Se cumplen hoy 19 años de la muerte del gran aventurero moderno, Thor Heyerdahl, un hombre con el que no pudieron ni el Pacífico, ni el Atlántico ni el Mar Rojo, y cuya vida terminó por culpa de un tumor cerebral. Pero sus logros siguen en pie y, tras su estela, han sido varios los aventureros que han sucumbido a la llamada del océano.
Explicaba en 1923 Oswald Spengler, en su obra La decadencia de Occidente, que cada cultura sufre los mismos períodos que un ser vivo, con su juventud, crecimiento, florecimiento y decadencia. Un poco antes de eso, durante la Primera Guerra Mundial, el etnólogo alemán Leo Frobenius habló de la teoría del difusionismo transcultural, que ha demostrado que culturas distintas a lo largo de la historia compartieron conocimientos, creencias y avances tecnológicos incluso entre localizaciones muy alejadas.
Este fenómeno puede suceder por adopción voluntaria, por imitación o por imposición cultural -generalmente las guerras y las migraciones han sido motores poderosos para los cambios culturales-. Así ocurrió con la práctica de la agricultura o el uso del hierro. Frobenius observó estos hechos en una larga expedición llevada a cabo en 1914 desde África hasta Oriente Medio. Su gobierno lo envió a levantar en armas a los pueblos africanos a favor de Alemania y él en cambio se dedicó a realizar estudios etnográficos que cambiaron el paradigma de su época. Por este motivo se ganó el sobrenombre de El Lawrence de Arabia alemán.
La teoría del difusionismo ha sentado las bases de muchos de los estudios posteriores en etnografía y cambió la vida de nuestro protagonista.
Thor Heyerdahl nació en 1914 en Larvik, una importante localidad de Noruega famosa por su comercio marítimo y su importante balneario, descubierto ya por los romanos y al que acuden familias reales, políticos y aristócratas desde finales del siglo XIX. El joven Thor se vio claramente influido por las inquietudes científicas de su madre, que le inculcó el interés por la teoría de la evolución de Darwin y su influencia en la zoología. La buena situación económica de la familia -Thor Heyerdahl padre era un conocido maestro cervecero de la localidad- permitió al muchacho estudiar Zoología y Geografía en la Universidad de Oslo. Durante ese tiempo conoció, además, a la que sería su primera esposa, Liv Coucheron–Torp, que por entonces estudiaba Economía en Oslo. La pareja se casó en 1936 y justo al día siguiente se mudó a la lejana isla de Fatu Hiva, en el archipiélago de las islas Marquesas, en la Polinesia Francesa. Allí, en un estado de vida casi salvaje, Heyerdahl desarrolló un proyecto para la Universidad de Oslo que pretendía demostrar cómo había salido adelante la vida en un ambiente tan aislado como aquel, siguiendo la teoría darwiniana que le había enseñado su madre.
Sin embargo, su gran descubrimiento se basó en la cultura de las Marquesas, una sociedad ya decadente caracterizada por la promiscuidad sexual y la realización de complejos tatuajes que cubrían todo su cuerpo. Autores famosos como Paul Gauguin, Herman Melville o Robert Louis Stevenson se habían sentido maravillados por aquella gente, y Heyerdahl no pudo ser menos. Pero lo que de verdad le sorprendió fue el enorme parecido cultural que mostraban con los pueblos americanos del período precolombino, hasta el punto de llegar a compartir algunos dioses, como el llamado Kon–Tiki. Las antiguas leyendas locales hablaban sobre la llegada de hombres blancos con largas barbas que navegaron desde el este, y en los escritos de los primeros conquistadores españoles se dice que los incas recordaban la presencia de un pueblo con esas características que gobernó sus tierras antes que ellos y al cual expulsaron hacia el Pacífico.
¿Era posible? ¿Y si realmente habían existido intercambios culturales en la Antigüedad? ¿Sería factible que hubieran viajado algunos indígenas americanos hasta Polinesia y se hubieran establecido allí?
