fénix, los desvaríos de Murdock y sus discusiones con M. A. se hicieron tan constantes como los puros del jefe y su frase final: «Me encanta que los planes salgan bien». La repetición constante de estos elementos y el tono bonachón de la serie hicieron de ella más una comedia de situación que una alegoría militarista, en una época en la que triunfaban en el cine desmadres como Rambo o Desaparecido en combate. Pero El Equipo A no se parecía a nada de eso, de hecho la violencia nunca era el camino adecuado para solucionar los problemas, sino el ingenio y la buena voluntad, con los que ellos cuatro dejaban en evidencia a los malos de turno.
La serie fue un éxito internacional del que surgieron cómics, reportajes, muñecos, pegatinas, pósters, disfraces y muchos elementos más, incluyendo una película de Hollywood. Sus actores se hicieron inmensamente famosos y pasaron por multitud de programas, sobre todo conforme las temporadas discurrían y convertían cualquier elemento en objeto de culto.
Al paso del tiempo, hubo otros personajes que se hicieron habituales, como las periodistas Amy Allen y Tawnia Baker, los militares Derryck Lynch y Roderick Decker o el general retirado Hunt Stockwell, que en la quinta temporada los convirtió en agentes secretos a su cargo. Este cambio drástico de planteamiento agotó la serie, debido al malestar de muchos seguidores, que creían que aquello no tenía nada que ver con su Equipo A de toda la vida. También eran muy populares las apariciones de artistas y famosos de la época, como Hulk Hogan, Boy George, Tia Carrere o Ana Obregón, que apareció en dos capítulos.
Hoy en día, el recuerdo de El Equipo A permanece intacto y buena prueba de ello es que la marca Playmobil comercialice una fiel reproducción de aquella furgoneta y sus cuatro ocupantes, personajes curiosos, estrambóticos e irreales que desde hace 50 años huyen de la justicia por un delito que no han cometido.
Si tienes algún problema y te los encuentras, quizá puedas contratarlos. No lo dejes pasar. No matarán a nadie pero te sacarán del apuro con toda seguridad. Y, de paso, tendrás uno de los momentos más inolvidables de tu vida.