Se cumplen hoy 47 años de la muerte de Liudmila Pavlichenko, legendaria militar del Ejército Ruso, pionera de la incorporación de las mujeres a las Fuerzas Armadas y una de las figuras más temidas durante la Segunda Guerra Mundial. Pero no solo se dedicó a abatir nazis durante la contienda, sino que fue una valiosa activista en la lucha contra el fascismo durante una gira mundial que la llevó por Europa y los Estados Unidos.
Hija de un cerrajero de Petrogrado, Liudmila Pavlichenko nació en 1916 en Bila Tserkva, una pequeña localidad ucraniana junto al río Ros que, desde el siglo anterior, se había convertido en un valioso mercado en la industria de la madera. Cuando solo tenía catorce años, toda su familia se mudó a Kiev y Liudmila entró a trabajar como obrera en la legendaria fábrica de municiones Arsenal, una de las más veteranas del país, que llevaba sirviendo al Ejército Ruso desde 1764 y aún existe hoy en día. Por simple aburrimiento, se inscribió en la asociación de tiro Osoaviajim, donde empezó a ocupar sus ratos libres. No pretendía ningún fin, pero enseguida sobresalió como uno de los mejores tiradores, en una ocupación que hasta entonces era íntegramente masculina. También aprendió sobre manejo de granadas y recibió entrenamiento militar básico.
Enseguida encontraría una nueva ocupación para esas habilidades. El 22 de junio de 1941, la Alemania Nazi puso en marcha la Operación Barbarroja, que consistió en la invasión de la Unión Soviética con el fin de asesinar o esclavizar a su población y ocupar el territorio en el menor tiempo posible. Por entonces, Liudmila había estudiado Historia en la Universidad de Kiev y estaba preparando su tesis doctoral mientras trabajaba como ayudante jefe de investigación en la Biblioteca Pública de Odesa, pero lo dejó todo aparcado para unirse al Ejército. Quería defender a su país del fascismo y era consciente de que sus impresionantes cualidades como tiradora y la formación que ya había recibido podían marcar una diferencia en el campo de batalla.
Al principio fue desdeñada por los militares encargados del alistamiento, pero rápidamente enseñó su credencial de la asociación Osoaviajim y la Insignia de Tiradora de Voroshilov, que había ganado por su participación en torneos regionales. Entonces pidió que le hicieran una prueba como a los hombres. Los soldados insistieron en ofrecerle otros puestos «más acordes a su condición femenina», como el cuidado de los heridos, pero ella se obcecó en que le prestaran un rifle y le señalaran a dónde disparar. No necesitaba otra cosa de ellos.
La prueba fue real y sobre personas vivas: los soviéticos al mando indicaron que debía abrir fuego desde lejos contra unos prisioneros rumanos a los que habían capturado por colaborar con los nazis. Liudmila tomó el rifle y los abatió sin esfuerzo, por lo que enseguida ganó un puesto en la 25ª División de Fusileros de Chapayev. Sus logros y los de otras mujeres soldado convencerían a Stalin de las ventajas de hacer también un reclutamiento femenino.
Su primera actuación significativa se produjo en la batalla de Odesa, que tuvo lugar del 8 de agosto al 16 de octubre de 1941, cuando fuerzas rumanas apoyadas por tropas nazis iniciaron una invasión que pretendía ser fugaz pero que degeneró en un largo asedio que costó muchas vidas. Finalmente, el ejército soviético tuvo que retirarse con más de cuarenta mil bajas y cedió el territorio, no sin antes causar más de noventa mil bajas entre sus enemigos.
Liudmila participó activamente en este combate, lo que la llevó a dos meses y medio de penurias, hambre, suciedad y frío por las trincheras de Ucrania. Contó 187 militares abatidos por su fusil de cerrojo Mosin–Nagant y, para finales del mes de agosto, ya había sido ascendida a cabo, lideraba un comando de francotiradores y era requerida como instructora. Por contra, sufrió heridas graves que obligaron a evacuarla en dos ocasiones. Hacia finales de la batalla de Odesa, ya había sido nombrada sargento mayor.
En diciembre de 1941, inició una relación con el subteniente Leonid Kitsenko, otro de los francotiradores de su división, pero la guerra acabó con sus intenciones de matrimonio: Kitsenko murió al año siguiente y fue Liudmila quien acarreó su cadáver hasta un lugar seguro, lejos del fuego enemigo.
