Se cumplen hoy 38 años del llamado incidente del equinoccio de otoño, por el que un ordenador soviético determinó erróneamente que el Ejército de los Estados Unidos había lanzado un ataque nuclear sobre su territorio. De no ser por las acciones del oficial de guardia, ese podría haber sido el primer paso hacia el fin de la especie humana.
Los primeros años 80 fueron muy duros para la Guerra Fría. Con la llegada a la Casa Blanca del conservador Ronald Reagan frente al pacifista Jimmy Carter, la política internacional de los Estados Unidos se volvió especialmente rígida. De una marcada ideología anticomunista, Reagan impulsó la doctrina que lleva su nombre y que consistía en el apoyo explícito o secreto de la Inteligencia estadounidense a movimientos contrarios a la influencia de la Unión Soviética, en ocasiones incluso a guerrillas y grupos armados de toda condición que pretendían derrocar a gobiernos comunistas o afines a la URSS por todo el mundo. Además, su gobierno dio alas a un capitalismo salvaje que también extendió a esos países, con la ayuda en Europa de la primera ministra británica Margaret Thatcher. Entre ambos crearon un bloque de neoliberalismo sin límites y de oposición franca a las doctrinas provenientes de Moscú.
Por su parte, al frente del Partido Comunista de la Unión Soviética se encontraba Yuri Andrópov, un antiguo héroe de la Segunda Guerra Mundial en Finlandia y director de la KGB hasta 1982, cuando la muerte de Leonid Brézhnev lo aupó al cargo de Secretario General del PCUS y líder de la Unión Soviética. Era la primera vez que un responsable de Inteligencia llegaba a gobernar la nación y eso provocó una enorme suspicacia en Occidente, por el temor de que pretendiera recrudecer el conflicto silencioso que llevaban manteniendo ambos frentes ideológicos desde 1945. En realidad, Andrópov era un intelectual, melómano, poeta y reformista, convencido de la necesidad de mejorar la política y la economía de su país, pero al mismo tiempo respetuoso con el espíritu de la revolución comunista. Sus esfuerzos modernizadores aumentaron la productividad, persiguieron los casos de corrupción política e introdujeron personas nuevas en el partido, como Mikhaíl Gorbachov, que a final de esa década lograría un acuerdo de desarme nuclear con los Estados Unidos y el desenlace de la Guerra Fría.
Pero en 1983 aún quedaba bastante para eso. La OTAN había estado realizando diversos ejercicios de prácticas con misiles en Europa, demostrando que podía alcanzar objetivos en territorio soviético y provocar un ataque devastador en apenas unos minutos, esto es, lo que tardarían en llegar unas cabezas nucleares desde Berlín Occidental hasta el propio Moscú. Además, el 23 de marzo de ese mismo año, Reagan anunció la llamada Iniciativa de Defensa Estratégica, bautizada de manera popular ⸺y propagandística⸺ como Proyecto Guerra de las Galaxias, y que prometía la creación de una red de satélites armados con láser que podría eliminar fácilmente cualquier misil lanzado por la Unión Soviética sin que llegara a producir el más mínimo daño. Por supuesto, esa tecnología no existía entonces ni existe hoy en día, y Reagan era consciente, pero ese farol ante las cámaras le sirvió para ganarse a la opinión pública de su país y que le permitieran aumentar el presupuesto de Defensa. Este fue, en definitiva, su propósito y lo consiguió, aunque eso aumentara la tensión política con el bloque soviético.
Andrópov se encontró en un callejón sin salida, con su país amenazado por los misiles establecidos en Berlín y la promesa de que cualquier represalia por su parte sería eliminada por el famoso escudo láser, que en aquel entonces se creía posible. La KGB, en la que el líder de la URSS confiaba plenamente, informó de una alta probabilidad de un ataque nuclear masivo, pero ¿cómo reaccionar?
Su decisión fue potenciar la llamada Operación RYAN ⸺acrónimo en ruso de Ataque de misiles nucleares⸺, creada por él mismo dos años antes, cuando todavía era director de Inteligencia. Su finalidad era recoger datos acerca de una posible orden de activar los misiles y adelantarse a ella, incluso eliminando a quien fuera el encargado de darla o transmitirla antes de que esta llegara a efecto.
