Se cumplen hoy 590 años del comienzo de uno de los juicios más manipulados de la historia, una farsa política disfrazada de tribunal eclesiástico que llevó a la hoguera a una chica de 19 años, hoy considerada santa y mártir de la Iglesia católica y heroína de Francia.
En el siglo XIV, el reino de Francia constituía la región más poblada de Europa y tal vez la más próspera, con una agricultura y ganadería florecientes, una industria textil en desarrollo, una nobleza bien asentada y un clero que mantenía escuelas y fomentaba el arte y la ciencia. París albergaba entonces entre cien mil y doscientos mil habitantes y otras ciudades también destacaban en población y riqueza, como Amiens, Ruan u Orleans. El reino de Inglaterra, en cambio, era más pequeño y menos poblado. Además, se produjo en esa época una gran escasez de productos agrícolas en ambos países, debido a sucesivas olas de frío que habían terminado con las cosechas, lo que llevó a que muchos agricultores emigrasen a las ciudades, con las consecuencias obvias del hacinamiento, la pobreza y las epidemias. Tanto Francia como Inglaterra buscaban ampliar sus fronteras y las dos fijaron su mirada en las ricas provincias de Bretaña, Flandes y Guyena.
Pero además estaba el asunto de la fuerza de ambas coronas y de quién debía mandar sobre el otro. En 1066, las tropas del duque Guillermo II de Normandía habían invadido Inglaterra durante la decisiva batalla de Hastings, lo que lo convirtió en el rey Guillermo I el Conquistador y dio inicio a la dinastía normanda en Inglaterra. Desde ese momento, los normandos dejaron de considerarse vasallos de la corona de Francia y, como monarcas ingleses que eran, exigieron un trato de igual a igual. Por otra parte, Escocia buscó su independencia de manera repetida y violenta entre los siglos XIII y XIV, con levantamientos como los de William Wallace y Robert the Bruce. Este último buscó el apoyo del rey francés para su causa, lo que a la postre desató la guerra entre ambas naciones a partir de 1337.
Fue la llamada guerra de los cien años, que en realidad se habría de prolongar hasta 1453 y provocó casi doscientos mil muertos en las muchas batallas que tuvieron lugar. A consecuencia de ella se afianzaron tronos, se acallaron viejas pretensiones de dominio y se reevaluaron los estamentos de poder en las sociedades medievales, como podía ser el concepto del feudalismo. El que más sufrió los horrores del combate fue el reino de Francia, pues en él ocurrieron casi todos los enfrentamientos y sus tropas fueron derrotadas en muchas ocasiones. Los ingleses consiguieron llevar la guerra a territorio enemigo y practicaron una estrategia de tierra quemada, que no solo minó la moral de los franceses sino que los empobreció enormemente.
La corona de Francia, además, estaba sometida a una guerra civil entre dos facciones: los armagnacs ⸺nombrados así en honor a Bernardo VII, conde de Armagnac y condestable de Francia, que fue suegro y protector de Carlos, duque de Orleans y posteriormente delfín de Francia⸺ y los borgoñones ⸺encabezados por Juan I, duque de Borgoña, conocido como Juan Sin Miedo⸺. Se considera que los primeros apoyaban los derechos ancestrales de la nobleza, mientras que los segundos defendían una mejora en las condiciones de vida de sus vasallos. Como es lógico, los ingleses se aprovecharon de esta desunión y lograron una victoria simbólica en la batalla de Azincourt en 1415. Los armagnacs y los borgoñones se enzarzaron en combates abiertos entre ellos que condujeron a la muerte violenta tanto de Bernardo VII como de Juan Sin Miedo, tras lo cual el nuevo duque de Borgoña, Felipe III el Bueno, se alió con los ingleses y logró dominar gran parte del territorio francés, incluyendo París y Ruan. Los armagnacs dominaban Orleans, pero esta ya sufría un duro asedio desde octubre de 1428, sin que nadie apostara lo más mínimo por su supervivencia. Carlos, duque de Orleans, se había proclamado delfín de Francia, esto es, heredero legítimo al trono, pero no parecía que fuera a poder coronarse siquiera. Sus enemigos ⸺la unión de ingleses y borgoñones⸺ parecía imposible de derrotar.
Pero en 1429 se presentó en su corte de Chinon, en el valle del Loira, una joven aldeana nacida en Domrémy, en la región de la Lorena. De unos diecisiete años y analfabeta, su nombre era Juana de Arco ⸺Jeanne d´Arc, en francés⸺ y su llegada cambiaría el signo de la guerra. Hija de una familia modesta en un territorio sin grandes riquezas que había permanecido fiel a Carlos, Juana afirmó haber tenido visiones proféticas en la que le hablaban san Miguel, santa Catalina y la mártir Catalina de Alejandría. Ellos la habían ordenado dirigirse a la corte y guiar a las tropas francesas hasta la victoria, con el fin de expulsar a los ingleses de su tierra. En concreto, predijo que, bajo su guía, las tropas francesas lograrían levantar el asedio que sufría la ciudad de Orleans.
