Se cumplen hoy 663 años de la muerte de una reina poderosa, resolutiva y que supo manejar el destino de las Coronas más importantes de su tiempo a través de unas decisiones complicadas y que siempre terminaron en derramamiento de sangre. Fue enviada a Inglaterra a promover la paz, pero tuvo que contemplar el inicio de la guerra de los Cien Años.
La Edad Media en Europa vio el auge de unas dinastías reales entregadas a la guerra de conquistas y los matrimonios concertados como un juego permanente de reparto del poder. Las alianzas se hacían y deshacían según mandaban los intereses económicos, la capacidad de las tropas militares y la titularidad de las tierras. Los reyes estaban obligados a contar con el apoyo de los grandes nobles si querían mantenerse en el trono, ya que aún faltaba mucho para que volviera la época de los imperios. En realidad, este era el tiempo de los señores feudales, cuyos designios podían cambiar el mundo.
En Francia, la dinastía de los Capetos ocupaba el trono desde hacía siglos y, en concreto desde 1268, lo hacía el severo Felipe IV, rey de Francia y de Navarra, que logró centralizar en su figura absolutista todo el poder del Estado frente a las voluntades de los nobles, y además saneó las arcas públicas en detrimento de las finanzas del papa Bonifacio VIII ⸺con quien vivió momentos de tensión por causa económica⸺, los judíos ⸺a quienes expulsó del territorio francés en 1306⸺ y los templarios ⸺a quienes acusó de herejía, ordenó su detención en 1307 y en muchos casos quemó en la hoguera, como a su propio Gran Maestre, Jacques de Molay⸺. Por esa época, tuvo algunos encontronazos con la Corona inglesa debido a la posesión del condado de Borgoña, en un conflicto en el que también se implicaron los Habsburgo.
Eduardo II, Casa de Plantagenet
Mientras, en Inglaterra, llevaba gobernando desde 1154 la Casa de Plantagenet, que en un principio se había originado en el condado de Anjou, en Francia, pero pronto se independizó. Eduardo II era un joven que accedió al trono con 23 años tras la muerte de su padre, el temido Eduardo I Piernas Largas, cuyo reinado se caracterizó por las revueltas de los nobles y los enfrentamientos contra Gales y Escocia, en los que participaron Robert the Bruce y William Wallace. Pero Eduardo II no era su padre y enseguida se hizo evidente que sus enemigos no iban a tener muchos problemas para desestabilizarlo. Débil y entregado a las fiestas en Londres, no parecía el gran líder que su gente necesitaba. De paso, la Corona francesa apoyaba las intenciones independentistas de Escocia, lo que aumentó su confrontación.
En 1308, solo un año después de su coronación, Eduardo contrajo matrimonio con Isabel de Francia, a la que se llegaría a conocer entre los nobles ingleses como la Loba de Francia. Era la única hija del rey Felipe IV y llegó a la corte inglesa con solo doce años como resultado de un acuerdo entre ambas dinastías para obtener la paz. En una Europa que se volvía cada vez más rica y poderosa, una unión entre ingleses y franceses habría sido trascendental para el futuro de ambos pueblos. Sin embargo, Isabel se topó enseguida con la indiferencia de su marido, de quien se dice que prefería la compañía masculina, en concreto la de Piers Gaveston, conde de Cornualles. Tal era el afecto que sentía el monarca por este hombre que lo nombró regente de Inglaterra durante el tiempo en que él viajó a Francia para conocer a su prometida, y después, durante la boda, ambos pasaron el tiempo festejándolo juntos mientras que la novia y su familia resultaron completamente ignorados. Además, los importantes regalos que habían hecho llegar a la pareja acabaron en manos del conde, otro agravio que despertó las iras de los nobles y de la Corona francesa, que exigieron el destierro del favorito real.
