Se cumplen 42 años del referéndum de Constitución de 1978, que marcó un punto decisivo en la historia del siglo XX en España. Este texto permitió la construcción oficial de un nuevo régimen democrático y la culminación del largo proceso de constitucionalismo, que había marcado todo el siglo XIX y parte del XX. Pero, para llegar hasta ahí, antes existieron otras muchas Constituciones.
El siglo XIX español es una de las épocas más fascinantes y a la vez injustamente desconocidas de nuestra historia. En él figuran intelectuales de nivel internacional como Benito Pérez Galdós o Emilia Pardo Bazán, y también en él se produjo el gran cambio social y económico que marcó el final del Antiguo Régimen y el verdadero inicio de la Edad Contemporánea, que en todo el mundo se fecha en 1789, año de la Revolución Francesa. Pero, en España, el rey Carlos IV hizo enormes esfuerzos para bloquear la propagación de los ideales revolucionarios y, al mismo tiempo, para salvar la vida de su primo, Luis XVI, sin conseguirlo. El que había sido rey de los franceses murió guillotinado en 1793 en la entonces llamada Plaza de la Revolución, hoy de la Concordia.
En 1795, con el final en Francia del Terror y la llegada del Directorio, mucho más moderado, Manuel Godoy, «ministro universal» de España, logró la Paz de Basilea y, un año después, el Tratado de San Ildefonso, por el que ambas naciones volvían a ser aliadas. Así había ocurrido durante todo el siglo XVIII, desde la llegada de los Borbones a la Corona española. Por tanto, a raíz de estos acuerdos, la flota británica se convirtió de nuevo en la gran enemiga.
Napoleón Bonaparte se proclamó cónsul vitalicio de Francia en 1799 y emperador en 1804, y las circunstancias se radicalizaron. La guerra contra el Reino Unido era efectiva y arrastró a sus aliados. Tres años después, Godoy firmó con Francia el Tratado de Fontainebleau, por el que decidieron la invasión conjunta de Portugal y que supuso, en la práctica, la ocupación francesa de España. Napoleón citó a la familia real española en Bayona, en el suroeste de Francia, y Carlos IV finalmente le cedió la Corona, que el emperador entregó a su hermano José.
Allí surgió el primer texto de Constitución de la historia de España, el Estatuto de Bayona de 1808, que en realidad no fue una Constitución, sino una carta otorgada; es decir, no provenía del pueblo, sino de la voluntad absolutista de un rey. Supuso una ruptura con el Antiguo Régimen y abrió la puerta a ciertas libertades, aunque siempre bajo el mandato de la Corona y con la tradicional unidad de Iglesia y Estado. Provenía de los ideales de la Revolución francesa, pero su recorrido fue muy corto.
La auténtica primera Constitución española fue la de 1812, la Constitución de Cádiz, conocida como «la Pepa». Provenía de las Juntas provinciales que se habían formado de manera espontánea para asumir la soberanía nacional en oposición a la llegada de José Bonaparte, coronado como José I en 1808. Las Cortes de Cádiz se reunieron dos años después de eso como una unión de absolutistas, liberales y moderados. Había militares, funcionarios, burgueses, nobles, religiosos, políticos y pensadores. El texto definitivo fue rompedor: hablaba por primera vez de separación de poderes, de una monarquía constitucional, de amplias libertades individuales, del reconocimiento de la ciudadanía a todos los habitantes del Imperio, de un sufragio universal masculino indirecto y, sobre todo, de que el poder de la Nación pertenecía al pueblo, no al rey. Por contra, el Estado seguía siendo católico y apenas reconocía derechos para las mujeres.
La Constitución de Cádiz deshacía todos los privilegios del Antiguo Régimen, que se basaba en el feudalismo de épocas remotas. Sin embargo, en 1814 regresó a España Fernando VII, «el Deseado», que enseguida se negó a estas reformas. Disolvió las Cortes, anuló las reformas legislativas y persiguió a los liberales que habían intervenido en su redacción. Fue obligado a aceptarla solo entre 1820 y 1823, en un continuo tira y afloja durante su reinado, pero la influencia a largo plazo de esta primera Constitución ha sido enorme, marcando el camino del constitucionalismo español y de la defensa de las libertades frente al absolutismo.
El rey falleció en 1833 y dejó a una heredera de solo tres años, una reina regente y un país inestable. De hecho, entre 1833 y 1840 tuvo lugar la primera guerra carlista. En ese contexto apareció el Estatuto Real de 1834, una nueva carta otorgada que volvía a entregar el poder completo a la Corona y ninguna de las libertades pretendidas.