Heyerdahl tuvo que regresar a Europa solo un año después por culpa de diversas enfermedades tropicales, pero enseguida empezó a trabajar para desarrollar su teoría. En primer lugar escribió un libro junto a su esposa -publicado en 1938 y reescrito después en 1974- y a continuación puso en marcha la expedición Kon–Tiki. Sus pensamientos eran claros: los primeros pobladores de América habrían sido capaces de atravesar el Océano Pacífico en sus primitivas balsas de troncos y establecer contactos culturales con la civilización de las Marquesas. Para demostrarlo, en 1947 él mismo y cinco compañeros fabricaron un navío similar a aquellos -al que pusieron por nombre Kon–Tiki- y navegaron durante 101 días desde Perú hasta el archipiélago Tuamotu, en la Polinesia Francesa. Una larga travesía de ocho mil kilómetros que casi les cuesta la vida y que terminó con la Kon–Tiki estrellada en el atolón Raroia, de las Tuamotu, y con su nombre escrito en la Historia.
Solo un año después publicó un libro que contaba su hazaña, La expedición Kon–Tiki, y que se convirtió en un éxito de ventas por todo el mundo. En 1950 dirigió un documental que explicaba la travesía y que estaba basado en las notas e imágenes tomadas durante ese tiempo, y que recibió un Oscar de la Academia en 1951.
Heyerdahl aprovechó su fama para desarrollar nuevas expediciones que probasen su teoría acerca del difusionismo. En 1955 y 56 estudió detalladamente la cultura de la isla de Pascua y su posible origen racial en América. En 1960 intentó atravesar el Atlántico en un barco construido con cañas de papiro, el Ra, pero tuvo que abandonar debido a un problema de fabricación. Un año después lo intentó de nuevo con el Ra II y esta vez tuvo éxito en su viaje entre Marruecos y Barbados, lo que demostraba su teoría de que era posible conjeturar que los antiguos egipcios hubieran podido visitar América. En 1978 atravesó el Mar Rojo con otra embarcación primitiva, a la que llamó Tigris, y que, en un gesto simbólico, hizo arder como protesta por las guerras que atravesaban el continente africano y Oriente. En los años ochenta y noventa continuó recorriendo el mundo, llamando a la paz entre países y hablando del difusionismo como un signo de hermandad entre pueblos. Se casó tres veces, la última en 1991, y vivió en Tenerife junto a su tercera esposa, Jacqueline Beer -una actriz francesa, nombrada Miss Francia en 1954, y que se convirtió en una de las principales organizadoras de sus proyectos científicos-.
En 2002, Heyerdahl recibió un diagnóstico terrible: padecía de un tumor cerebral incurable. El aventurero que había recorrido el mundo y se había enfrentado a los mayores expertos de su época para demostrar una teoría revolucionaria no pudo vencer a la enfermedad y murió el 18 de abril. El Gobierno de Noruega celebró un funeral de Estado en su memoria.
Heyerdahl vivió para ver el fruto de su esfuerzo. Colaboró en el desarrollo del Museo Kon–Tiki, en Oslo, donde están expuestas las muchas embarcaciones que construyó en su vida. Recibió las principales condecoraciones y honores de su época, escribió numerosos libros y vio su nombre en escuelas y barcos modernos, e incluso en un valle de Plutón.
En una época en la que parecía que las grandes expediciones eran cosa del pasado, Heyerdahl reinventó su tiempo y demostró el valor del esfuerzo humano aplicado a la resolución de problemas. Sus viajes constituyen hazañas modernas que cambiaron nuestra forma de ver el pasado, y todo eso contando con que de niño tenía una fobia al agua después de haber estado a punto de ahogarse en dos ocasiones. Él mismo reconoció en diversas entrevistas que no sabía cómo había sido capaz de subirse a un barco la primera vez.