En junio de 1942, había alcanzado el grado de teniente y su cuenta de bajas ascendía a 309, la cifra más alta en la historia de los francotiradores. Eso la convirtió en una celebridad dentro del Ejército, un símbolo para la Unión Soviética y una preocupación real para la Alemania Nazi, que lo mismo trataba de convencerla para que se pasara a sus filas ⸺prometiéndole toda clase de recompensas⸺ como la amenazaba públicamente con horribles torturas si lograba capturarla, y pasaba su descripción y nombre a sus agentes para que la tomaran como un blanco de alta prioridad.
Ese mismo mes, sufrió una herida grave a causa de un mortero durante el sitio de Sebastopol y el Ejército consideró un riesgo que su heroína fuera abatida en combate, por lo que le otorgó una licencia y la evacuó por mar hasta Moscú.
Desde ese momento, Liudmila se convirtió en la personificación de la defensa contra la invasión del fascismo, así como de la inclusión de las mujeres en las Fuerzas Armadas. Se entrevistó con Stalin y este la puso al frente de una delegación enviada a Europa y América para convencer a los Aliados de la importancia de aunar fuerzas contra Alemania. Estuvo en el Reino Unido, Canadá y los Estados Unidos, y fue la primera ciudadana soviética en dormir en la Casa Blanca. Estuvo último ocurrió por invitación personal de la Primera Dama, Eleanor Roosevelt, que se hizo muy amiga de Liudmila y ambas llevaron a cabo una gira por territorio americano para entrevistarse con grupos de jóvenes. La delegación soviética pretendía hacer ver al Presidente Roosevelt la necesidad de que el Ejército de los Estados Unidos se implicara en la lucha contra Alemania, lo cual aún tardaría dos años en ocurrir.
Liudmila fue la sensación de la prensa americana, que la bautizó Lady Splinter ⸺La dama francotiradora⸺ y al principio la trató más como una atracción de feria que como una mujer soldado ⸺con preguntas bochornosas sobre su ropa interior favorita, su tipo de maquillaje o el largo de su falda⸺. Pero, poco a poco, su naturalidad, su sinceridad al hablar de lo que había sufrido en la guerra y su llamamiento a un Ejército sin diferencias por raza o sexo se fueron ganando a la opinión pública. Acabó congregando a cientos de personas, que la aplaudían entusiasmadas.
A su regreso a casa, recibió la Medalla de Oro de Héroe de la Unión Soviética y la Orden de Lenin en dos ocasiones, además de alcanzar el grado de mayor. Sirvió como instructora de tiradores y, después de la guerra, completó su doctorado en Historia y trabajó como tal en el Cuartel General Principal de la Armada Soviética. Llevó a cabo numerosos estudios, charlas y conferencias, también a nivel internacional, y obtuvo la Medalla por el Servicio de Combate, la Medalla por la Defensa de Sebastopol, la Medalla por la Defensa de Odesa, la Medalla por la Victoria sobre Alemania en la Gran Guerra Patria y la insignia de Excelente Francotirador. Donó a su país una pistola Colt M1911 y un rifle Winchester que le habían sido regalados durante su gira americana, y que en la actualidad se muestran en el Museo Central de las Fuerzas Armadas, en Moscú. Su popularidad creció de tal manera que en 1943 fue emitido un sello con su imagen disparando el legendario fusil Mosin–Nagant.
Pero, por lo que parece, su valor no se limitaba a sus cualidades militares, sino que cuantos la trataron hablaban de su cercanía, su amabilidad y su firmeza en las convicciones que la habían llevado a implicarse en la guerra. En 1957, Eleanor Roosevelt visitó la Unión Soviética como parte de su campaña de activismo internacional y pidió de forma explícita que le permitieran entrevistarse con Liudmila. Ambas mujeres pudieron compartir una charla que fue más de amigas que de cualquier otra cosa. En plena Guerra Fría, ambas estuvieron hablando en un ámbito distendido y recordaron anécdotas de su gira por los Estados Unidos.
Liudmila Pavlichenko falleció el 10 de octubre de 1974 a causa de una hemorragia cerebral y sus restos descansan en el Cementerio Novodévichi de Moscú.
En un mundo ideal, no existirían los monstruos y no necesitaríamos a valientes que nos defendieran de ellos, o que reivindicaran que las mujeres se pudieran dedicar a lo que les viniese en gana. Pero, mientras eso no ocurra, es bueno reivindicar el auténtico heroísmo, que consiste en dejar a un lado la vida que se esperaba tener y afrontar el horror de una trinchera solo por la recompensa de estar haciendo lo correcto.