Burlas en público
Eduardo vio en este enfado el anuncio de una nueva guerra civil si no accedía a la petición, y aún estaba demasiado reciente la que había sufrido su padre. Gaveston fue desterrado en dos ocasiones y rápidamente se quedó sin apoyos, a lo que también ayudó su actitud altanera hacia los nobles, presumiendo de una posición que no le pertenecía por rango, sino tan solo por los afectos del rey. La principal oposición llegó de Tomás Plantagenet, conde de Leicester y Lancaster, primo del rey y uno de los personajes más poderosos de Inglaterra, de quien Gaveston se había burlado en público llamándolo el violinista.
Harto de consentir la arrogancia del supuesto amante de Eduardo, el conde ordenó su captura y ajusticiamiento, lo que provocó el odio del rey y una promesa de venganza. Sin embargo, no terminaron aquí sus infidelidades, incluso se cree que llegó a mantener relaciones con su sobrina, Leonor de Clare, y con el marido de esta, Hugo Despenser el Joven, I Lord Despenser. En Francia se comentaba que compartía lecho con ambos, aunque estos rumores podrían ser falsos y haber venido motivados por la animadversión que producía el monarca y su enfrentamiento directo con el papado.
Pirata en el Canal de la Mancha
Lo que sí sabemos con certeza es que Despenser, amante o no, aprovechó su cercanía al rey y la ausencia de Gaveston para ir acaparando tierras, manipulando a otros nobles y aprovechándose de la posición de su mujer y de otras damas próximas a ella para escalar posiciones en el reino. Del mismo modo que había ocurrido con el anterior favorito, los nobles reclamaron el destierro de Despenser, lo que aprovechó él para convertirse en pirata en el Canal de la Mancha, durante un período de extrema crueldad en el que reunió una gran fortuna. A su regreso a Inglaterra, sus actos fueron los de un gobernante en la sombra, haciendo uso de un control férreo de la voluntad de Eduardo que puso a toda la nobleza en su contra.
Por entonces, Isabel, ninguneada en la corte inglesa y sin más aportación que garantizar el mantenimiento del linaje, tuvo cuatro hijos del rey entre 1312 y 1321, pero no logró convencer a este de que apartara de su lado al nuevo favorito. Tan enorme era el desprecio que sentía Eduardo por la reina, y tan notorias las ínfulas de Despenser, que en una ocasión la comitiva de Isabel quedó cercada por las tropas escocesas de Robert the Bruce en la localidad de Tynemouth y el favorito se negó a acudir en su auxilio, lo que casi le costó la vida. Isabel pidió a su marido que lo castigara, pero él ignoró por completo esas palabras. En respuesta, la reina ayudó a fugarse de la Torre de Londres a Roger Mortimer, conde de March, que había sido encerrado allí por su enfrentamiento con Despenser. Después facilitó que pudiera atravesar el Canal de la Mancha y le garantizó refugio en Francia, donde los ánimos se habían caldeado contra Eduardo. Isabel no estaba acostumbrada al papel al que la habían relegado y decidió tomar partido por ella misma en el juego político que estaban llevando a cabo los nobles ingleses.
Escándalo en las cortes europeas
Era el año 1325 y por entonces reinaba en Francia el último de sus hermanos, Carlos IV el Hermoso, un gobernante cruel que había logrado mejorar las cuentas reales a base de deshacerse de opositores ricos y había zanjado los conflictos con guerras particularmente sangrientas. El enfrentamiento entre ambas Coronas parecía inminente, por lo que Isabel se ofreció a volver a su patria junto a su primogénito, llamado también Eduardo, para mejorar las relaciones. Sin embargo, una vez concluido el acuerdo, la reina se negó a viajar de nuevo a Inglaterra y se estableció en Francia junto a su hermano. Allí se encontró de nuevo con Roger Mortimer y lo convirtió en su amante.
El escándalo se extendió por todas las cortes europeas. La reina consorte de Inglaterra se había fugado de la corte de su marido y vivía con su amante bajo la protección del rey de Francia. Algo así parecía el anuncio de una gran guerra. Pero Isabel fue más rápida y llevó a cabo su propio enfrentamiento, con un ejército mercenario y sin poner en peligro a sus compatriotas franceses. Buscó el apoyo armado de Guillermo I, conde de Holanda, a cambio del acuerdo de matrimonio de su hija Felipa con el joven Eduardo, e inició una campaña de recuperación de la Corona en favor de su hijo, de quien afirmaba actuar como representante.