Estas afirmaciones transformaron la contienda en una guerra religiosa, devolvieron la moral a los nobles y trajeron a Francia algo que hacía tiempo que escaseaba: la esperanza en la victoria. La corte le prestó una armadura, un caballo y un estandarte y Juana se puso al frente de los diez mil hombres que conformaban las tropas de auxilio de Orleans. Desde su llegada a la ciudad, la actitud de los sitiados cambió por completo: de pronto pasaron a la ofensiva, tomaron una serie de fortalezas que hasta entonces dominaban sus enemigos y obligaron a los ingleses a retirarse. El 8 de mayo de 1429 se terminaba el asedio de Orleans, tal y como Juana había predicho ante el delfín. Ella misma sufrió una herida de flecha en el cuello que estuvo a punto de costarle la vida, pero se recuperó sin dificultad y su imagen sosteniendo el estandarte en mitad de la lucha convenció a todos de que Dios estaba con ellos. Eso la inmortalizó como la doncella de Orleans. Por su parte, los ingleses y sus aliados borgoñones extendieron la noticia de que la había enviado el diablo para provocar el mal por todo el territorio francés.
A partir de entonces, Carlos recuperó la iniciativa y su ejército se puso en marcha hacia Reims, el lugar donde tradicionalmente eran coronados los reyes de Francia. En julio de 1429 se convirtió de manera oficial en Carlos VII y desde entonces sus ataques se redoblaron. En septiembre intentó asaltar París y durante el invierno llevó a cabo nuevos ataques al territorio borgoñón. Juana era su emblema, el símbolo del origen divino de aquella cruzada, siempre alentando a los soldados y mostrando su estandarte, que gracias a ella se volvía sagrado.
En mayo de 1430, Juana fue capturada en una emboscada de tropas borgoñonas en Compiègne y entregada a los ingleses, que la encerraron en Ruan. El ejército francés trató de liberarla en repetidas ocasiones, pero sin éxito. Juana permaneció casi un año en una celda de la fortaleza de Ruan antes de que se decidiera su destino: sería sometida al juicio de un tribunal eclesiástico bajo la acusación de herejía. Los ingleses decidieron jugar al mismo juego que sus enemigos: si Carlos había transformado la guerra de los cien años en un conflicto religioso con Dios de su parte, ellos demostrarían que lo que tenía entre sus filas no era más que una hereje y una blasfema, y de ese modo enterrarían la esperanza que albergaban las tropas francesas.
El obispo de Ruan, Pierre Cauchon de Beauvais, nombró a un tribunal formado enteramente por clérigos leales a la causa inglesa, que la juzgó sin apenas pruebas desde el 21 de febrero de 1431 y la acusó de herejía, abandono del hogar familiar y travestismo, entre otras acusaciones más. El delito de travestismo, castigado entonces con la pena de muerte, lo achacaban por el uso continuado de ropa de soldado y el pelo corto de Juana durante sus campañas. Ella misma explicó que eso se debía a la necesidad de protegerse frente a las violaciones, algo demasiado frecuente para una mujer que durmiera entre soldados. La ropa de hombre resultaba mucho más difícil de quitar por la fuerza que la de mujer. De hecho, Juana tuvo que sufrir varios intentos de violación en la propia prisión de Ruan, tanto por parte de guardias como de algún noble que acudió a visitarla.
Juana de Arco recibió la sentencia de muerte en un juicio claramente ilegal, sin defensa, que pretendía servir de escarmiento a los enemigos ingleses. Fue quemada en la hoguera el 30 de mayo de 1431 y posteriormente sus restos fueron incinerados para que no quedara nada que sus seguidores pudieran venerar. Después arrojaron sus cenizas al Sena.
El rey Carlos VII tampoco la apoyó en el juicio, a pesar de los intentos de sus hombres por liberarla. Estaba en juego la santidad de su causa y seguramente también la hegemonía de la Iglesia en esas cuestiones, en las que ningún rey se podía inmiscuir.
La guerra no duró mucho más. Mediante gestos diplomáticos, Carlos logró un acuerdo con los borgoñones que se hizo patente en 1435 mediante el tratado de Arrás. Eso decantó la balanza en su favor y los ejércitos ingleses perdieron la ventaja. Sus reputados arqueros fueron menguando a gran velocidad. Se hizo famosa la tortura francesa, que consistía en cortarles el segundo y tercer dedos de la mano derecha para que nunca pudieran volver a manejar el arco. Por eso los ingleses acudían a las batallas mostrando en alto esos dedos, como gesto de provocación. A partir de 1450, los franceses recuperaron Normandía, la Guyena y Burdeos, y en 1453 terminó la guerra de los cien años, que en realidad duró ciento dieciséis.
Después de eso, el papa Calixto III ordenó revisar el juicio de Juana de Arco y, en 1456, un nuevo tribunal la declaró inocente de los cargos y decretó que el obispo de Ruan, Pierre Cauchon, ya difunto por entonces, había sido un hereje. En 1920 fue canonizada por el papa Benedicto XV. Hoy es considerada heroína de Francia.
Juana tenía solo diecinueve años cuando murió, pero su valor había cambiado una guerra, un país e incluso el reparto de poder de todo un continente. En una sociedad que relegaba a las mujeres, y más a las de origen humilde, ella alcanzó los mayores estamentos, hizo que reyes y papas la escuchasen y se puso al frente de su propio destino, aunque al final resultó víctima de las mismas cuestiones políticas que la habían encumbrado.