Se cumplen hoy 17 años de la muerte de Lucía de Jesús Rosa dos Santos, la más longeva de los tres pastorcitos de Fátima que afirmaron haber contemplado a la Virgen en 1917. Su testimonio convirtió en santuario la cueva del milagro y afectó al devenir de toda la Iglesia Católica.
Entre el 13 de mayo y el 13 de octubre de 1917 tuvieron lugar las apariciones de la Virgen María en la Cova da Iria, en la ciudad de Fátima (Portugal), según afirmaban tres pastores de la zona: los hermanos Francisco de Jesús y Jacinta de Jesús Marto y su prima Lucía de Jesús Rosa dos Santos. Esta última era la mayor, con diez años. Uno menos tenía Francisco y tres menos Jacinta. Ninguno de ellos había ido nunca a la escuela y trabajaban juntos como pastores en una propiedad de los padres de Lucía.
Los testimonios de los niños recibieron fuertes críticas por parte de la opinión pública portuguesa —que había proclamado la Primera República siete años antes, con un marcado laicismo de la sociedad— e incluso de la propia Iglesia Católica, que no se creía que fuera cierto. Los pastorcitos aseguraron, ante la desconfianza que observaban en todos, que la Virgen se aparecería en ese mismo lugar el 13 de octubre y que cualquier persona sería libre de asistir.
Ese día se reunió una gran multitud en Cova da Iria y las declaraciones acerca de lo que ocurrió allí difieren de unos a otros. Algunas personas aseguraron de forma vehemente haber visto cómo el sol se desplazaba por el cielo «como si bailara», de un modo errático y antinatural. Otros dijeron no haber visto nada. Lo que sí sabemos con seguridad es que las fotografías de aquella jornada no han mostrado nada extraño y que ningún observatorio del mundo reportó ningún fenómeno. De hecho, ni siquiera hubo visiones semejantes en otros santuarios y aquellos hechos se limitaron a la masa de gente acampada en Fátima, lo que ha llevado a que distintos expertos sostengan que se debió simplemente a un episodio de alucinación colectiva entre personas predispuestas. Por otro lado, la Iglesia decidió en noviembre iniciar un proceso de investigación de aquellas manifestaciones espontáneas del mes anterior y concluyeron, trece años después, que realmente se trataba de un milagro.
En efecto, el 13 de octubre de 1930, José da Silva, obispo de Leiría, afirmó que aquello había sido un milagro de la Virgen María —y que desde entonces ha recibido el nombre de milagro del sol— y autorizó el culto a Nuestra Señora de Fátima.
Para entonces, de los tres pastores solo quedaba viva Lucía. Los dos hermanos habían contraído la gripe durante la terrible epidemia de 1918 y, a consecuencia de ella, Francisco falleció un año después y Jacinta en 1920.
Lucía contempló con espanto la manera en que el lugar del milagro iba creciendo en importancia y llegaban las primeras peregrinaciones. Ella nunca quiso participar de aquello y se fue recluyendo de manera progresiva.
En busca del anonimato, a los 18 años se trasladó a vivir a Galicia y entró en la congregación de las Hermanas Doroteas. Vivió en el convento que tenían estas en Pontevedra, en la calle que hoy recibe el nombre de Sor Lucía, y también en Tui, Rianxo y Santiago. Visitó la Catedral y procuró llevar siempre una vida sencilla y contemplativa, pero las visiones se repitieron en 1925 y 26, esta vez en la figura del Niño Jesús. La Iglesia reconoció más tarde que se trataba de nuevos mensajes divinos, por lo que aquella modesta casita en la que vivió la monja en Pontevedra se convirtió más tarde en el Santuario de las Apariciones, considerado parte del propio milagro de Fátima.
Lucía regresó a Portugal en 1946 y facilitó que el Opus Dei pudiera establecerse allí. Tres años después ingresó en el convento de las Carmelitas Descalzas de Coímbra y se dedicó a escribir sus memorias. En 1967 volvió a visitar Fátima con motivo del medio siglo que había transcurrido desde las apariciones marianas y estuvo por primera vez en la basílica de Nuestra Señora del Rosario, que se había inaugurado en el año 53 y era donde descansaban los restos de sus primos.
Para entonces ya se habían hecho públicos dos de los llamados misterios de Fátima, extrañas profecías que, según afirmaba ella, les había revelado la Virgen María durante sus apariciones. Eran tres secretos que auguraban momentos terribles y esperanzadores para la religión católica. En el primero se afirmaba:
«Nuestra Señora nos mostró un gran mar de fuego que parecía estar debajo de la tierra.
Hundidos en este fuego estaban los demonios y almas, como si fuesen brasas transparentes y negras o bronceadas con forma humana, que flotaban en el incendio llevadas por las llamas que de ellas mismas salían, juntamente con nubes de humo, cayendo para todos los lados, semejantes al caer de las chispas en los grandes incendios, sin peso ni equilibrio, entre gritos y gemidos de dolor y desesperación, que horrorizaba y hacía temblar de pavor. Los demonios se distinguían por sus formas horribles y asquerosas de animales espantosos y desconocidos, pero transparentes y negros. Esta visión duró un momento, y gracias a nuestra buena Madre del Cielo, que antes, en la primera aparición, nos había prevenido con la promesa de llevarnos para el cielo.