Invasión de Inglaterra
En 1326, el ejército de Isabel y Roger Mortimer invadió Inglaterra, sin que hallaran una gran resistencia, dado que casi todos los nobles se habían rebelado ya contra el rey y corrieron a unirse a esta sublevación. Hugo Despenser y Eduardo escaparon juntos de Londres antes de ser capturados, pero el rechazo de la nobleza no les permitió encontrar refugio y, en noviembre de ese mismo año, las tropas rebeldes los encontraron en Neath, Gales.
Despenser fue sometido a juicio por traición y robo, con una sentencia brutal: debía ser arrastrado por cuatro caballos, ahorcado casi hasta la muerte, privado de sus genitales, eviscerado ⸺con el añadido de que debía permanecer vivo en todo momento y contemplar cómo incineraban sus órganos frente a él⸺ y, en último término, decapitado. Todo ello, delante del pueblo inglés, que celebró el espectáculo. Así, la justicia medieval creía que el reo no solo perdía la vida, sino también el honor y la salvación en el Otro Mundo.
En enero de 1327, el Parlamento obligó a Eduardo a abdicar en favor de su hijo, de solo catorce años, que en adelante reinaría como Eduardo III. Hasta su mayoría de edad, Isabel y Roger Mortimer fueron nombrados regentes de Inglaterra y sus primeras medidas consistieron en llegar a acuerdos de paz con Francia y Escocia, por lo que el reino obtuvo una tranquilidad largamente esperada.
Muerte de Eduardo II
Sobre el final de Eduardo II hay distintas versiones. Unos afirman que, poco tiempo después de su abdicación, murió por causas naturales; otros, que permaneció encerrado durante años y que algunos de sus partidarios trataron de liberarlo, sin éxito; pero la versión más extendida asegura que los regentes ordenaron que muriera al introducirle por el ano un tizón ardiendo. De estas cuestiones no podemos tener seguridad y solo existen algunos documentos que afirman una cosa u otra, pero que bien podrían ser elementos propagandísticos de cualquiera de los bandos.
Mortimer, una vez que se encontró en una posición de privilegio, no se comportó de una forma muy distinta de lo que habían hecho los favoritos del rey y empezó a acumular tierras y fortuna sin pudor. Ordenó encerrar a sus enemigos y ajusticiar a unos cuantos, incluso aunque fueran grandes nobles del reino. Por ello, en 1330, el joven Eduardo III, que ya contaba diecisiete años, asumió el Gobierno y ordenó arrestar a su madre y a Roger Mortimer. Este último fue acusado de traición, encontrado culpable y ahorcado en noviembre de ese mismo año.
Reclusión en Rising
Isabel quedó desconsolada ante la pérdida del gran amor de su vida, de quien esperaba un hijo. El nuevo rey ordenó recluirla en el castillo de Rising, en Norfolk, donde murió 31 años después. Fue enterrada en la iglesia de Newgate, en Londres, con el vestido con el que se había casado con Eduardo II.
Para entonces, Inglaterra había vuelto a enfrentarse con Escocia y, más aún, había entrado en guerra directa con Francia, conflicto que por su extrema duración recibió el nombre de guerra de los Cien Años. Ninguno de los logros de paz que había obtenido la reina duraron mucho y enseguida su hijo regresó a la vieja política de soldados, muerte y sangre. De paso, estableció la fama de Inglaterra como una de las naciones más poderosas del continente europeo.
Isabel, la Loba de Francia, fue una mujer inteligente, audaz y dispuesta a todo para defender sus derechos en una época de señores feudales y conspiraciones de alcoba. Amó, luchó, ordenó revueltas armadas, firmó alianzas de Estado, pactó matrimonios reales y, al final, las cosas no salieron como ella esperaba. Tal vez podría haber cambiado por completo la Europa medieval, pero no tuvo tiempo. Lo que sí hizo, desde luego, fue sacudirla de arriba abajo.