Se cumplen hoy 27 años de la muerte en prisión de Jeffrey Lionel Dahmer, conocido como el Caníbal de Milwaukee o el Carnicero de Milwaukee, uno de los asesinos en serie más terribles de la historia, responsable de diecisiete muertes a lo largo de trece años, además de actos de violación, tortura, canibalismo y necrofilia. Una persona atroz que encontró la muerte por una causa que no tenía nada que ver.
Hay seres malvados por naturaleza, caracterizados por una enorme crueldad que no responde a ninguna causa externa. Algo así ocurrió con Jeffrey Dahmer, nacido en Milwaukee en 1960 en el seno de una familia normal. No sufrió malos tratos ni ningún trauma infantil que justificara sus actos de madurez, salvo quizá por las frecuentes discusiones de sus padres ⸺que terminaron por divorciarse a sus 17 años⸺ y los habituales cambios de vivienda a causa del trabajo como químico de su padre ⸺que, a partir de 1967, se estableció definitivamente en Ohio⸺. Pero, en general, su infancia fue tranquila y feliz, sin que nadie pudiera adivinar lo que iba a ocurrir en el futuro.
Aun así, algunos elementos ya despuntaban. Su padre contó que, de niño, cuando lo llevaba a pescar en Ohio, su principal diversión consistía en abrir en canal a los peces y verlos morir. Además, recogía cadáveres de animales atropellados y los diseccionaba en el patio de atrás de su casa. Esa fascinación por los cuerpos muertos o en sus últimos instantes de vida sería la base para todos sus asesinatos.
Consumo de alcohol
Durante la adolescencia, Dahmer empezó a mostrar una enorme atracción por someter a otros hombres de forma cruel, en actos perversos que reconoció haber imaginado durante años. Consciente de lo horrible de esos pensamientos, trató de reprimirlos mediante un consumo cada vez mayor de alcohol, lo que terminó por arruinar su incipiente vida universitaria, su breve paso por el Ejército y sus escasas relaciones sociales. Ni siquiera el hecho de regresar a Milwaukee con su abuela pudo mejorar la situación. Con el tiempo, las fantasías acerca de torturas y muertes dejaron de satisfacerle y tuvo que llevarlas a cabo.
En 1978, Dahmer recogió a un autoestopista con la intención de mantener relaciones sexuales con él, pero, cuando vio que este no quería, le golpeó en la cabeza y después lo violó y lo estranguló. Tal y como había imaginado en sus perversiones, lo abrió en canal y se masturbó mientras lo miraba, luego lo troceó y lo metió en bolsas de basura con el fin de tirarlo a un vertedero. La policía lo paró en ese momento de manera fortuita por conducir a gran velocidad, pero a los agentes no les llamaron la atención esas bolsas de basura que llevaba en el asiento trasero y se limitaron a ponerle una multa. Asustado, Dahmer volvió a casa y ocultó el cadáver en un desagüe durante dos años y solo entonces se atrevió a deshacerse de él.
Este primer asesinato cambió su vida. Por un lado, despertó un enorme sentimiento de culpa que lo llevó a acudir a la iglesia y apartarse por completo de las relaciones sexuales hasta 1986. Pero, por otra parte, le demostró lo que podía llegar a hacer, y los impulsos de violencia y torturas fueron creciendo aunque tratara de acallarlos con alcohol o mediante la práctica de sexo con un maniquí que robó de una tienda.
Quejas de los vecinos
Ocho años después del primer asesinato, cedió por completo a sus impulsos y ya no se detuvo. En adelante, la táctica de sus asesinatos se hizo habitual: acudía a clubes de ambiente gay para seducir a hombres, los drogaba y acababa con su vida. Con frecuencia llevaba a cabo actos de tortura antes de matarlos, luego devoraba algunas partes del cuerpo y mantenía relaciones sexuales con otras partes. Solía conservar estos restos durante semanas, hasta que los vecinos se quejaban del mal olor y se veía obligado a deshacerse de ellos, pero casi siempre se guardaba la cabeza.
Fue detenido en 1991 de una forma casual, cuando una de estas víctimas logró escapar de su piso y la policía lo encontró corriendo por la calle. Ante la descripción de los hechos, los agentes registraron el piso de Dahmer, donde identificaron diversos restos humanos y una cabeza guardada en el congelador.
Las pruebas contra él resultaron irrefutables y el tribunal lo condenó a quince cadenas perpetuas. Los expertos que se entrevistaron con él decretaron que no padecía ninguna alteración mental y recomendaron, por el bien de la población, que no saliera nunca de la cárcel o volvería a actuar de la misma manera. Sus horrendos testimonios acerca de lo que hacía con sus víctimas aparecieron en programas de máxima audiencia, junto a los testimonios de quienes habían tratado con él, incluido su padre. La necrofilia y el canibalismo fueron algunos de los detalles en los que ahondaron los periodistas, lo que convirtió a Dahmer en una figura enormemente popular.
Muerte en prisión
Cumplió condena en la prisión de Columbia, en Wisconsin, hasta que un preso esquizofrénico llamado Christopher Scarver se cruzó con él y, sin razones aparentes, atacó a Dahmer y a otro preso que se encontraba en una sala contigua. Scarver golpeó a Dahmer en la cabeza con una barra de pesas y nadie pudo hacer nada por su vida: murió ese mismo día mientras lo trasladaban al hospital. La noticia recorrió el país. Unos opinaron que se trataba de un final poético, dada la manera en la que él había tratado a sus víctimas; otros creyeron que esta muerte abrupta había evitado a Dahmer el cumplimiento de la pena de cárcel que se merecía por sus crímenes.
De un modo u otro, su figura se volvió más conocida todavía. Se publicaron libros, se rodaron documentales de televisión e incluso se rodaron películas de Hollywood, una de ellas con el actor Jeremy Renner como protagonista. Además, este asunto volvió a abrir el debate sobre la pena de muerte, que no es legal en el estado de Wisconsin, o sobre qué personas pueden ser liberadas después de su paso por la prisión. Es decir, si realmente la cárcel tiene la capacidad de enmendar a los criminales o si hay determinadas personas cuya naturaleza no permite cambios salvo para peor.
Si creemos que el ser humano es bueno por naturaleza, entonces el «Carnicero de Milwaukee» tal vez habría podido curarse alguna vez de sus terribles instintos. Pero, si alguien afirma que existe el mal absoluto, sin duda debe de tratarse de este hombre, cuyas atrocidades espantan a cualquier persona. Él mismo dijo durante su encierro que había sido poseído por el diablo para hacer lo que hizo. Tal vez esa era la única explicación que le quedaba.
La esperanza que queda al leer historias como esta es que, igual que el ser humano es capaz de acciones terroríficas, también lo es de enormes proezas, muestras de generosidad y acciones desinteresadas. Esa es la libertad que tenemos, y por eso hay que sacarle partido, porque la oscuridad, por desgracia, también existe.