En septiembre, la tensión entre los oficiales soviéticos les llevó a cometer un error fatal. El día 1, un avión de pasajeros proveniente de Alaska, el vuelo 007 de Korean Air, que se dirigía a Seúl, equivocó su ruta unos quinientos kilómetros hacia el oeste y tomó rumbo hacia la base principal de la Flota del Pacífico en Vladivostok. Lo que hoy sabemos de este asunto parece indicar que todo se debió a un hecho desgraciado, pero el Alto Mando soviético creyó que se trataba de un avión espía, como ya habían identificado otras veces en la misma zona, y ordenó derribarlo. Murieron 269 personas entre tripulación y pasajeros, lo que aprovechó el presidente Reagan para aumentar la carga dialéctica, al tiempo que los medios estadounidenses cargaban contra la URSS y reforzaban la versión de la Casa Blanca de que el ataque había sido deliberado, aunque ya entonces sabían que no era así.
En la noche del 26 de septiembre de 1983, todo el mundo estaba demasiado nervioso en el centro de mando del sistema soviético de alerta temprana nuclear, de nombre código Oko ⸺Ojo, en ruso⸺. Los altos mandos temían un ataque inminente y así se lo hicieron saber al teniente coronel Stanislav Petrov, el oficial de guardia.
A las 00:14, hora de Moscú, un satélite detectó el lanzamiento de un misil nuclear desde una base aérea en Montana. Apenas tardaría unos veinte minutos en llegar a territorio soviético y provocar una explosión atómica. Petrov se quedó muy extrañado. ¿Qué clase de ataque masivo estaría formado por un solo misil? Si llegaba a confirmarse que se trataba de un lanzamiento deliberado, la respuesta soviética podría ser mucho más terrible.
Unos minutos más tarde, le llegó el aviso de que otros cuatro misiles habían partido de los Estados Unidos. Petrov tenía órdenes explícitas de avisar a sus superiores en cuanto ocurriera algo significativo, pero el teniente coronel se basó en su instinto y supo de inmediato que aquello era un error de la tecnología. Dejó pasar el tiempo, aun a sabiendas de que eso reduciría las opciones de intercepción en caso de que el ataque fuera real. Poco después, comprobó que, en efecto, había sido un fallo de la computadora que podría haber dado pie a una guerra nuclear masiva y a millones de muertes. Todo se debió a una extraña conjunción solar que hizo que los satélites captaran las radiaciones solares como si se tratara de misiles. Petrov, gracias a su formación previa, supo adivinar este mal funcionamiento y salvó a la especie humana de un destino horroroso.
Sin embargo, en un principio resultó degradado por haber roto la cadena de mandos. Su inmediato superior, el general Yuri Votintsev, tapó estos hechos, que ponían en evidencia una enorme flaqueza del sistema de detección de misiles, y mandó a Petrov a un puesto de menor responsabilidad. Este incidente se mantuvo en secreto hasta los años 90, cuanto Votintsev publicó su autobiografía y contó lo cerca que había estado la humanidad del desastre.
En 2006, Petrov recibió un homenaje en la sede de las Naciones Unidas, en la ciudad de Nueva York, y fue galardonado por toda Europa. Su decisión marcó un episodio clave de la Guerra Fría y demostró que, en ocasiones, el factor humano importa más que las máquinas.
Hoy no resulta fácil concebir que faltara tan poco para que se desencadenara una tercera guerra mundial, que sin duda habría llevado a una extinción casi completa de la especie humana. Como dos perros rabiosos, ambos líderes habrían disparado sus arsenales atómicos en un intento de aniquilación mutua que se habría llevado por delante a medio planeta.
Esperemos que nunca vuelva a ocurrir nada parecido, que los políticos no vuelvan a verse cegados por su fanatismo ni arrastren a sus ciudadanos a una locura semejante. Y, en cambio, que haya muchos más personajes como Stanislav Petrov, que antepongan la razón al odio y la verdad a las órdenes, y que, ante la duda, siempre elijan la paz antes que dejarse consumir por la violencia. Hoy en día, como entonces, necesitamos mucho más de lo primero que de lo segundo.