Si así no fuese, creo que habríamos muerto de susto y pavor».
Esta visión se completaba con otra igual de siniestra:
«Enseguida levantamos los ojos hacia nuestra Señora, que nos dijo con bondad y tristeza:
“Visteis el infierno, para donde van las almas de los pobres pecadores. Para salvarlas, Dios quiere establecer en el mundo la devoción al Inmaculado Corazón. Si hicieran lo que digo, se salvarían muchas almas y tendrían paz. La guerra va a acabar, pero si no dejan de ofender a Dios, en el reinado de Pío XI comenzará otra peor. Cuando vean una noche alumbrada por una luz desconocida, sepan que es la gran señal que les da Dios de que va a castigar al mundo por sus crímenes, por medio de la guerra, el hambre y las persecuciones a la Iglesia y al Santo Padre. Para impedirla, vendré a pedir la consagración de Rusia a mi Inmaculado Corazón, y a la comunión reparadora en los primeros sábados. Si atienden a mis peticiones, Rusia se convertirá y tendrá paz. Si no, esparcirá sus errores por el mundo, promoviendo guerras y persecuciones a la Iglesia, los buenos serán martirizados, el Santo Padre tendrá mucho que sufrir, varias naciones serán aniquiladas, hasta que por fin triunfe mi Corazón Inmaculado.
El Santo Padre me consagrará Rusia, que se convertirá, y será concedido al mundo algún tiempo de paz”».
Estos dos misterios de Fátima fueron desvelados por Lucía en 1941, pero el tercero se mantuvo en secreto hasta el año 2000, con motivo de la beatificación de los dos pastorcitos fallecidos. En él se cuenta:
«Escribo, en acto de obediencia a ti mi Dios, que me mandas por medio de su excelencia reverendísima el señor obispo de Leiría y de vuestra y mi Santísima Madre.
Después de las dos partes que ya expuse, vimos al lado izquierdo de Nuestra Señora, un poco más alto, un ángel con una espada de fuego en la mano izquierda. Al centellear, despedía llamas que parecía iban a incendiar el mundo. Pero se apagaban con el contacto del brillo que de la mano derecha expedía Nuestra Señora a su encuentro. El ángel, apuntando con la mano derecha hacia la tierra, con voz fuerte decía: “Penitencia, penitencia, penitencia”.
Y vimos en una luz inmensa, que es Dios, algo semejante a como se ven las personas en el espejo, cuando delante pasó un obispo vestido de blanco. Tuvimos el presentimiento de que era el Santo Padre. Vimos varios otros obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas subir una escabrosa montaña, encima de la cual estaba una gran cruz, de tronco tosco, como si fuera de alcornoque. El Santo Padre, antes de llegar allí, atravesó una gran ciudad, media en ruinas y medio trémulo, con andar vacilante, apesadumbrado de dolor y pena. Iba orando por las almas de los cadáveres que encontraba por el camino.
Llegando a la cima del monte, postrado, de rodillas a los pies de la cruz, fue muerto por un grupo de soldados que le disparaban varios tiros y flechas, y así fueron muriendo uno tras otro los obispos, los sacerdotes, religiosos, religiosas y varias personas seglares. Bajo los dos brazos de la cruz estaban dos ángeles, cada uno con una jarra de cristal en las manos, recogiendo en ellos la sangre de los mártires y con ellos irrigando las almas que se aproximaban a Dios».
Parecía claro que los dos primeros mensajes se referían a épocas de enormes calamidades, en especial las grandes guerras del siglo XX y la caída del comunismo. Sin embargo, el secretismo acerca del tercer mensaje llevó a todo tipo de especulaciones a lo largo de los años. Finalmente, cuando ya se había revelado su contenido, el papa Benedicto XVI afirmó en 2010 que este tercer misterio hablaba de cómo la corrupción de la fe habría de empezar por las más altas jerarquías y que se refería de modo significativo a los abusos sexuales cometidos por sacerdotes católicos. Dijo textualmente: «La mayor persecución de la Iglesia no viene de enemigos de fuera, nace del pecado de la Iglesia. La Iglesia tiene una profunda necesidad de aprender la penitencia, de aceptar la purificación, de aprender el perdón y la necesidad de justicia».
Lucía murió en Coímbra en 2005 y descansa junto a sus primos en el santuario de Fátima, convertido hoy en uno de los principales lugares de peregrinación mariana del mundo, con unos seis millones de visitantes al año. A la pequeña pastorcita convertida en monja le dio tiempo a contemplar por sí misma el auge y la caída del comunismo, pero también a predicar la necesidad del perdón propio y hacia los demás, las virtudes de la humildad y el sacrificio, y la importancia del trabajo por sus hermanos. Y esos mensajes siempre son valiosos en este mundo en que vivimos, con independencia de si realmente vieron a la Virgen o no.