En 1837, durante la regencia de la reina María Cristina, se promulgó una nueva Constitución, que pretendía asentar unos mínimos que pusieran de acuerdo a moderados y progresistas. Su finalidad era que hubiera un texto único del Estado con independencia de qué partido gobernase.
Pero, entre 1840 y 1843, la regencia pasó a manos del general Espartero, en el 43 se declaró mayor de edad a Isabel II y el general Narváez y los moderados reformaron otra vez la Constitución en 1845, para obtener un texto mucho más tradicional, con una soberanía nacional compartida entre la Corona y las Cortes.
El país temblaba con los vaivenes entre partidos. La Década Moderada, el Bienio Progresista, la Revolución Gloriosa, la Primera República o el Pronunciamiento de Sagunto contaron cada uno con su propia Constitución, la más duradera de todas la de 1876, que sobrevivió durante 47 años y que por ahora es la más longeva de la historia. Se trató de la Constitución de los reinados de Alfonso XII y Alfonso XIII, hasta el golpe de Estado del capitán general Miguel Primo de Rivera, y volvía a repartir la soberanía entre el rey y las Cortes. Incluso este golpe de Estado de 1923, que dio lugar a siete años de dictadura, contó con su propio texto, que pretendía recuperar el absolutismo del Antiguo Régimen.
Diez Constituciones en un solo siglo dan buena muestra de la tremenda inestabilidad política a todos los niveles. Conflictos, guerras, desórdenes y pronunciamientos militares estaban a la orden del día.
Y el siglo XX no empezó mucho mejor. En 1930 presentó su dimisión Primo de Rivera y en 1931 se proclamó la Segunda República, con su propia Constitución. En este texto ya se habló de la separación entre Iglesia y Estado, de la libertad de culto, de que los poderes emanaban del pueblo, de la igualdad de los españoles ante la ley, de la desaparición de los privilegios, del sufragio universal, del divorcio o de la organización territorial del Estado. También abrió la puerta al debate lingüístico en distintas regiones.
Estuvo en vigor hasta 1939, con el final de la guerra civil, aunque la Segunda República en el exilio la mantuvo de forma no oficial hasta 1977. La instauración del Gobierno dictatorial del general Franco terminó con la aplicación de este texto y lo sustituyó por las Leyes Fundamentales del Reino. No hubo otra Constitución hasta la actual.
La Transición fue el gran proceso de recuperación de la democracia en España, desde la muerte de Franco en 1975 hasta la primera mayoría absoluta del Partido Socialista Obrero Español en 1982. Como parte fundamental de la enorme transformación que vio el país en esos años, el anteproyecto de Constitución reunió a siete personas muy diferentes, de mentalidades incluso opuestas, a los que se denominó «Padres de la Constitución». Se trataba de elaborar un texto verdaderamente organizativo, plural y que sirviera para el futuro, con independencia de los partidos que gobernasen. Se hablaba de «un Estado social y democrático de derecho que propugna como valores superiores del ordenamiento jurídico la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo político». Reconoce que la soberanía nacional reside en el pueblo, con un sistema basado en la monarquía parlamentaria, la separación de poderes y el Estado autonómico, y con unas elecciones mediante sufragio universal. Es una Constitución que recoge los logros de sus antecesoras y los actualiza como una declaración de mínimos en la que puedan reconocerse todos los españoles, y se escribió solo tres años después de la muerte del dictador.
La Constitución española fue sometida a referéndum el 6 de diciembre de 1978, por primera vez en la historia del constitucionalismo. Nunca hasta ese momento se había entregado un texto a la decisión del pueblo.
Ha sido un camino muy largo hasta el desarrollo de una Constitución en España, creada, esta sí, para mantenerse. Faltan solo cinco años para que se convierta en la más duradera y seguramente el mayor de sus logros es que los españoles hayamos interiorizado esos conceptos básicos. Nuestra democracia es mejorable, le falta solera y le sobra partidismo, pero se basa en la premisa fundamental de que todas las ideas puedan ser expuestas en un mismo lugar y sometidas al diálogo.
Decía mi padre que, desde la guerra de independencia, los españoles se han dedicado a matar a otros españoles. Por primera vez, vivimos en un clima estable de igualdad y libertad garantizadas que hoy cumple 42 años. Y eso, sin duda, es motivo de homenaje.
¿Y ahora qué? ¿Cómo será el futuro, después de tantas debilidades en nuestra historia democrática?
Pues mejor. Desde el momento en que todas las diferencias políticas pueden ser debatidas en un Estado de derecho, el mañana solo puede ser apasionante.